Hace unos días me encontré el servicio de urgencias cerrado y tuve que ir al hospital que estaba totalmente saturado. Mientras tanto, leí en el móvil que había subido mucho el consumo de ansiolíticos y antidepresivos en la población española. ¿Tendrá que ver con la pandemia y la inflación?
En la sala de espera incluso me dio tiempo de cerrar los ojos. Soñé con un soldado ruso que se negó a luchar y lo internaron en un manicomio. Un hombre que se avergonzó de lo que estaba pasando en Ucrania. La violencia engendra violencia. En efecto, este hombre no tenía palabras para describir la locura colectiva que hace luchar vecino contra vecino, a veces incluso hermano contra hermano. En otras palabras, no quería participar de la barbarie indescriptible que tiene lugar en una guerra. Pero en su mente recordaba las palabras de dos poetas, que en distintas épocas, denunciaron la maldad y la violencia gratuita. Charles Baudelaire en su poema «El albatros» y Charles Bukoswki en su poema «El genio de la multitud». Ambos poemas hablaban de lo mismo. De una maldad que se esconde en el corazón de los hombres vulgares, una maldad que está en la naturaleza humana y que es la única explicación para que los hombres no abandonen al unísono, todas las batallas. Afortunadamente, este hombre había escuchado a John Lennon y sabía que no estaba loco y que no era el único.
Es más, otro enfermo que había allí dentro le habló del famoso experimento Rosehan. Un experimento llevado a cabo entre 1968 y 1972 por el psicólogo americano David Rosehan. Dicho psicólogo convenció a unos amigos que eran personas normales y estaban perfectamente integrados en la sociedad, para que descuidaran su higiene unos días y se presentaran ante un psiquiatra diciendo que estaban sufriendo alucinaciones. A pesar de estar cuerdos, todos fueron internados, y algunos cuando les dijeron que estaban bien no pudieron salir durante meses. Además, una vez dentro, fueron obligados a tomar tratamiento médico y aceptar que estaban locos. Más tarde, cuando se supo públicamente que todo formaba parte de un estudio que cuestionaba el diagnóstico psiquiátrico, uno de aquellos establecimientos desafió a Rosehan para que volviera realizar su experimento. Rosehan aceptó. De los 193 pacientes que ingresaron, la institución identificó a 41 como pseudopacientes, pero Rosehan no había enviado a ninguno. El estudio concluyó que los hospitales tenían dificultades para distinguir a los cuerdos de los locos. A partir de entonces, comenzaron a utilizarse los test para el diagnóstico psiquiátrico y se intentó humanizar más el trato de los enfermos.
Ya señaló Michael Foucault que es el poder el que señala la raya que diferencia donde empieza la locura. Porque sepamos diagnosticarlos o no, locos, hay muchos, de hecho, imagino que en el ejército ruso se deben de estar produciendo deserciones masivas y los manicomios deben de estar más llenos que nunca de gente normal y corriente, que por tener objeción de conciencia, es obligada a medicarse y aceptar que padece, quizá para toda la vida, una enfermedad mental.
Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.