Como librera me siento en la obligación de dar la voz de alarma ante este libro. De los miles de manojos de papel que pasan por mis manos cada día, cada mes, cada año, y que en su mayor parte podrían estar tipificados como delito contra el medio ambiente y la salud mental, siempre hay alguno que te hace saltar de la silla piafando de júbilo y poniendo los ojos en blanco, uno que te hace volver atrás durante su lectura una y otra vez y relinchar con estupor, bien, pues uno de esos milagrosos títulos es: ‘Menos Joven’.

No se puede confundir el texto de Rubén con ningún otro. La personalidad de su narración, la inventiva, la originalidad de su discurso y la interesante segunda lectura que esconde convierten la novela ‘Menos Joven’ en un juego literario lleno de trampas y puertas falsas que no deja de sorprender de la primera a la última página.

Se trata de un texto tremendamente vivo, un texto que pide ser leído en voz alta, declamado, interpretado, un texto que parece situarse un paso más allá de lo que es la lectura. La historia de Bogdano nos arrastra, su diatriba, su delirante viaje, sus cuestionamientos… –Bogdano corre en todo momento, ¿he dicho yo acaso que se haya parado una sola vez?– Te arrastra con él en su frenética carrera hacia la nada, en su aparentemente demencial narración, que esconde más razón de la que podamos imaginar.

–Lo cierto es que el padre de Bogdano se dedicaba a cruzar libros como quien cruza perros de raza. Me explicaré: arrancaba las cubiertas de grandes obras de la literatura, separaba con cuidado la página de créditos, y a veces incluso la dedicatoria de aquellos escritores geniales; entonces, con las fundas de piel recién obtenidas de, por ejemplo Los papeles póstumos del Club Pickwick retapaba el cuerpo paginoso de, por ejemplo, la novela Raíces: vestía así una obra que hablaba de la captura y los días de esclavo de Kunta Kinte y su posterior saga familiar con las letras en relieve y las guardas de justificado prestigio heráldico destinadas a Dickens–.

‘Menos joven’: Matar ídolos

Triturar el concepto ‘genio’. Deseducar. Tergiversar. Liberarse de la pesada carga de lo ya dicho. Y romper todo molde, saltarse las clases, huir a galope de lo que se espera de nosotros. La narración rompe y patea conceptos y prejuicios con un único objetivo: aprender a pensar. No se puede ambicionar más. Rompe rompiendo y eso es harto difícil en estos tiempos de agotamiento generalizado. Hay que agradecer el esfuerzo de la editorial apostando por Rubén Martín, apostando por lo desconocido y lo brillante. Ahora solo falta ejecutar mi función como librera, mi obligación, mi misión de avisar y alertar sobre un texto que no debe pasar inadvertido.

–El número de ciudades quemadas que se le imputa es inexacto y legendario; los pasquines fuerzan una leyenda que queda determinada y autorizada a la velocidad de la publicidad y el relámpago: si creemos lo que dicen los carteles, Bogdano ha ofrecido helados con trocitos de cristal a los niños, ha tapado durante siete minutos la nariz y la boca de un viejo en un parque y después ha atropellado seis veces con su caballo a su anciana esposa; ha llenado de tostadoras las bañeras de decenas de personas…–

Hay que dejarse llevar por esta lectura, leerla con furia, y de esa forma unirse a su ritmo destructivo, a su mensaje devastador: –Hay que saltarse el purgatorio y cagarse en los mentores. En este estado de ánimo deja atrás, probablemente sin verlas, las hileras de maderos donde aparece su cabeza cien veces empalada–. Bogdano nos empuja con él a una necesaria reflexión sobre la educación, sobre el aprendizaje y el sentido del mismo. Y sobre cómo quedamos a su merced desde niños, heredando ídolos, genios, guías sin que de ellos haya nada que aprender. –Queda claro que el padre de Bogdano veló cuanto pudo para que su hijo no fuese capaz de formarse un criterio. La experiencia le había enseñado que, después de formado un criterio, ya no había esperanza de alcanzar un futuro saludable–.

El libro es un diez en todo, la edición que de este texto ha hecho Jekyll&Jill tampoco puede quedarse sin mención. Hojead sus páginas, amigos, hacedlo, comprobad en vuestra propia carne, cuán especiales y bellas se pueden hacer las cosas cuando se hacen bien. Curiosead todos los rincones del libro, hacedlo ya, y después contadme.

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