“Está siendo una de mis peores actuaciones”. La frase de Ramon Mirabet, pronunciada a medio concierto, no era ninguna justificación para blindarse ante las críticas negativas. En realidad, se trataba de un lamento, pero en tono desenfadado, desde la humildad del perfeccionista que le gusta cuidar cada detalle y ofrecer el 200% al público.

Ramon Mirabet en Apolo de Barcelona

Lo cierto es que la noche anterior el artista de Sant Feliu de Llobregat tenía décimas de fiebre, cosa que no restó majestuosidad a su voz ni un ápice de consistencia al show “De la calle al Apolo” con el que puso el broche de oro a su ópera prima, “Happy days”. Demostró que no es ninguna moda y que tras su apariencia de niño ingenuo que no ha roto nunca un plato se esconde un músico que aúna sensibilidad, alma y corazón. El abc del artista honesto y apasionado.

Ramon Mirabet apareció en el programa de Buenafuente y fue finalista de Operación Triunfo en Francia, país en el que maduró tocando en la calle, solo o en compañía de Joan Rovira, cantautor de Camarles. El Pub Mediterráneo de Barcelona, el Racó de la Calma de Sitges y las escaleras de Montmartre han sido testimonio excepcional de su voz rasgada y generosa (por amplia) que también puede alcanzar altas cotas de dulzura. A su lado, un extenso combo jazz-soul que desgranó las once piezas del disco, más algunas versiones, incluida alguna canción del segundo álbum previsto para otoño.

Ramon Mirabet

Con su voz rota, casi negra, próxima a las de Paolo Nutini o John Fogerty (líder de Creedence Clearwater Revival) pero también aterciopelada, abrió de la manera habitual, con “Sinnerman” de Nina Simone. Tuvo tiempo para revisitar clásicos como “These boots are made for walking” de Nancy Sinatra, “Bring it on home to me” de Sam Cooke, “The house of the rising sun” de The Animals o “Tender” de Blur con el coro Just Gospel, invitar a cantar a su propia madre, “la mujer de su vida”, y dejarse acompañar por el grupo de música tradicional Riu. Quizás porque la procesión iba por dentro, los monólogos intercalados tuvieron un tono más tranquilo y menos humorístico.

“A veces, los sueños se hacen realidad”, recordó Ramon Mirabet. Preciso, precioso e íntimo para las 1.200 personas que agotaron las localidades del recinto. La balada pop que da título al disco cerró casi dos horas de un espectáculo vitamínico y luminoso. Ni rastro de fiebre en una noche que admitió haber sido dura pero feliz. Dulce enfant terrible. Oh happy days!

Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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