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Vuelve Baumbach, uno de los directores norteamericanos a mantener en seguimiento activo por su indudable interés, y vuelve al reino de lo sencillo y urbanita para que no nos perdamos en sus tramas muy inteligibles pero distraídos por rostros famosos del estrellato actoral. Si la principal pega de su anterior película “Mientras seamos jóvenes”, era su descompensado e irregular reparto, que afectaba negativamente a una historia muy en la línea del cine de Baumbach como es el miedo a crecer o la negativa a asumir las responsabilidades de la edad adulta, con Mistress América retoma el mismo espíritu pero con el mismo tono de su fabulosa “Frances Ha”, aquella joven mujer cuya vida incompleta se reflejaba en la obligación de recortar su apellido porque no cabía en el casillero de su buzón.

En “Mistress América” Frances Ha ha crecido, han pasado unos años, y el papel ingenuamente interpretado por Greta Gerwich en aquélla, ha pasado a llamarse Brooke, y su alter ego juvenil se llama Tracy (espléndida también Lola Kirke). El foco de la acción se centra en la más joven, la que apenas ha cumplido 18 años de edad y ha abandonado el domicilio materno para irse a estudiar a Nueva York, una ciudad nueva, demasiado amplia, en la que se necesita algún cicerone que te introduzca en ciertos ambientes, un referente que, a tu edad, te permita reflejarte para un futuro próximo, una persona que, aparentemente, es todo decisión, control, suficiencia, preparación. La primera aparición de Greta Gerwich en la pantalla es un poco de eso, bajando unas escaleras en Times Square mientras Tracy se encuentra esperando abajo es como si alguien en la cumbre estuviera dispuesta a bajar al suelo para apadrinar a quien empieza, es así como Tracy queda deslumbrada por esa aparición y por esa noche.

Porque la relación y el conocimiento entre ambas viene forzado, van a pasar a ser hermanas en unos meses porque sus respectivos padre y madre van a casarse, de ahí que decidan conocerse para irse acostumbrando a la idea de que van a ser familia, y Brooke asume que Tracy va a pasar a ser la “hermana pequeña” a la que enseñar, mientras Tracy está dispuesta a dejarse deslumbrar por el éxito externo de Brooke. ¿Pero esa magia de una noche es real o es fruto de un deslumbramiento excesivo e irreflexivo? Ese aparente desamparo y soledad de Tracy en su universidad, sin encontrar un lugar en el que situarse, rechazada en su intento de ser admitida a un “selecto club literario”, decepcionada al comprobar que el único chico con el que se relacionaba tiene pareja, y además muy celosa, se transforma en un momento de esperanza cuando conoce a su futura medio-hermana, el encantamiento de una noche que poco a poco se va disipando al comprobar que la aparente fortaleza de Brooke no es tanta ni tan buena su situación, de la noche a la mañana su novio la deja, la cerradura de su vivienda es cambiada y tiene que entrar por la escalera de incendios, su inversión en un local para abrir un restaurante “hipster” se viene abajo y amenaza con dejarle unas deudas inasumibles, y de su interior empiezan a surgir todas las deudas pendientes de su pasado, todas aquellas cosas que, sin quererlo, nos van haciendo como somos con el paso del tiempo.

Baumbach retoma a esta burguesía ilustrada de la zona más progresista del país, en el centro de Nueva York, pero una burguesía que no tiene dónde caerse muerta, que comparte los mismos espacios de los grandes referentes culturales pero que carece del dinero y del reconocimiento como para poderse sentir integrada en ese ambiente, un deseo interior de éxito, maquillado con una disminución de su importancia en las expresiones verbales de una vida que llena de frustración a los componentes de una generación que ya tenían que haber dado el paso al frente para sustituir a los anteriores y que se van quedando en el camino, rezagados, sin ideas, sin dinero para mantener su vida en el corazón de la ciudad en la que quieren prosperar. Por eso la aparente alegría de Brooke, y el imán que ejerce sobre Tracy, ocultan una realidad que Baumbach refleja a ritmo de comedia amable pero que, bajo tierra, transporta una carga de tragedia personal menos visible que en sus dos primeras películas estrenadas en España, pero que atenaza y limita, si no condena, la evolución futura de sus personajes adultos, plenamente entrados en la década de los 30 o de los 40.

Es inevitable, en la visión de las películas de Baumbach, no remontarse al cine neoyorkino de Allen o de Bogdanovich, pero Baumbach no busca el chiste ni la gracia, ni crea situaciones cómicas a costa de sus personajes, hay comedia porque en la vida hay risa y alegría, como también puede darse una situación cómica en una escena francamente cruel para todos los personajes que comparten una habitación, muy amplia y lujosa, la habitación del triunfador, la habitación de quien ha conseguido aquello que busca Brooke, el dinero, el reconocimiento, el éxito. En el lugar donde Brooke busca una compensación por el daño sufrido todos salen heridos, Brooke tiene que rebajarse a obtener financiación para su proyecto pidiéndoselo a un antiguo novio que se juntó con su mejor amiga, amiga que le robó la idea para una línea de ropa que ha resultado ser muy rentable, Tracy es puesta en evidencia por la celosa novia de su amigo al revelar el contenido de un relato que aquélla ha escrito con el título de “Mistress America” en el que, tomando como referente a su nueva amiga y futura hermana, parece pasar factura a todo aquello que son los defectos o debilidades de Brooke, quien no lo asume como una obra de ficción sino como el ejemplo de que la presencia de Tracy era exclusivamente un interés disimulado en situarse cerca para tomar ideas para sus obras, que no había amistad ninguna, sino interés aprovechado en la confianza prestada. Es en ese momento en el que la película de Baumbach alcanza un sobresaliente colofón, una evolución necesaria para hacer crecer a todos los personajes, y particularmente a Tracy, enseñándole que todo el mundo ha de crecer por si mismo y creándose individualmente, y no como copia o ejemplo a seguir de otros.

Nueva York pasa a ser otra ciudad cuando Tracy y Brooke se distancian y su forma de ser y de pensar cambia. La proyectada comida prefamiliar de acción de gracias, en la que se oficializaría la nueva unión se transforma en un simple café, una especie de reconciliación desde el reconocimiento mutuo, ambas mujeres han aprendido bastantes cosas en esas semanas, la fundamental a mirarse y reconocerse como son, con sus defectos y sus virtudes. Renunciando a los delirios de grandeza quien no puede llegar a asumirlos y demostrando que puede conseguir lo que se proponga por si misma la más joven, como conseguir ser aceptada en el club “Moebius” con el relato “Mistress América” para poder renunciar más tarde e iniciar la creación de su propio club literario ausente de clasismos, económicos e intelectuales, evidenciando así que no es necesario ser aceptado para ser mejor sino que hay que ser mejor siendo uno mismo. Estamos ante la comedia romántica sin romance hombre-mujer, ante el ejemplo de comedia femenina sin necesidad de que la acción gire sobre un hombre y una mujer. Dos mujeres llenas de química afín para un relato verdaderamente acertado y pulido, otra gran película de 2015, un año como los demás, lleno de mucho cine malo, pero también lleno de mucho cine bueno, eso sí, hay que atreverse a buscarlo y a exigirlo.

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Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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