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Sudor, ruido de garaje y visceralidad melódica en descargas de dos o tres minutos con la inevitable introducción ‘One, two, three’. Éste fue el terreno agradablemente fangoso en el que The Buzzcocks atrapó al público de la sala Apolo. Esta banda clave del punk, mucho menos mediática que sus colegas Ramones, The Clash o Sex Pistols, alternó algunas temas de su último disco, “No way” (2014) con la revisión de clásicos legendarios que influyeron a numerosas formaciones, desde Hüsker a The Offspring, pasando por Nirvana, Green Day, The Strokes o The Libertines.

 

22 canciones en 90 minutos vertiginosos que provocaron los saltos y choques entre los espectadores, en una alocada melé sin riesgo de avalancha. A punto de cumplir los 60, el guitarrista Steve Diggle ejerció de maestro de ceremonias y agitador, bien arropado por Pete Shelley. Hubo varios momentos álgidos: “Autonomy” y su hipnótico riff, “Noise annoys”, “You say you don’t love me”, “Love you more” o “Whatever happened to”.

 

Un repertorio tan rico siempre conlleva ausencias dolorosas, que en este caso fueron “Running free”, “Everybody’s happy nowadays”, luz que iluminó el “Is this it?” de The Strokes, o “Why can’t I touch it?”, entre otras. “What do I get?” propició la única pausa del concierto antes del tridente letal: la épica y popera “Harmony in my  head”, la archiconocida “Ever fallen in love” y “Orgasm addict”, con gritos de placer incluidos. Imprescindible regresión a los 70, nostalgia de una época en la que la música era sinónimo de rebelión auténtica.

 

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