Más de 800 ciudades, más de 70 países. A grandes males, grandes remedios. Son tiempos oscuros que no prometen nada bueno. Los mercados financieros se han apoderado de este planeta, como antes hicieran con Namek. La solución tal vez pase por regularizarlos, someterlos a unas normas que antepongan el bienestar de la mayoría sobre los beneficios de unos pocos. Sin embargo, ¿quién le encasquetará el cascabel al felino ultraliberal? ¿cuántos ratoncillos serán necesarios? El pasado 15 de octubre millones de ratones con cascabel buscaban gato (y algunos lo encontraron).
A las 16h -con algo de rretraso– unas cuatrocientas personas emprendían, desde la Plaça de la República (antes, de Llucmajor), el inicio de la columna norte de Barcelona; esta convocatoria había congregado a más personas que la del pasado 19 de Junio. En el chaflán donde el Passeig de Pi i Molist desemboca en el de Fabra i Puig, dos camionetas de BCNeta saludaron la manifestación con solidarios toques de claxón. Quince minutos después de su inicio, gracias al buen ritmo imprimido, la columna de Nou Barris alcanzaba la Meridiana, donde ya aguardaba la de Sant Andreu. En el preciso instante en que los últimos coches tomaban la salida de Barcelona y el tráfico quedaba cortado, las columnas de Nou Barris y Sant Andreu se lanzaron la una sobre la otra con desatada algarabía, al grito de “¡El pueblo unido, jamás será vencido!”. Ante esta escena, hacía falta poseer el corazón de Alessio Rastani para que a uno no se le pusiera la piel de gallina. El tráfico quedó cortado en dirección la Plaça de les Glòries Catalanes; no obstante, en un alarde de poder, los manifestantes también ocuparon los carriles en dirección salida de Barcelona, sorteando los coches detenidos. A la postre y mal que les pesara, era una Meridiana tomada por personas que habían recuperado el placer de recuperar la calle. Y de ahí los rostros sonrientes, satisfechos.
«CUANDO SUBA EL PAN, CAMBIAREMOS LAS PANCARTAS POR ANTORCHAS»
A. Costa, de 34 años, cuestionado sobre si esta protesta global servirá para algo, responde lacónico: “Para reafirmarnos nosotros mismos”. Cuando parte de los manifestantes cantan la conocida tonadilla: “Artur Mas, a quina mútua vas?”, Costa sentencia con retranca: “ A la Mútua Madrileña”. En Navas de Tolosa se suman las columnas del Guinardó, Horta y El Carmel. Esta última columna arrastra consigo a ‘La Carmela‘, una hermosa y trabajada guillotina, que tiene como fin seccionar un chorizo con las caras del actual presidente del gobierno español y del que con toda probabilidad le sucederá en el cargo. Volviendo a las tonadillas, el cántico “Le llaman democracia y no lo es” que en el fondo denota una sorpresa decepcionada, tuvo también su réplica cuando se entonó un “Esta democracia es una falacia”, que pasa de la sorpresa a la definición. De la misma manera, no era igual invitar a los vecinos asomados al balcón con el vergonzoso (por tímido) “No nos mires, únete”, que con el decidido “Vecino, despierta, el pueblo está en tu puerta”. Claro que, al final, todo es cuestión de opiniones. El recorrido encaró la Gran Via de les Corts Catalanes habiéndose incorporado en la Plaça de les Glòries la columna de Poble Nou. Un hombre, al ver que garabateo en una libreta, me dice en el oído, en tono de confidencia: “Cuando suba el pan, que subirá, cambiaremos las pancartas por antorchas”. Los muros de La Monumental, plaza de toros muda, son lugar apropiado para otra pintada exprés: “La tortura no es cultura”. Al paso por la calle Sardenya estalla un pequeño tumulto: abucheos e improperios dirigidos a un agente secreto -o a un chaval con la mala pata de parecer un secreta-, que acaba expulsado de la manifestación.
«CORRED LA VOZ: LOS NUESTROS NOS VAN A CONTAR»
Passeig de Gràcia se encuentra colapsado por una multitud estancada, inmóvil. Y Plaça de Catalunya es un auténtico cacao, donde resulta imposible dar un paso. Con todo, la cabecera de la manifestación ya se encuentra por la calle Aragó, avanzando y deteniéndose tratando de no romper la unidad de la marcha. La pancarta de la cabecera reza: “Jo també estava al Parlament bloquejant les retallades. Puig dimissió”. “¿Puig dimisión?” ¡Puig al paredón”, exclama una señora que no oculta su malestar. Un hombre de unos setenta años en bicicleta dribla a los manifestantes, mientras les informa: “Corred la voz: los nuestros nos van a contar”. ¿Quiénes son los nuestros?, pregunto por si acaso. “La gente de Comunicación de la Acampada Barcelona”, obtengo por respuesta. En efecto, a la espera del grueso de la manifestación, ocho personas han dividido en otras tantas partes la calle Aragón, encargándose cada una de medir con un contador manual las personas que transitan entre ellas. El tradicional baile de cifras ya estaba servido: 60.000 personas según la Guàrdia urbana, 100.000 según algunos diarios y 250.000 según la organización. Resulta evidente que la cuestión cuantitativa tiene un interés meramente relativo, pero una tradición es una tradición. Sea como fuera, “entre tanta gente no veo al presidente” coreaban los manifestantes. Al doblar Aragó por el Passeig de Sant Joan, en el equipo de música de la cabecera sonaba la emblemática “No somos nada” de La Polla Records: “Quieres identificarnos / tienes un problema…”. Y en la misma esquina, un tipo de 1’80 m, vestido de uniforme escolar, con gafas y bigotillo de Guardia Civil, luce unos carteles que cargan contra Florentino Pérez, Gallardón, Rouco Varela y Esperanza Aguirre. Vladimir, que así se llama el joven, explica sucintamente el por qué de su estrafalaria indumentaria: llamar la atención sobre el caso de la barriada madrileña de la Puerta de Hierro, donde familias vecinas de toda la vida sufren el acoso de la administración pública, en lo que Vladimir considera un caso evidente de especulación inmobiliaria.
DE VUELTA A NOU BARRIS
Quince ‘lecheras’ de los Mossos d’Esquadra custodian la sede de la Conselleria d’Interior, en la travesía de la calle Diputació y Passeig de Sant Joan. Los manifestantes le dedican una chifla ensordecedora, pero nada más. En Àusias Marc, tengo ocasión de saludar al historiador Ferran Aisa. La llegada a Arc de Triomf -punto final de la convocatoria- es antecedida por la breve explicación de una chica de la organización sobre lo que ocurrirá a continuación. La manifestación tomará tres rutas diferentes para la realización de tres acciones con objetivos específicos: la de Sanidad, de color blanco, emprenderá un recorrido por Lluís Companys; la de Educación, identificada por el color rojo, avanzará por Ronda de Sant Pere; y la acción por el derecho a la Vivienda, de verde, que tomará la calle Trafalgar. Ante la imposibilidad de seguir las tres, opto por la opción verde. Tres jóvenes activistas desvían la circulación de coches por Trafalgar; no llevan uniforme, pero los conductores de los vehículos no tienen otra alternativa que seguir sus indicaciones. En la calle D’Ortigosa, camino a Via Laietana, un indigente de unos cuarenta años mira el paso de esta marcha por la vivienda con una sonrisa indiferente, como si pensara que para él ya llega tarde. A las 19:44 horas, los miembros de la Associació 500×20, ataviados con chalecos reflectantes amarillos, organizan un dispositivo que conduce a los participantes de esta marcha hacia el metro: línea 4 dirección Trinitat Nova, destino Plaça de la República (antes, de Llucmajor). Muchas caras reflejan cansancio después de realizar el recorrido de la manifestación, pero lo cierto es que el suspense de la acción en la que ahora se ven embarcados parece suficiente reconstituyente como para no desfallecer.
FIN A UNA MANIFESTACIÓN MUNDIAL CON RECORRIDO CIRCULAR
Nunca antes -y en caso que no sea así, no duden en informarnos- una manifestación que hubiera comenzado en Nou Barris llegaba a su fin con el número de participantes multiplicado por cuatro: de las 400 personas que habían arrancado a las 16h en la Plaça de la República (antes, de Llucmajor), al menos 1500 personas regresaban a este popular y reivindicativo distrito para llevar a cabo -por fin- una acción directa. Los vecinos de Nou Barris presentes se lo miraban todo con caras que entremezclaban la incredulidad y la felicidad. En el corazón del barrio de Verdum, en la calle Almagro, un edificio vacío durante los últimos 5 años iba a ser ocupado. Pero esta ya es materia para otra crónica.