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Se negaron a seguir caminando. La noche estaba estrellada. No se escuchaba ruido alguno cuando los tres se animaron a preparar la tienda de campaña para dormir. Era tan grande su agotamiento que, pese a los ruidos silvestres, ninguno abrió los ojos al amanecer. Recién al mediodía fue Menandro quien por el humo se dio cuenta; era como si a alguien se le hubiera ocurrido lanzar señales al cielo. Ariel, escuchó rumores, voces; gemidos y ya para cuando Horacio se incorporó estaban cercados. A uno por uno los fueron sujetando y por todo el pueblo los obligaron a pasear señalándolos como los verdaderos culpables. Ellos trataban de averiguar el motivo de aquella culpa, pero de ello nadie les daba razón. Cuando se dieron cuenta que todo el pueblo parecía acusarlos, optaron por emprender la fuga. A Horacio le clavaron una lanza en el pecho. Menandro antes de subir a un árbol fue alcanzado por las manos de uno de ellos. Ariel logró escapar. Y ya cuando había tomado cierta distancia del lugar donde había sucedido todo se giró y vio a uno que con la boca muy abierta corriendo a toda velocidad, lo venía siguiendo y detrás de este otros treinta más.

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