Decidimos asomarnos un poco más. La azotea se abría a la intemperie del plomizo cielo que caía sobre la ciudad. Al mirar hacia abajo me sobresalté y como acto reflejo busqué su mano y la agarré con fuerza, para pocos segundos después mirarle con timidez en tono de disculpa y retirarla de inmediato. Yo había visto cómo el agua se arremolinaba en las esquinas de la calle y las aceras ya ni siquiera se veían. Todo se iba anegando a un ritmo vertiginoso.

Regresamos a su apartamento sin mediar palabra, los dos más bien incómodos ante la situación que se anunciaba. Yo había previsto marcharme en cuanto saliera el sol, de hecho ya tenía todas mis cosas preparadas para salir pitando de allí. Pero durante la noche había llovido de una forma incesante y aún continuaba haciéndolo, el tiempo parecía estar enfurecido y estaba causando verdaderos estragos en la ciudad. Obviamente, de ninguna manera se podía salir a la calle en esas circunstancias.

Él me ofreció una taza de café caliente y nos sentamos en el pequeño sofá que acomodaba un poco aquel apartamento algo destartalado. Parecíamos dos estatuas a punto de romperse por la tensión que allí se palpaba. Tuve que hablar, ese silencio definitivamente no era de los que me gustan. Le dije que me iría en cuanto las cosas volvieran a la normalidad ahí fuera, que si tenía asuntos de los que ocuparse los atendiera y se olvidase de que yo estaba allí. Realmente yo deseaba que lo hiciera, que cada uno estuviese a lo suyo porque no sabía cómo actuar frente a una situación así. Él fue tan amable como lo había sido durante la noche, con pocas palabras, pero muy precisas, me sonrió y con su mano en mi antebrazo me dijo que todo estaba bien así.

Nos habíamos conocido la noche anterior cuando coincidimos resguardándonos de la lluvia bajo el toldo de un comercio, que poco después cedió por el peso de tantísima agua. Corrimos entre risas y algo de euforia por la situación y llegamos hasta unos soportales cercanos al edificio en el que él vivía. Me lo dijo un poco más tarde, cuando habíamos cubierto de charla casi toda la filmografía de Giórgos Lánthimos, ya que ambos nos descubrimos apasionados por sus películas. Y la pasión por el cine, desembocó en pícaras miradas, roces mal disimulados y finalmente, besos que acaloraron bastante nuestros ánimos en esa noche tan poco apacible. Así fue como terminé pasando la noche en su cama.

Ahora parecíamos dos personas diferentes. Nada de lo que nos había ocurrido había estado previsto, sin embargo, cuando hubo un propósito claro como fue el pasar la noche juntos, supimos funcionar con naturalidad. Y en éste momento, los nervios por cumplir con las expectativas que suponíamos del otro y el miedo porque se notase, mantenía esa extraña atmósfera de vergüenzas.

Lo que ocurrió entonces, fue lo que conservo con más cariño en el recuerdo de aquel encuentro. De pronto, él dejó su taza de café en el suelo y se sentó de lado frente a mí. Me confesó lo mucho que le estaba costando sobrellevar la situación en la que nos encontrábamos, que no sabía cómo actuar y que le disculpara por ello. Escucharle y sobre todo, sentir su mirada tan clara y sincera, me calmó tanto que le abracé. Me sentía absolutamente identificada y así se lo hice saber.

Todo cambió de forma radical tras aquella confesión, los dos nos relajamos del todo y la cosa fluyó increíblemente bien. Decidimos poner una película de nuestro director fetiche y disfrutamos compartiendo un intercambio de enfoques superinteresante. La situación en las calles se solucionó unas horas más tarde, cuando cesó la lluvia y los equipos de emergencias se pusieron manos a la obra, restableciendo la normalidad. Yo regresé a mi casa entonces, con una estupenda sensación de paz y reconciliación conmigo misma.

Porque hablar sobre lo que nos ocurre lo identificamos con meter la pata en muchas ocasiones, como si la vulnerabilidad y la sinceridad emocional fueran un tabú del que huir despavoridos. Puedo decir que a partir de aquel día, cada vez que me muestro abiertamente como estoy y como soy, las cosas funcionan. Que la fragilidad del cristal no implica debilidad, si no todo lo contrario.

marta pérez fernández revista rambla

Madrid. La expresión en todas sus formas. Amante de la música y las letras. Apasionada por el dibujo y el deporte. Estudié música, comencé con cuatro años y toqué el violín hasta cumplir los dieciocho. Desde entonces, Londres, Barcelona y Madrid han supuesto grandes experiencias vitales. Escribo porque tengo mucho que decir y necesidad de comprender.

Comparte: