El pasado 31 de diciembre de 2023, el subcomandante insurgente Moisés, vocero y dirigente del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), dijo a los presentes en la celebración de los 30 años del levantamiento armado: “Compañeros, compañeras bases de apoyo, estamos solos, como hace 30 años”. Algo muy similar había dicho en un su discurso cinco años atrás, el 1.º de enero de 2019: “Se los digo claro, compañeras y compañeros bases de apoyo, compañeros y compañeras milicianos y milicianas, así lo vemos, estamos solos como hace 25 años”.

Esa insistencia en la soledad como una condición recurrente contrasta con mucho de lo dicho por el propio EZLN, pero sobre todo contrasta con ciertas memorias persistentes de un colectivo informe e inespecífico de muchos nombres y muchos rostros que, estando ahí, parece que no estuvo, el colectivo de los Nosotros Otros.

Los que nunca supieron que no estuvieron ahí

Vimos a esos todos que son los otros como nosotros, buscarse y buscar otras formas para que la paz volviera al terreno de las posibles esperanzas, construir y lanzar iniciativas los vimos, los vimos crecerse. Los vimos llegar hasta nuestras comunidades con ayuda haciéndonos saber que no estamos solos. Los vimos protestar marchando, firmando cartas, desplegados, pintando, cantando, escribiendo, llegando hasta nosotros.

Quinta declaración de la Selva Lacandona

Ciertamente hace 30 años los zapatistas estaban solos. Se levantaron en armas, tomaron cinco (¿o fueron cuatro?) cabeceras municipales y atacaron una base militar al tiempo que llamaban al pueblo de México a levantarse en armas también y avanzar juntos hacia la capital del país. Pero perdieron la batalla por el cuartel y el ejército avanzó sobre ellos, por lo que tuvieron que abandonar rápidamente las posiciones ganadas el primero de enero. Para el día 10, las fuerzas federales ya habían recuperado el control del estado y los principales efectivos zapatistas estaban cercados. Sus compañeros de armas de otros estados decidieron no acudir a la cita y el pueblo de México convocado decidió no tomar las armas, ni avanzar rumbo a la capital. Eran un ejército que había perdido todas sus batallas. Estaban solos.

En ese momento, que puede ser el 12 de enero, pero también sucedió días antes,[1] aparecieron miles, que marcharon para exigir un cese al fuego, que formaron cinturones de paz para garantizar el diálogo, que acudieron en caravanas a entregar ayuda humanitaria, que organizaron conciertos para recolectar esa ayuda o que fueron a esos conciertos con su kilo de arroz o de frijol para que fueran llevados a esas comunidades que se habían quedado solas, que llevaban 500 años en soledad.

Quizá no era a eso a lo que nos convocaron, ya saben, cadiquien en su propia geografía y en sus propios modos está peleando contra la hidra capitalista, pero esos Nosotros Otros salimos y detuvimos la guerra una y otra vez, exigiendo paz con justicia y dignidad para todos, no sólo para unos cuantos.

Entonces acudimos, en esos nuestros términos, a las nuevas convocatorias. Nombramos delegados para subirse al barco del nuevo Fitzcarraldo[2] de Guadalupe Tepeyac en la Convención Nacional Democrática (CND). Vimos desembarcar a los NosotrosOtrosPeroGüeros que llegaron al Encuentro Intercontinental y defendimos infructuosamente a los que se quedaron cuando Labastida comenzó a expulsarlos.

Organizamos, con nuestros modos y nuestra incipiente experiencia, una consulta nacional, la primera consulta nacional popular, para que supieran y supiéramos lo que queríamos que pasara con el futuro. Y lo que queríamos era la paz, la lucha política, construir el gran acuerdo, no prepararnos para la guerra.

Recorrimos el país para acompañarles, para estar ahí y aprender, pero también para defender con el cuerpo, para evitar con nuestra presencia los ataques furtivos. Llevamos nuestra música, pintamos murales, escribimos poesía mala y buena, escribimos crónicas desde aquí y desde allá, tomamos fotos, hicimos documentales, hicimos nuestra la lucha e hicimos la lucha (nuestra luchita) de la forma en que sabíamos y de la forma en que decidimos hacerla.

Nosotros los otros hicimos valla de seguridad a los invitados a la Mesa sobre Derechos y Cultura Indígenas, a los delegados del Congreso Nacional Indígena, acompañamos a los 1111 emisarios e hicimos temblar la avenida Madero con el grito de “¡No están solos!”. De verdad tembló ese día con el grito. O quizá sea más preciso decir que se estremeció, Madero y todos los que estábamos ahí, gritando.

Nos daba la impresión de que no estaban solos. Éramos un chingo, en todos esos momentos fuimos un chingo. Pero cadiquien iba por su cuenta y riesgo, nadie nos mandaba, nadie nos obligaba, nadie amenazaba con corrernos de nuestra casa si no acudíamos (aunque a algunos sí los corrieron sus madres y padres por andar acudiendo sin permiso). Así como llegábamos nos íbamos, en nuestros tiempos y en nuestros modos.

Pero igual y sí estaban solos y no nos dimos cuenta.

Los que no tuvieron dónde quedarse

Y cada tanto los malos gobiernos prueban y nos tratan de engañar o nos atacan, como en febrero de 1995 que nos aventó una gran cantidad de ejércitos pero no nos derrotó. Porque, como luego dicen, no estábamos solos y mucha gente nos apoyó y nos resistimos bien.

Sexta Declaración de la Selva Lacandona

Pero luego nos dijeron que nos teníamos que organizar. Que nuestras organizaciones no les gustaban, ni las ONG, ni los partidos, ni los colectivos estudiantiles, que para dar ese salto a fuerza política no militar que habíamos pedido en la consulta entonces debíamos construirla nosotros, pero bajo el mando de uno de ellos, uno que sí fuera mero zapatista para marcarnos el paso. Y algunos de nosotros aceptamos y fundamos el Frente Zapatista de Liberación Nacional (FZLN), ahí en el salón Los Ángeles, todos juntos. Y nos entregaron unos documentos, muchos documentos, y nos dijeron que eso era lo que íbamos a pensar y a creer de ahí en adelante. Y que ya no podíamos ir solos, que para estar ahí había que juntarse en comités. Nada de solitarios. Y nosotros dijimos “si así se construye la paz con justicia y dignidad y así se acaba la guerra, sea”.

También nos dijeron que no podríamos participar en elecciones, ni tampoco pertenecer a los partidos, que si éramos del zapatismo no podíamos ser de nadie más. Ahí se fueron muchos que no aceptaron la condición, que no vieron bien abandonar el terreno electoral y dejar el campo libre a los de siempre. Y los Nosotros Otros que éramos solos no pudimos entrarle porque no teníamos comité. Entonces se quedaron los que de por sí ya tenían partido pero no estaba registrado, los que traían organización previa, los que habían salido de los partidos con registro. Con sus propios modos y sus propias agendas. Unos años después la comandancia convocó a una asamblea a los que se quedaron, a los que quedaban de los que se quedaron, y les dijeron que el Frente ya no era necesario, que no les debían nada y que ahí se quedaban, solos. Entonces esos que se habían quedado volvieron a luchar en sus geografías y en sus modos y en sus tiempos, y vieron que en su trinchera seguían aquéllos que se habían ido desde el primer día, y se saludaron.

Quizá a ellos se refiere el sub Moisés cuando dice que los dejaron solos. Pero pues es que no tenían en dónde quedarse.

Los que iban por puentes y salieron abismados

En el FZLN o fuera de él, igual los Nosotros Otros nos pusimos a promover la Consulta por el Reconocimiento de los Derechos de los Pueblos Indios y por el Fin de la Guerra de Exterminio. Recibimos en nuestras colonias a los delegados zapatistas, les compartimos nuestra palabra y escuchamos lo que tenían que decir. Luego armamos la consulta y pusimos muchas, muchísimas más casillas que en la anterior consulta y obtuvimos más del doble de respuestas. Y lo que respondimos fue que sí, que queríamos que los diputados aprobaran los acuerdos y que queríamos que se acabara la guerra. Lo dijimos de nuevo, sí, pero esta vez éramos más.

Esos mismos muchos y otros muchos otros acompañamos la Marcha del Color de la Tierra. Con nuestros cuerpos en las calles volvimos a decir “queremos la ley derivada de los acuerdos y queremos el fin de la guerra”. Vimos por televisión a la Marichuy, al Adelfo y a la Esther hablarle a los diputados y a los senadores. Pocos días después nos enteramos que los senadores habían aprobado una ley muy distinta a la que se había acordado. Lo peor fue saber que los 12 senadores perredistas (coordinados por Jesús Ortega) apoyaron el rompimiento legislativo de los acuerdos de San Andrés. Acordamos llamar a ese episodio como “la traición del PRD”, a pesar de que los 60 diputados de ese partido votaron en contra de la contrarreforma y defendieron infructuosamente la Ley Cocopa.[3]

Ese grupo de senadores sí los dejó solos. Entre ser senadores del PRD y ser representantes del pueblo mexicano, eligieron lo primero.[4]

Seguimos creyendo que no los habíamos dejado solos cuando llenamos Oventic en la inauguración de los Caracoles. Cuando reconocimos las Juntas de Buen Gobierno y aceptamos sus decisiones de manejo de los recursos que se juntaban y donaban (como aquel dinero para construir un estadio de fútbol que se convirtió en una farmacia de herbolaria). Luego fuimos a las reuniones preparatorias a compartir nuestros dolores y nuestras demandas y participamos en La Otra Campaña con la esperanza de que se trataba de construir un plan nacional de lucha, un plan colectivo, amplio, de todos juntos. Incluidos las decenas (o quizá cientos) de los nosotros que, en las preparatorias y durante el recorrido, intentaron construir puentes entre las izquierdas. Pero pasó que cada vez que lo intentaban la brecha se hacía más grande y poco a poco La Otra Campaña se transformó en una campaña antielectoral y todos esos que querían puentes se fueron con un abismo de diferencias e indiferencias en las manos.

Nos dijeron “déjennos solos” y así lo hicimos.

Historia de encuentros, desencuentros y tragedias imprevisibles

Pero no los hagamos las víctimas a los perredistas, no era de gratis ese rechazo a los puentes. Además de la llamada “Traición legislativa” hubo antes y después momentos clave que marcaron la distancia entre el EZLN y la izquierda electoral. Es una historia llena de encuentros y desencuentros, donde ambas dirigencias se obligaban a dialogar porque compartían mucha de su base social, pero al mismo tiempo se desconfiaban, sea porque se veían compitiendo por los mismos puestos en el futuro o porque discrepaban en el uso de las armas o porque “simplemente” sus proyectos de nación eran muy distintos.

Caminaron juntos cuando la base del PRD demandó el cese al fuego, cuando Cuauhtémoc se comprometió a incluir las 10 demandas en su campaña, cuando el EZLN respaldó su candidatura en la CND, pero luego se dejaron solos cuando el sub Marcos criticó a Cárdenas, cuando el núcleo cercano a Cuauhtémoc responsabilizó de la gran derrota electoral a su alianza con los zapatistas, cuando Muñoz Ledo negoció la elección de Amado Avendaño a cambio de la renuncia de Eduardo Robledo y cuando el EZLN llamó a no votar en las elecciones municipales de 1995; luego volvieron a caminar juntos cuando López Obrador incluyó las demandas del EZLN en la Mesa de Bucareli, pero se dejaron solos cuando en la reforma electoral resultante de esa mesa quedaron fuera las propuestas del EZLN (referéndum y revocación de mandato); caminaron juntos EZLN, PRD y PT en todas las versiones de la Cocopa, en las votaciones de la Ley de Derechos y Cultura Indígena que mandó Zedillo, pero se dejaron solos cuando el FZLN prohibió la doble militancia y cuando durante la huelga de la UNAM apostaron por rutas distintas de solución; caminaron juntos cuando Martí Batres negoció con Beatriz Paredes la autorización para que las y los delegados zapatistas hablaran en el Congreso de la Unión, pero se dejaron solos cuando Cárdenas Batel se abstuvo y lo hicieron cargar la culpa del voto de priistas y panistas.

Pero quizá los desencuentros más graves fueron entre 2004 y 2006. No sólo para las organizaciones, no sólo para las veleidades de los liderazgos, sino para la zona de influencia del zapatismo y para el país todo.

La respuesta al fracaso legislativo fue replegarse a las comunidades, y desde ahí empezar a construir un nuevo modelo de autonomía. La apuesta era posible gracias a que se contaba con apoyos que llegaban vía donaciones directas y vía las ONG vinculadas a la Iglesia católica, además del trabajo casi voluntario que hicieron muchas personas de distintas partes del país y, sobre todo, gracias al compromiso con su causa de miles de bases de apoyo. Pero decidieron que para construir esa autonomía esas bases de apoyo debían renunciar a todo vínculo con los partidos políticos con registro en México, con los tres niveles de gobierno y con toda institución del Estado. Esta decisión a la larga desgarró el tejido social básico, pues en muchas localidades las bases zapatistas dejaron de participar en las actividades comunitarias, dejaron de hacer trabajo colectivo y de participar en las aportaciones, también renunciaron a todos los servicios públicos y apoyos federales. La primera muestra de ese desgarre fue lo sucedido en Zinacantán en 2004, cuando 127 familias zapatistas se negaron a pagar las cuotas de agua, entonces la autoridad comunitaria, respaldada por la presidencia municipal, decidió cortarles el suministro. El conflicto fue escalando hasta que los que estaban del lado de la presidencia municipal asesinaron a varias personas y las familias zapatistas tuvieron que huir de sus pueblos, refugiándose en San Cristóbal.

Luego de muchas negociaciones, el gobierno del estado logró que las familias retornaran a sus casas —acompañadas por una caravana de Nosotros Otros de San Cristóbal— y se mantuvo una tensa calma. Pero la comandancia zapatista exigió que el presidente municipal, que pertenecía al PRD, fuera expulsado del partido. Una comisión del CEN perredista, compuesta mayoritariamente de la corriente de los Chuchos, viajó a Chiapas a investigar el asunto y determinaron que la expulsión era improcedente. Esto motivó la furia de la comandancia y una promesa de retaliación.

La oportunidad llegaría en 2006, cuando La Otra Campaña se convirtió en campaña antiobradorista. El delegado Zero no participó de ello (o no mucho, o al menos no la incitó públicamente), pero tampoco hizo nada por evitar el giro que sus simpatizantes fueron imprimiendo a la campaña. No importaron las llamadas de atención de un importante sector de activistas e intelectuales que hasta ese momento apoyaban al zapatismo, apoyo que eventualmente decidieron retirar dados los oídos sordos que encontraron a sus múltiples advertencias.

La puntilla llegaría con el desalojo violento ordenado por el presidente municipal perredista de Texcoco a un grupo de vendedoras de flores, lo cual derivaría de forma totalmente desproporcionada en el operativo de la Policía Federal Preventiva (al mando de Vicente Fox) y de la policía estatal (al mando de Enrique Peña Nieto) al pueblo de San Salvador Atenco. Muchas personas, muchos Nosotros Otros que en ese momento estaban en un mitin de La Otra Campaña en Ciudad de México acudieron a Atenco a apoyar al pueblo y al Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra. Dos de ellos (Alexis Benhumea y Javier Cortés) fueron asesinados por la policía y 207 personas fueron detenidas, entre ellas 26 mujeres que alzaron la voz para denunciar vejaciones y violaciones sexuales por parte de la policía del gobernador Peña Nieto.

Sin embargo, otra consecuencia fue la presidencia de Felipe Calderón, a quien su amigo Luis Carlos Ugalde le otorgó la victoria electoral por una diferencia de 243 939 votos. Más allá de la discusión del fraude electoral (en cuyo caso la derrota habría sucedido independientemente de si los simpatizantes zapatistas votaban o no), el hecho es que los múltiples llamados a no votar durante La Otra Campaña fueron determinantes. No es especular considerar que, si los Nosotros Otros hubiéramos ido a votar, el resultado habría sido diferente, quizá la guerra calderónica no habría tenido lugar y la destrucción del país se habría evitado (o pospuesto). Podemos especular la cifra, se puede tomar como dato los dos millones y medio que participaron en la consulta sobre Derechos y Cultura Indígena de 1999, o bien, de forma un poco más imprecisa, calcular a ojo de buen cubero el número de personas que llenaron las plazas públicas durante el recorrido de La Otra Campaña, o bien quedarse con la impresión que siempre tuvo el zapatismo urbano de sí mismo: “somos un chingo”. Pero en todo caso, sin duda el número posible era mayor a 250 mil votos.

Aliarse o no aliarse es una discusión vieja, bizantina e irresoluble entre las izquierdas, pero asumir las consecuencias de las propias decisiones es una buena práctica de personas adultas. El sexenio sangriento y destructor de Felipe Calderón es una consecuencia de muchas decisiones que se deben asumir. Entre ellas la decisión de nombrar coordinador de campaña a Jesús Ortega, pero también fue una decisión colectiva los llamados reiterados a no votar.

Porque, a fin de cuentas, ese 6 de julio de 2006 todos nos quedamos solos.

Los que no los dejaron solos, pero se quedaron solos

Mientras que el discurso de 2019 del subcomandante Moisés desató reacciones por el tono pendenciero y altisonante, el discurso del 30 aniversario provocó una reacción muy parecida a lo que me dijo un poeta chiapaneco la semana pasada: “¿Cómo no van a estar solos, si ya corrieron a todos?”. Se podría decir que estamos ante una soledad largamente cultivada, si no fuera porque su cosecha es reconocida más como una plaga indeseada.

Ese tema de los expulsados y los vetados puede parecer ajeno para las personas que habitan las grandes ciudades de México, donde el apoyo al zapatismo es una decisión personal y muchas veces coyuntural. Los expulsados —aquellas personas que formaban parte del EZLN, sea como milicianos o como bases de apoyo— han tenido que abandonar sus tierras, sus pueblos, sus familias. Los vetados —los civiles que no son parte del EZLN pero trabajan en proyectos que acompañan al zapatismo— han tenido que rehacer su vida, renunciar a su trabajo y al proyecto por el que antes abandonaron todo (su casa, su familia, sus pueblos, su plan de retiro).

En lugares como San Cristóbal, donde ese zapatismo civil llegó a ser una enorme comunidad, el ser vetado significó durante mucho tiempo la muerte social: te corrían de la ONG, si la ONG era tuya se acababa el financiamiento, si eras dueño de un negocio la clientela y los proveedores se esfumaban, tus amigos te retiraban la palabra, corrían mil y un rumores acerca de las causas del veto, pero también sobre tu persona y tu comportamiento y, en algunos casos, incluso sobre tu desempeño en la intimidad. Pero sobre todo los vetados eran consumidos por la incertidumbre, porque nunca se explicaba, nunca había posibilidad de réplica, simplemente se te negaba el acceso a las comunidades o a los grandes eventos, sin importar trayectoria, ni si el veto era resultado de un rumor infundado. En todos los casos (los que yo conozco, al menos) la persona vetada intentaba por diferentes medios regresar, ser aceptado de vuelta. Unos mandaban cartas sin recibir nunca acuse de recibo, otros se cambiaban de ciudad y desde ahí intentaban hacer visible su incólume compromiso con la causa. Pero en ningún caso (hasta donde sé) el veto fue levantado.

Claro que muchos se cansaron de esperar y siguieron luchando en otras siglas, sea en organizaciones político-electorales o político-militares. Sin olvidar mencionar a los otros que han muerto esperando ese “perdón” que nunca llegó.

Soledades absolutas e inapelables

Hubo una ocasión en que, sin ninguna duda, el EZLN se quedó solo. Fue cuando el subcomandante Marcos se propuso como mediador para el País Vasco.[5]

Ahí sí, definitivamente, iban solos.

Cadiquien su soledad

Y todo esto que vemos nos produce gran asombro por ver la estupidez de los neoliberalistas que quieren destruir toda la humanidad con sus guerras y explotaciones, pero también nos produce gran contento ver que donde quiera salen resistencias y rebeldías, así como la nuestra que es un poco pequeña pero aquí estamos. Y vemos todo esto en todo mundo y ya nuestro corazón aprende que no estamos solos.

Sexta Declaración de la Selva Lacandona

Creo que el subcomandante insurgente Moisés tiene razón: están solos. Pero me parece que la suya ha sido una soledad muy concurrida.

No es mi intención contradecirlo. La percepción de soledad no se le regatea a nadie. Y tienen razón los zapatistas cuando dicen que no le deben absolutamente nada a nadie, que fue su sangre, y no la de todos estos Nosotros Otros arriba mencionados, la que alumbró el enero de 1994.[6] Estoy seguro de que muchas de esas personas que aparecen en estas líneas también se sienten solas, igual o más solas que como estaban hace 30 años. Pero quizá es tiempo de que todos aquellos Nosotros Otros, que iluminaron con sus cuerpos, sus palabras y su sangre la historia de estos 30 años posteriores a aquel enero, dejen de ser un accesorio descartable, una pieza de utilería sin nombre. Quizá es tiempo de que le den una oportunidad a la palabra y empiecen a contar su propia historia, su propio cuerpo, su propia sangre.

La transformación que desde 1994 han experimentado las comunidades zapatistas va más allá de las armas. Todos esos cambios del día a día, de construir lo común desde abajo, son más importantes y trascendentales que cualquier comunicado o pendencia entre liderazgos, y esas transformaciones serán narradas (deben ser narradas) por los propios integrantes de los pueblos que las pusieron en práctica, y ojalá que su palabra y su evaluación se escuche a pesar del ruido que hagan las siglas que porten. Porque mucho se puede aprender y es también mucho lo que no sabemos de cómo fue ese andar cotidiano de inventar y construir mundos diferentes.

Pero también creo que toca a esos Otros Nosotros, desde su soledad, pensarse y repensarse más allá de la larga historia de desencuentros. Dejar, de una vez por todas, de pensarse como “los que ayudan” o “los que acompañan”. Han dado su propia lucha y han construido su propia historia, una historia que por momentos les llevó a caminar junto al EZLN, por otros momentos junto a sus propias organizaciones y, en otros momentos muy distintos, con los partidos, pero siempre peleando por lo que creyeron justo y lo que creyeron necesario. Quizá es buena idea respaldar las luchas de los pueblos por una paz con justicia y dignidad, independientemente de quién porte la bandera. Quizá es buena idea también recordarnos, a nosotros los de entonces y a nosotros los de ahora, que para esa paz llegamos, para esa paz luchamos y que no permitamos nunca que el ensordecedor sonido de las armas nos derrote.


Notas

[1] La marcha del 12 de enero fue multitudinaria y cuenta como la primera. Sin embargo, el 7 de enero marcharon decenas de organizaciones sociales en el entonces Distrito Federal. El 10 del mismo mes también se movilizaron ONG de San Cristóbal de Las Casas, aunque de esto no hay registro en prensa.

[2] Fitzcarraldo, de Werner Herzog, es una película acerca de un comerciante irlandés que desea construir un teatro en la selva. “Para lograrlo, tendrá que hacer una fortuna en la industria del caucho, y su astuto plan consiste en transportar un enorme barco por el río y pasando una pequeña montaña con la ayuda de los indígenas locales”. La referencia fue usada por el subcomandante Marcos durante la Convención Nacional Democrática.

[3] No solamente las y los diputados federales del PRD (y cinco del PRI) apoyaron la Ley Cocopa, sino también los diputados locales perredistas de varios estados, donde tampoco tenían un número considerable para cambiar el sentido de la votación, aunque todo eso fue muy poco registrado por la prensa capitalina. Aquí una nota sobre la discusión en la Cámara de Diputados.

[4] La referencia es a una frase que Cuauhtémoc Cárdenas le dijo a su hijo Lázaro, en ese momento senador del PRD.

[5] En diciembre de 2003, el subcomandante Marcos se autopropuso como mediador entre el gobierno español y la organización ETA. La propuesta fue rechazada por ambas partes y por buena parte de la opinión pública. Incluso el cantante Joaquín Sabina —que el año anterior había comercializado una canción coescrita con Marcos— les criticó y marcó su distancia. La respuesta de ETA estuvo excedida de soberbia y arrogancia.

[6] Al finalizar la Convención Nacional Democrática, el subcomandante Marcos le dirigió estas palabras a quienes habían llegado buscando alianzas y declaraciones en favor de unos u otros: “No les debemos absolutamente nada. Solos iniciamos, solos peleamos, solos nos morimos, fue nuestra sangre, y no la de ellos, la que alumbró el 94”.


*Fuente: https://revistacomun.com/blog/30-anos-de-soledad-del-subcomandante-insurgente-moises/

Comparte: