Iron Fist

“Iron Fist” es el cuarto peldaño hacia ese Olimpo diseñado a medias por la plataforma televisiva y la productora de cine cuyo nombre editorial le ha concedido décadas de fama.

El tratamiento recibido en su producción sigue las pautas de las tres series anteriores: imágenes crudas, planteamiento de tono más adulto o argumento menos cómico y más sesudo. En resumen, una estructura que busca alejarse de la socarronería de sus hermanos mayores cinematográficos. Solo tomando un elemento común dentro de la fórmula: unir a sus héroes en una misma serie donde se enfrenten a un enemigo común. El titulo de este próximo estreno de Netflix es “Los Defensores”, una suerte de “Vengadores” de a pie. Preocupados en resolver problemas más terrenales, como mermar la violencia esparcida por unas calles que también son su hogar. Es en ese terreno, que otros héroes más poderosos ignoran, por donde discurre el devenir diario de sus andanzas. El caldo de cultivo perfecto para dar rienda suelta a sus habilidades. Mucho menos llamativas, pero sí más despiadadas. Al mismo tiempo que un factor determinante para convertirlos en personajes muy interesantes.

La recepción general entre el público sirve para demostrar un hecho imperante durante los últimos años. Importante a la hora de tener en cuenta opiniones vertidas en redes sociales. Hablamos de la obsesión del espectador llano por cualquier cosa que se ponga de moda. Netflix, con sus series de producción propia a la cabeza, ha sido en nuestro país un carro televisivo al que se subieron muchos en el transcurso del primer año de subscripción. Sea debido al afán de consumo, a querer tener lo último, poder participar en la típica conversación al tomar un café o creerse con la capacidad de crear un debate en internet.

Por desgracia, sacar a relucir dicha reacción generalizada entronca con la peor parte de lo expuesto en el párrafo anterior. La negatividad o decepción que puede extraerse de cualquier tuit o comentario de facebook, es todo lo contrario a la realidad de lo ofrecido por la serie. Al estudiar la base de este falso hartazgo, procedente de un público puramente novelero, descubrimos en realidad un empacho descontrolado. Donde el verdadero deleite de lo que ofrece nunca es el objetivo del visionado.

Si se deja al margen tan lamentable forma de opinar y por ende, las malas críticas sin argumento y solo basadas en gustos personales, nos quedan los puntos de vista sensatos. Los mismos que, no solo deben prevalecer, sino también los únicos a tener en cuenta. Al menos si no se quiere perder el tiempo leyendo memeces indocumentadas.

Partir de este punto ayuda a encontrarse con impresiones bastante favorables. En líneas generales incluso superiores a las dejadas por “Luke Cage”. También diferentes (muy lógico debido a su planteamiento) a las de “Jessica Jones”. Y algo menores a las de ambas temporadas de “Daredevil”, muy justificado en dicho último caso. En especial gracias a un motivo con la capacidad de ramificarse en varios: ese paralelismo del defensor marcial que vigila las calles y protege al inocente. Planteamiento del que “Daredevil” sale claro ganador al contar con unos orígenes más atípicos y con los que da más juego al argumento.

“Iron Fist” ha llegado el último, pero no por ello parte con desventaja. Su comodín encierra el atractivo de ser la antesala a una serie prometedora.

La historia arranca con la reaparición pública de Danny Rand: un chico, heredero de un imperio empresarial, dado por muerto desde hace quince años tras un accidente de avión con sus padres.

Danny corrió mejor suerte que sus progenitores al sobrevivir y ser rescatado por unos monjes budistas en medio del Tíbet. Lo que no significa haber disfrutado los años que ha estado perdido, un hecho patente en la dura enseñanza de artes marciales a la que fue sometido con un único propósito: convertirlo en Iron Fist, un legado que recae sobre pocos y que convierte a quien lleva dicho manto en enemigo declarado de una secta conocida como La mano. Sus obligaciones van incluso más allá, pues la titulación que ostenta lo convierten también en protector de la ciudad de K´un-Lun, lugar donde recibió todas sus enseñanzas.

Sin embargo, una cosa es su titulación como Iron Fist y otra muy distinta es lo que significa ser Danny Rand, un apellido muy presente en Nueva York al ser el nombre de la empresa fundada por su padre y el mejor amigo de este, Harold Meachum.

Al regresar a su ciudad natal Danny descubre que la corporación Rand está en manos de sus amigos de la infancia e hijos de Harold: Ward y Joyce. De los que guarda un cálido recuerdo, en el caso de ella, y no tan agradable en el caso de él.

El intento de acercamiento de Danny a ambos se salda con una reacción muy natural, más en el caso de cualquier millonario que asiste a la oportuna resurrección de un heredero muerto.

La irreductible seguridad con las que sus amigos creen estar ante una estafa bien urdida empuja a Danny a pensar un plan alternativo. En el transcurso de los primeros días conoce a la joven dueña de un dojo, cuyo carácter tosco al principio irá desapareciendo hasta convertirla en una importante aliada. Aunque no sin el gran esfuerzo que Danny deposita en todas sus buenas acciones.

A pesar de no moverlo un interés económico, el joven Rand no tendrá facilidades para convencer a sus viejos amigos. Incluso será víctima de más de un intento de asesinato. Al menos hasta la aparición, contra todo pronóstico, de una persona en la sombra dispuesta a abrirle la puerta que necesita. Alguien que demostrará a Danny no ser el único muerto devuelto a la vida.

A la hora de repasar los atributos de “Iron Fist” cabe destacar muy por encima del resto el uso de su paleta de colores. Acorde con el vestuario que el personaje luce en el cómic original y que, como en otras series Marvel de Netflix, deriva de la intención por extender el manto protagonista al resto de elementos que lo rodean.

Decisiones artísticas así obviamente trascienden los terrenos del showrunner y deja clara su procedencia a nivel de producción. Ejemplos patentes de este hecho los encontramos con solo echar un vistazo a sus antecesoras.

En “Daredevil” el uso de los rojos oscuros, sinónimo de sangre y dolor.

En “Jessica Jones” el del púrpura. Color identificativo del villano, sí, pero de uso acertado en dicho caso al ser quien controla el destino de los que le rodean. Así como ser la gran motivación de Jessica durante casi toda la trama, por lo que se puede decir que es él quien la conduce. Es el antagonista ejerciendo la labor del protagonista.

En “Luke Cage” esos tonos amarillentos que van del de vieja revista pulp envejecida, al dorado como seña de identidad dentro de cualquier mafia negra.

En el caso de “Iron Fist” los amarillos son diametralmente distintos a los del ejemplo anterior. Se basan en la luz. Foco de esperanza y poder, donde su primer referente (y catalizador visual) es el puño incandescente del protagonista. Con respecto al verde está muy presente en escenarios con más claroscuros. Bien en los exteriores de las primeras noches de Danny en Central Park o en la guarida de un personaje relevante en la trama, cuya ambición riñe con su profunda convicción de estar haciendo algo bueno. La distribución de ambos colores principales del personaje nos muestra la inseguridad de Danny o su constante duda ante la capacidad para elegir correctamente sus actos.

En lo tocante a temas de guión, “Iron Fist” discurre casi sin ningún giro, trampa o suspensión de realidad que malogre la historia. El humor, muy poco presente, está medido con el objetivo de aliviar tensiones. La conexión entre acontecimientos se desarrolla de manera completamente natural, dejando clara su buena labor de reescritura. Los diálogos resultan muy creíbles, un mérito si tenemos en cuenta las partes donde Danny saca a relucir toda la información de sus quince años en el Tíbet, un elemento fantástico que se arriesga a desentonar con el entorno callejero que impera en la trama. Además, claro está, de todo momento en el que se hable de la canalización del chi a través de su puño.

Los personajes sobre el papel están desarrollados con solvencia. Alguno más excéntrico que otro se puede encontrar, pero siempre plenamente justificado. Al meditar sobre los pros y contras de este aspecto se llega a una conclusión muy presente en muchas adaptaciones de comics: el resultado es deudor de un amalgama de años de publicación, la idea original del creador o creadora (en este caso creadores, Roy Thomas y Gil Kane) y en última instancia, de la labor de un equipo de guionistas que ha buscado adaptarla al realista estilo de Netflix.

Al fijarnos en las actuaciones podemos encontrar de todo. En líneas generales el planten de intérpretes cumple de sobras. Como se ha mencionado antes podemos encontrar personajes que parezcan sobreactuados, se deba a lo extremo del contexto propio con el que tienen que lidiar o por lo sádico de sus motivaciones. Pero si observamos cuidadosamente, es fácil llegar al pacto de ficción con uno mismo.

No obstante, existe un punto importante en el apartado interpretativo, uno que se da muy poco en las ficciones de este tipo: la de la preferencia del espectador por el protagonista en lugar de otros personajes que le rodeen y enriquezcan. En el mejor de casos así, el héroe es solo interesante gracias al villano que lo motiva. En el peor, nos llega a caer hasta mal. Y en cualquiera de ambos el actor o actriz sufre en su intento por hacer interesante un papel que quedará a la sombra de un carismático antagonista.

“Iron Fist” es la excepción que confirma la regla. El espectador percibe la inseguridad y la humanidad de Danny. Siente esa carga de responsabilidad. Entiende el rechazo. Experiencias todas a las que la vida nos ha sometido alguna vez. El mérito sin duda es de la naturalidad con la que Finn Jones desarrolla su papel. Haciendo creíble ese desparpajo con el que se aproxima a quienes lo ven como un extraño o amenaza. Transmitiendo la sincera frustración que lo invade al no poder arreglar las cosas sin violencia o el pasotismo que demuestra ante todo el rollo empresarial que ni quiere ni ha pedido. Incluso procurando mostrar misericordia a la hora de usar su poder.

En resumen, una interpretación que coloca en el olvido aquel papel de Sir Loras en “Juego de tronos”. Las antípodas en las que se mueven ambos personajes son un claro ejemplo del talento de su máximo responsable.

En calidad de dirección, montaje, música y efectos especiales, las pautas que marcan cada uno de sus capítulos parece seguir una fórmula derivada de “Daredevil”. Sin arriesgar en estilo o por diferenciarse, como si hicieran “Jessica Jones” o “Luke Cage”. No sacrifica toda su identidad, pero sí que en parte apuesta a lo seguro. Sea a través de unos encuadres simples, un montaje lineal o una música extraída de un sinfín de películas de artes marciales modernas. Si algo brilla con luz propia, dentro de estos apartados artísticos, son sus efectos especiales de exquisito corte minimalista.

Las impresiones que deja la llegada de este nuevo personaje al panorama Netflix/Marvel son bastante positivas. En especial el gran punto a su favor que supone el muy buen ritmo de su desarrollo. Los capítulos pasan volando cual aperitivo que deja con ganas de más, hasta convertir el visionado en la antesala perfecta de esa unión junto al resto de héroes que lo esperan, al igual que el resto del público, con los brazos abiertos.

Iron Fist

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