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En noviembre de 1539 el rey Francisco de Francia hacía público un edicto prohibiendo que se abandonaran las basuras en las calles de Paris, persiguiendo el vertido en la vía pública de restos de animales, así como de heces, orines humanos y cualquier otro de los muchos deshechos que degradaban y hacían insalubre la ciudad. Para ello, como recoge Dominique Laporte en su clásico Historia de la mierda, creó una “policía de la mierda” encargada de vigilar que los parisinos guardaran sus excreciones malolientes en sus casas hasta poder hacerlas desaparecer discretamente de la vista y el olfato de sus vecinos.

El monarca francés pretendía de este modo proteger la belleza a la Ciudad de la Luz por el recurso expeditivo de ocultar la mierda a la mirada ajena. Porque, sin lugar a dudas, ese tipo de miradas siempre resulta incómoda. Lo confesaba abiertamente la duquesa de Orleans en una carta escrita el 9 de octubre de 1694 en la que se quejaba de la falta de retretes en su vetusto palacio, lo que la obligaba a “tener que cagar fuera, lo que me enfada, porque me gusta cagar a mi aire, cuando mi culo no se expone a nada”.

Y es que por encima del decoro, la vergüenza, la estética o, incluso, los efectos perniciosos para la salud pública, uno de los problemas de la mierda es su potencialidad como evidencia. Porque la mierda, como el hilo de Ariadna o las miguitas de pan de Pulgarcito, es capaz de convertirse en un rico rastro que si lo seguimos con atención puede guiarnos por caminos insospechados. Arqueólogos y microbiólogos de la Queen’s University de Belfast, por ejemplo, nos sorprendían recientemente con un insólito hallazgo en Col de la Traversette, una zona montañosa en la frontera alpina entre Francia e Italia: una espectacular acumulación de mierda que, según sus hipótesis, habría sido originada por los cientos de caballos que acompañaron a Aníbal en su marcha contra la península itálica. De este modo, el yacimiento fecal permitiría desvelar la ruta alpina seguida por el cartaginés en su épico avance allá por el año 218 a. C desde Sagunto a Roma.

Por eso no sorprende el empeño del rey francés por asegurarse que toda la mierda quedase convenientemente a salvo de miradas indiscretas. Una preocupación heredada por los poderosos de todas las latitudes y condiciones, siempre atentos a buscar la forma de mantener en lugar secreto su más mínimo excremento y en enmascarar con finosaromas el menor tufillo que puedadelatar su presencia.

Eso , hoy, la sofisticación de la vida contemporánea se deja sentir en el concienzudo trabajo de la moderna policía de la mierda. En ese sentido, la obligación de construir rudimentarias letrinas ha dado paso a fórmulas más complejas para borrar todorastro de esas moñigas pestilentes que amenazan con dejar al descubierto sus vergüenzas. De este modo han ido apareciendo intrincadas letrinas financieras donde ocultar las mezquindades económicas en complicados acuerdos secretos como el TTIP u opacos pozos ciegos en forma de paraíso fiscal donde tener a buen recaudo sus inmundicias. Por desgracia para ellos, en ocasiones los efluvios malolientes nos permiten seguir esos rastros que tanto incomodan a personajillos como José Manuel Soria, Rodrigo Rato, Pilar de Borbón o la princesa Corinna al quedarse, como tanto molestaba a la duquesa de Orleans, con el culo al aire. En fin, ya nos lo advirtió la reina Letizia: merde!

Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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