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Ilustra Evelio Gómez.

Para Barthes, una de las claves al enigma de cómo vivir juntos (1) es Athos. Porque Barthes insiste en su fantasma; la idiorritmia. Fantasma que haré mío -nuestro si se quiere- en este texto; confiando en que ese fantasma sobreviva a este texto, a un texto tan breve que no puede casi decir nada.

La idiorritmia como “soledad interrumpida de manera regulada”, o como distancia regulada, como iglesia sin jerarquía – quizá sin dogma-, o como institución sin Instituto. En todo caso: encuentros puntuales dentro de la autodisciplina que cada cual se impone o se regala. O dicho de otro modo: la idiorritmia como comuna no piramidal.

El concepto que estamos manejando se forma a partir de dos vocablos griegos. Por un lado idios, que vendría a significar propio o particular, y por otro lado rythmós. Así, la idiorritmia como el propio ritmo. Entendiendo que lo propio se opone a lo ajeno, y que ese propio ritmo se ejerce siempre frente al ritmo de los otros; que incluso en ocasiones se impone cuando se erige lo propio como Lo bueno o como La ley. Así, el problema al cómo vivir juntos es un problema de ritmos, de encajar los diferentes ritmos en un mismo espacio, en un mismo lugar. Como encajar las diferentes figuras dentro de un mismo compás. Así, la oración compartida, el recitativo a unísono que obliga a una misma respiración-dicción, fuerza el propio ritmo, destruye la idiorrtimia. Se podría decir entonces: sólo es posible el rezo solitario. Orar es incompartible. La oración se dirige siempre hacia lo totalmente otro. No se trata nunca de palabras.

Este idios es también el idiota, el que va a su ritmo, el que se sale del compás o del tempo que marca la institución o la comunidad. El idios queda fuera. Se sale del surco; delira.(2) Quedaría –si lo hubiese- del otro lado del límite; del otro lado del significante. Y si el idiota queda incluso fuera del lenguaje, se coloca del lado de lo no-decible, de lado del misterio. De alguna manera, el idiota está más cerca de la esencia de la religión de lo que lo está el discurso o el verbo. Así, los ideorritmicos entran y salen, deambulan entre los dos lados del muro-límite, vagan como fantasmas. Y en ese vagar o deambular se encuentran, se reconocen, comparten y se separan.

El Monte Athos propone un género de vida particular, contrapone su clausura ideorrítmica a la clausura cenobítica, contrapone una clausura individual a una comunal. En Athos(3) los monjes viven en celdas individuales, comen allí, en soledad, conservan algunos bienes que traen consigo en el momento de hacer los votos, la mayoría de liturgias son facultativas, sólo se exige la presencia de todos en ciertas fiestas anuales y en el oficio nocturno. El oficio nocturno es obligado; como una reunión de fantasmas al caer la noche; como sombras que se encuentran; como si de alguna manera esa presencia dijese: en realidad, ya no estamos aquí; en realidad, no hemos dejado nunca de ser sombras. Cierta asunción de la fragilidad, de la segura provisionalidad de la persona frente al misterio, o simplemente frente a las piedras que levantan Athos.

Lo que aquí interesa -se dé o no en Athos- es que la idiorrítmia propuesta por Barthes tiene un claro objetivo; marginar el poder, imponer el propio ritmo. Lo que aquí se propone, por tanto, es la posibilidad de una soberanía divisible; como si algo así se pudiese dar.

(1) Barthes, Roland. Cómo vivir juntos. Notas de cursos y seminarios en el Collége de France 1976-1977. Siglo veintiuno editores Argentina.
(2)Para este concepto ver la obra de Jean Pierre Rey, Una temporada con Lacan, en edición traducida por Seix Barral.
(3)Dos visiones antagónicas de lo que supone la religiosidad en Athos es lo que se propone en Dos viajes al Monte Athos, de Eugéne Melchior de Vogüe por un lado, y Nikolái Strájov, por otro. Editado por Acantilado en 2007.

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