Ilustra Ricardo Jurado.

Nunca han sido bien vistos los librepensadores en España. La respuesta hacia ellos siempre ha sido la misma: represión, exilio o muerte. Nuestra historia está repleta de gentes que fueron maltratadas y juzgadas por alejarse de las estrechas mentes del poder, por insubordinarse a la autoridad y por mostrar a los demás el camino de la reflexión propia y el librepensamiento. Estas personas supieron escapar de la red que el sistema lanza sobre nosotros en el momento en que nos asomamos a este mundo. Las fuerzas hegemónicas se encargan de ensuciar las almas puras de los niños para arrojar sobre ellos prejuicios que más tarde marcaran sus vidas, siempre y cuando no sean capaces de asumir el peso del pensamiento crítico. No es sencillo despojarse de los designios que el poder guarda para nosotros, los cuales nos convierten en seres afines en resignación y sumisión. La división de clases es algo más que una característica del capitalismo: es la estrategia que sale de las entrañas de aquellos que se proponen despellejarnos hasta el fin de nuestros días. Los que se posicionan en la cima de la vergonzante escala jerárquica que rige nuestras vidas disfrutan tirándose a nuestros cuellos, apretando cada vez con más fuerza.

En España, la opulencia y la tiranía se pueden medir en el Congreso de los Diputados, en los edificios militares, en los tribunales o en las sedes de la Conferencia Episcopal. Organismos públicos dedicados al abuso de poder en una democracia fallida desde sus inicios. Muestra de ello es el cerco al que determinados grupos han sido sometidos en el transcurso de las cuatro décadas anteriores. Hoy, el asedio a aquellos que se han rebelado contra la injusticia impuesta por el régimen político, ha llevado a muchos a reflexionar sobre el sistema que venían acatando durante años. Esta bocanada de pensamiento crítico está molestando sobremanera a las elites, que nos prefieren adormecidos. La violencia del Estado se vuelve contra nosotros cada vez con más firmeza. Son ya demasiados los acusados por delitos reinterpretados por el poder judicial y amparados por el político, los cuales están aplicando medidas revanchistas contra quienes cuestionan los dogmas establecidos.

Uno de ellos es Willy Toledo, situado en el punto de mira desde hace años por sus posicionamientos ideológicos. Es alguien que ha aprendido a hacer del activismo y la solidaridad una forma de vida, a diferencia de los que sólo defienden una causa cuando sufren sus consecuencias en primera persona. Toledo ha participado en encierros, manifestaciones y todo tipo de acciones en defensa de los derechos humanos y civiles de diferentes colectivos. Denunció el sometimiento del pueblo saharaui, despertó consciencias entorno a la Guerra de Irak, contó los horrores del conflicto palestino-israelí, anunció la inhumanidad de la Ley de Extranjería de Aznar… No es extraño que haya sido detenido y procesado en varias ocasiones.

Toledo ha conseguido plasmar buena parte de su posicionamiento político en un grupo teatral llamado Animalario, del cual es fundador junto con Alberto San Juan. Es alguien ligado a la cultura y, ya se sabe que, en España, la cultura es un bien muy nocivo para los intereses de las elites, por eso se encuentra privatizada. El teatro, en concreto, es un medio de reflexión que asusta al poder.

Willy Toledo hace públicas sus ideas en las redes sociales y en las entrevistas, y es notorio el escarnio al que, posteriormente, se ve sometido por parte de los medios de comunicación. En los medios más reaccionarios, son frecuentes los insultos hacia su persona y, en los demás, se le tilda de antisistema. En demasiadas ocasiones, quienes se consideran antisistema son tratados con sarcasmo, al igual que aquellos que se llaman comunistas. La persecución ideológica es un hecho en este país, que no cesó con la entrada de la democracia. Se ha perseguido judicialmente a grupos y personas individuales por su ideología, lo estamos viendo en los últimos meses con las detenciones de los líderes de los partidos independentistas catalanes, pero lo que no se conoce es que las persecuciones ya se daban en las últimas décadas.

Willy Toledo ha sido muy claro, también, en relación a las prácticas criminales de la policía española: la tortura. Varias organizaciones han denunciado estos hechos, que jamás han sido noticia en los medios oficiales. Si no hay noticia tampoco hay conocimiento, lo que garantiza la impunidad de los responsables. El actor ha tenido que emprender el camino del exilio profesional, ya que desde hace varios años no puede trabajar en España, fruto de dicha persecución. Actualmente, está acusado de un delito contra los sentimientos religiosos que, como él mismo afirma, demuestra que la persecución de la blasfemia sigue vigente en la España retrógrada en la que vivimos. En alguna entrevista, Toledo ha afirmado ser un fracaso escolar. No es para nada extraño, ya que en el sistema educativo no se fomenta el pensamiento crítico, sino que se antepone la memoria a la reflexión. Todo se encamina a crear seres obedientes y crédulos, destinados a no cuestionarse las versiones oficiales de quienes nos manipulan. Willy Toledo, como tantas otras personas que alzan la voz en contra de la opresión, constituyen la actual intelectualidad española, tan escasa en la historia del país, y tan imprescindible en estos momentos.

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