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72 horas después de la final de copa en el Camp Nou, lo único que llena tertulias y rasga vestiduras es la monumental pitada contra el rey y el himno. Antonio Machado, el mismo que dijo aquello de “Castilla miserable, ayer dominadora, hoy envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora”, también avisó que en España, “de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa”.

Sólo así se puede entender la denuncia contra Ángel María Villar y los aficionados del Barça y el Athletic de Bilbao presentada por Manos Limpias, sindicato de ultraderecha que hace el juego sucio al PP. Por suerte y pese a la politización (españolización o peperización) de la justicia, el magistrado Santiago Pedraz ha dejado bien claro que pitar el himno está amparado en la libertad de expresión y que en ningún caso es penalmente relevante porque ni constituye injuria al monarca ni apología del odio nacional y ultrajes a España. El mismo pronunciamiento realizado en el 2009 ante idéntica acción. Derechos Humanos, a través de su cuenta oficial, también ofreció un posicionamiento inequívoco: “Aplaudir, pitar o silbar para mostrar acuerdo o rechazo son formas pacíficas y democráticas de ejercer el derecho a la #LibertadDeExpresión”.

Éste es el quid de la cuestión: nadie ha querido buscar las razones de estos silbidos, usados doblemente: por un lado, por la caverna deportiva madrileña (Marca, As…) para minimizar la obra de arte de Messi y el fallido discurso del fin de ciclo y, por el otro, por el PP como fabulosa y gruesa cortina de humo ante la debacle en las elecciones municipales y la sospechosa destrucción de documentos. Igual que ha hecho en alguna ocasión Moratinos con Gibraltar. Y en medio del ruido, te las meten dobladas: el TC anuló la ley catalana del depósito bancario catalana y días atrás la Audiencia Nacional avaló que el examen de acceso a abogacía se haga sólo en castellano en Catalunya.

Una monarquía impuesta a dedo por un dictador, un Estado teóricamente plurilingüe según la Constitución que a la práctica es monolingüe y monocultural, la negativa a reconocer el derecho de autodeterminación o la imposibilidad de someter a referéndum la forma de gobierno (monarquía o república)… son algunos de los motivos más que justificados para silbar un Estado inmerso en una tradición de persecuciones, censuras y prohibiciones de la lengua y cultura catalana y vascas desde hace 300 años. Los que se indignaron ante la pitada, o desconocen estos motivos (¿ingenuidad tremenda o lógica consecuencia de un adoctrinamiento y manipulación históricas?) o están de acuerdo con esta política discriminadora que forma parte de su realidad, de su paisaje natural, de su particular concepción de la democracia.

Si a eso se le añade la utilización del TC para declarar que Catalunya no es una nación, la transformación del catalán que se habla en la Franja en LAPAO, la negativa que el catalán sea oficial en la Unión Europea, el bloqueo del Corredor Mediterráneo, la prohibición de una consulta democrática y pacífica, la querella a Mas, la suspensión al juez Vidal por redactar un borrador de Constitución catalana, el expolio fiscal o las comparaciones del soberanismo con el nazismo o el yihadismo por parte del ministro de Interior y un larguísimo etcétera, todo encaja. Munición antidemocrática que carga de aire los pulmones. Entonces es lógico que se aproveche esta oportunidad para silbar el himno y el Rey de un Estado que promueve todo eso. Y aún me parece civilizado resumir el enfado en un silbido. ¿Si un Estado hubiera humillado su lengua, cultura y economía, no silbaría el himno y el rey que lo simbolizan? Por cierto, su padre, Juan Carlos I,  ya fue silbado en el Liceu.

Al margen de las siglas que gobiernen en los distintos momentos históricos, el responsable de todo ello es un Estado que, lejos de esforzarse por unir, integrar y celebrar la riqueza de distintas naciones y sensibilidades, se ha dedicado en cuerpo y alma a reprimir, uniformizar y recentralizar. Bajo el prisma de una falsa superioridad legal y moral que se resumiría así: “Yo soy Estado y los demás regiones, yo hablo un lengua y los demás, un dialecto para ir a la contra. Y este es mi himno”. Seguro que el himno de Riego, el auténtico himno democrático de España, hubiera sido acogido de otra manera, igual que la bandera tricolor. Y poner los himnos de ambos clubes o los himnos de ambas naciones hubiera sido una buena solución.

En este caso, las hipocresías son numerosas y variadas: desde los que ahora, por una extraña amnesia, no recuerdan que en el 2012 el Calderón pitó La Marsellesa y en el Bernabéu el himno turco, hasta el sonoro abucheo que recibió Zapatero el 12 de octubre del 2010. Entonces el PP clamaba por la libertad de expresión, pero ahora quiere una ley sancionadora que ya no tendrá tiempo de tramitar. Sin olvidar todos los que proclamaban ‘Je suis Charlie’ a raíz de los atentados en París contra los dibujantes del semanario satírico.

La polémica también ha servido para tapar la convivencia modélica entre aficionados culés y ‘leones’, no como sucedió en el 2014 en Mestalla, con aficionados madridistas intentando atropellar a azulgranas y policías repartiendo estopa a personas por el simple hecho de llevar esteladas. Mientras tanto, en la fanzone madridista se agitaba impunemente una bandera nazi, del mismo modo que se ven banderas con pollos y aguiluchos en la zona de los ultrasurs del Bernabéu.

No deja de ser curioso que las iras e insultos se hayan dirigido mayoritariamente a los seguidores azulgranas, teniendo en cuenta que las gradas estaban ocupadas mayoritariamente por ‘leones’. Pero ya sabemos que la catalanofobia vende y da réditos electorales: sólo hace falta recordar los que se alegraron de las víctimas del accidente de Germanwings porque eran catalanes, los que hicieron lo mismo con los incendios del Empordà en el 2012 o los que amenazaron de muerte a la waterpolista Roser Tarragó por incorporar una pequeña estelada en su cuenta de Twitter o al jugador de hockey Alex Fàbregas, simplemente por decir que se sentiría más cómodo jugando en una selección catalana. Y ambos fueron claves en la consecución de éxitos para la selección española en sus respectivos deportes.

De hecho, la pitada originó un alud nada despreciable de comentarios intolerantes en las redes sociales (básicamente Twitter) en la que algunos incluso hablaban de poner una bomba en el Camp Nou. No consta que nadie haya movido un dedo para denunciarlo.

Los que se encolerizaron con la pitada son los mismos que callaron de manera cobarde y cómplice al archivarse las amenazas de muerte contra Mas y Junqueras proferidas por ultras en la última celebración de la Hispanidad. Los líderes de Falange, Alianza Nacional y Democracia Nacional defendieron poner ambos políticos catalanes ante un pelotón de fusilamiento, cosa que parece no cuadrar con el concepto de ‘incitación al odio’ del artículo 510 del Código Penal. La misma impunidad que protege los gritos de ‘Puta Barça y Puta Catalunya’ que se escuchan desde hace mucho tiempo en algunos estadios (y cada quince días en el Bernabéu) o la canción ‘Messi Messi subnormal’.

A los que no sólo se ofendieron por los silbidos sino que aprovecharon para sacar a relucir la cansina acusación de que el futbol no se puede mezclar con la política, les voy a refrescar la memoria. Para empezar, el Real Madrid bautizó su estadio con el nombre ‘Santiago Bernabéu’, exjugador y expresidente que también fue militar franquista. Precisamente el régimen que posteriormente fusiló al presidente azulgrana Josep Suñol y que años más tarde decidió que Di Stéfano jugara en el club blanco, en una de las operaciones más mafiosas y vergonzantes de la historia, con amenazas y chantajes incluidos.

En tiempos más ‘democráticos’ también hay ejemplos: la recalificación de la ciudad deportiva en el 2000, también conocida como pelotazo urbanístico o la financiación del fichaje de Cristiano Ronaldo, con Bankia por medio. Como guinda, el caso Neymar, llevado de una manera raramente vertiginosa y anunciando novedades después de cada victoria deportiva. Un proceso repleto de irregularidades que el juez Elpidio Silva ya se encargó de desenmascarar. Otro signo de politización es que en ningún otro país europeo existe una ‘copa del Rey’, sino que se disputan copas, a secas. Y el colmo de la politización es que el autor del comunicado de la Federación Española, Manuel Roca Basanta, fue jefe de sección del periódico falangista Arriba.

Finalmente, otra burda pero cotidiana politización es que el Barça sea recibido siempre con banderas españolas en la mayoría de estadios de la liga: la afición azulgrana, tanto en los partidos de futbol como en los de las demás secciones (baloncesto, fútbol sala, balonmano o hockey sobre patines) siempre lleva senyeres y esteladas, con independencia de que el rival sea el Madrid, el Bilbao o el Sevilla. No se puede decir lo mismo de algunas aficiones, que sólo llevan al campo la rojigualda cuando les visita un equipo catalán o vasco. Teniendo en cuenta que España, la españolidad o el factor nacional/patriótico no han jugado absolutamente ningún papel en la historia de estos clubes, a diferencia del Barça, íntimamente asociado a la nación catalana por una simple razón: quedó como el único refugio/símbolo/espacio de libertad e identidad en un régimen dictatorial que abolió todo signo de catalanidad.

Para completar el cuadro, el papel miserable que jugaron algunos medios. En El Mundo hablaban de “la sonrisa taimada” de Mas, en uno de aquellos análisis psicológicos tan habituales que se hacen en los casos morbosos ante la ausencia de noticia y para justificar un discurso preconcebido con conclusiones ya preestablecidas. El que sí sonrió abiertamente fue el delantero del Bilbao Aduriz, a quien no se ha reprochado nada.

Jorge Reverte, periodista de El País, -aquel medio que hasta el 2012 no se mojaba en temas identitarios pero que desde el inicio del proceso enarbola la bandera del españolismo rancio porque ha decidido que la independencia es automáticamente mala y se debe combatir con hostilidad y beligerancia-, hizo méritos para ser el próximo fichaje de Intereconomía o 13 TV al sentenciar que “el himno vasco habla de soldados y violencia, y el catalán de una disparatada orgía de golpes de hoz contra cuellos castellanos”. Reverte ignora o no quiere saber la historia d’Els Segadors: la Guerra de los Treinta Años originó un gasto terrible y Felipe IV de Austria, rey de España, forzó Catalunya a aportar hombres y dinero a  la guerra y a acoger las tropas imperiales para defender la frontera española del ataque francés. En este contexto, la violencia y los abusos de los soldados del conde Duque de Olivares, primer ministro de Felipe IV, provocaron la animadversión del pueblo catalán, que se rebeló en defensa de la libertad de la tierra.

Mención aparte merece el programa ‘El Chiringuito’ conducido por Josep Pedrerol, que pasó de periodista serio a marioneta de Florentino Pérez y del establishment madridista. El cuadro era flamenco: Roncero, un ultra sur con el ceño fruncido y cara de amargado que cuando España se pinta la rojigualda en la mejilla, se presentó en plató con la camiseta de la selección española. Hermel, un ‘periodista’ francés cuya única razón para ser madridista es que su colega Benzema juega en el Madrid, decía que la estelada representa el odio a España. Una barbaridad que reafirmaba su compañero Iñaki Cano, que añadía que la estelada es ilegal porque es inconstitucional. En primer lugar, no existe en el ordenamiento jurídico español ninguna norma que diga eso y, en segundo lugar, la estelada es la senyera más dos elementos: el triángulo azul representa el azul del cielo (la humanidad) y la estrella blanca simboliza la libertad, colores relacionados con los ideales de la revolución francesa.

El pasado lunes, Ernesto Sáenz de Buruaga organizaba con toda solemnidad un debate en TVE1 (la pública, la pagada por todos) en la que causalmente los seis invitados eran españolistas de derechas que opinaban lo mismo: escándalo ante la pitada y comentarios bochornosos, como uno que la comparó con la kale borroka.

En plena polémica, a nadie le pareció importar que un grupo de fascistas cantara el ‘Cara al sol’ ante la sede de en Ferraz para que el PSOE no pacte con Podemos. En este sentido, Errejón fue el más inteligente: dijo que entendía que a alguien le pudiera ofender la pitada pero que la libertad de expresión estaba por encima. Quizás para pescar votos en Catalunya ante su discurso ambiguo en la cuestión soberanista. Pero Spain es different: aquí se legaliza el partido Amanecer Dorado mientras que en Estados Unidos quemar una bandera no es delito. Pequeños matices democráticos.

Mientras la Comisión Antiviolencia debatía el asunto en tono ceremonioso –entre los asistentes había un guardia civil al que sólo le faltaba el tricornio-, todavía está sin sancionar el aficionado del Deportivo que murió a manos de ultras colchoneros. Pero la Federación Española de Futbol está anclada en el guerracivilismo entre el ‘inmortal’ Villar que se niega a abandonar la silla y Javier Tebas, antiguo delegado provincial en Huesca de Fuerza Nueva. El fortísimo poso de franquismo sociológico que denuncia el profesor madrileño Ramon Cotarelo.

Como muestras de sensatez, la frase del jugador Mikel Rico, que después del partido recordó que hay cosas más importantes de las que preocuparse. El paro o la corrupción de los patriotas que aplauden con las manos en Suiza. Risto Mejide, en Twitter, era claro: “Oye, ¿y si pitamos el paro? Igual así mueven el culo y hacen algo para acabar con él de una puñetera vez”. Para acabar, entre tanto energúmeno, dos comentarios ingeniosos y enjundiosos encontrados en las redes sociales. El primero, en Twitter:

“Silbar=violencia Poner urnas=querella Escribir Constitución Catalana=inhabilitación Tortura animal=arte / Cinco días lleváis hablando de los pitos. Cinco. Suerte que sois ciudadanos del mundo ajenos a naciones y símbolos”

El segundo, en Facebook:

“Alguien debería explicar a los españoles que politizar el deporte no es pitar un himno, sino ponerlo en un partido de fútbol. Alguien debería explicar a los españoles que cuando se pone una canción o un himno, si se le puede aplaudir, se le debe poder silbar también. Que si eres libre de aplaudir la entrada del Rey o de quien sea a un estadio, debes ser libre de mostrar tu rechazo o enfadado también. Que a eso se le llama libertad de expresión y democracia. Alguien debería explicar a los españoles que el torneo de copa en realidad ni es del rey ni es de España ni es de nada…. que en todas las federaciones internacionales hay dos tipos de competición: liga(trofeo regular) y copa (trofeo por eliminatorias) u que eso del Rey es una patraňa, que ha sido del Rey, de la coronación, de la república, del generalísimo y eso es solo una forma de llamarle y que jugar al fútbol no te hace partícipe ni afín a la coletilla del nombre del trofeo según el momento histórico o la moda del momento

Que por jugar al fútbol no tienes porque cargar con ideologías, que a eso se le llama politizar el deporte. Es como llamarle Copa Coca Cola y decir que si no te gusta la Coca Cola no la juegues…”.

Ahora son libres de silbar este artículo y a su autor.

Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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