Kawase retoma los temas que identifican su cine como algo muy personal, y esta vez los asume desde un punto de vista más amable, menos hermético, mucho más comprensible para el público. El resultado final no se encuentra, para mi gusto, al nivel de las excelentes “El bosque del luto” y “Still the water”, pero el conjunto es tan notable que, puesto en comparación con muchísimo otro cine, alcanza las cotas de maestría en muchos de sus momentos colocando los sentimientos a flor de piel. Kawase se centra en tres personajes que podrían haber salido de las novelas de otro japonés que me gusta, aunque creo que está perdiendo fuelle literario, como es Murakami. Las tres edades tan bien representadas en “Still the water” vuelven a representarse en una dura prueba de renuncia a vivir, por un lado, y de optimismo frente a la adversidad, por otro.
La película indaga en la vida de un pastelero dedicado exclusivamente a hacer dorayakis, un postre japonés relleno de “anko”, el an del título, una pasta dulce hecha a partir de judía roja, un pastelero de escaso éxito y encadenado a un negocio que no le gusta y que no es suyo como consecuencia de una deuda del pasado, y también por no atreverse a decir no en alguna ocasión. A la vida de Sentaro llega una anciana con las manos deformes, que sobrepasa los 70 años de edad y que se ofrece como trabajadora ayudante de cocina, a cualquier precio, para ayudar a Sentaro y hacer un “anko” de calidad, alejado de la pasta industrial que utiliza. La llegada de Tokue no es tomada en serio por Sentaro, quien cree imposible que una anciana de esa edad pueda hacer frente a jornadas de trabajo tan largas y de tanto esfuerzo hasta que prueba el trabajo de la mujer. Una adolescente melancólica, solitaria y decepcionada con su madre cierra el trío como cliente habitual de la tienda, un lugar en el que refugiarse para no estar en su casa, un lugar en el que, finalmente, Tokue trabajará para Sentaro y los tres irán forjando una relación basada más en las reflexiones y confidencias de la anciana que en la conversación entre los tres.
El pasado y presente de Tokue guarda un hecho que no conviene publicar, en Japón, como en España, la superstición y las ganas de hacer daño forman parte de nuestra forma de ser, un comentario ingenuo de la joven a su madre provoca que el éxito de los dorayakis una vez que Tokue haga la pasta, se transforme en abandono y huida de la clientela cuando conozcan lo que Tokue esconde. Cuando la anciana opta por abandonar el trabajo y refugiarse en su residencia, tanto en la joven como en Sentaro pesará el vacío y la ausencia, el dolor de la injusticia, se reavivará el trauma personal de cada uno y las noches volverán a ser largas y solitarias. La ausencia de Tokue se acompañará con la imposibilidad de encontrarla. Es a partir de entonces cuando la película de Kawase se transforma en el verdadero cine de Kawase, la contemplación, el lento discurrir de la vida, la naturaleza, los árboles, los arroyos, las flores, siempre presentes en la película, se hacen más y más constantes, más y más significativos de cómo nuestra vida puede armonizar con el espacio natural de manera fluida.
Kawase hurga en cierto pasado japonés y en la forma de tratar una enfermedad que prácticamente ha sido erradicada en los países occidentales, si a Tokue la enfermedad le ha dejado marcas externas visibles, a Sentaro su enfermedad personal le ha herido profundamente en su interior. Es más dolorosa ésta porque no se ha querido asumir, se ha dado por definitiva la derrota antes de tiempo, y la presencia de Tokue demuestra todo lo contrario a las dos generaciones siguientes, que hay que querer una cosa y atreverse a hacerla, o al menos intentarlo. Algunas estarán prohibidas y otras serán imposibles, pero abandonar antes de plantearse la posibilidad de hacer algo sólo conduce a la frustración y al desamparo, para Sentaro a una vida en soledad y rodeado de alcohol, a la joven hacia un estado de melancolía e imposibilidad de relacionarse con nadie que no sea especialmente cercano o sensible. Sólo Kawase puede transformar en poesía auténtica la elaboración de una pasta dulce de judías en el intercambio de ayuda entre el pastelero y su vieja ayudante, el mimo y el cuidado en la elaboración como la perfección y simetría de los campos de te o el magnético azul de las aguas de los mares tropicales de Japón, la alegría de un trabajo bien hecho como la alegría de compartir amistad o esperanzas, Tokue es la mensajera del cambio que nadie advierte hasta que desaparece.
Entre un florecimiento de los cerezos y otro, la vida de Sentaro y la joven no volverá a ser la misma. Para Tokue habrá supuesto hacer otra cosa más en su vida gracias a su tesón, su esfuerzo, su apacible búsqueda de un sentido a lo que se hace y al porqué se hace. Para los otros dos protagonistas será una enseñanza para el futuro, porque no todo lo que se pierde es lo último a perder, porque en la vida surgen oportunidades de continuo si se está dispuesto a escuchar el ruido del viento en las hojas o el del agua al circular entre piedras. No sólo la nieve tiñe de blanco el suelo para desaparecer inmediatamente, saborear la caída de los pétalos del cerezo nos invita a buscar la belleza en la sonrisa o en el sabor de un dulce de nuestra infancia arrinconado en alguna esquina de nuestra memoria. Todos los personajes han sido derrotados alguna vez, incluso varias, las diferencias a la hora de abordar las soluciones sitúan al personaje joven en la disyuntiva de parecerse a Sentaro o a Tokue, es la complejidad de las cosas sencillas, lo difícil que se vuelve la vida cuando se tuercen nuestras expectativas, o incluso cuando abandonas todas las posibles para no volver a tener un revés nunca más renunciando a sonreir.
Sentaro habrá roto sus cadenas en el plano final de la película, abiertamente optimista en contraposición con mucho del cine de Kawase, y no habrá sido mérito suyo, ni se habrá dado cuenta a tiempo de cómo actuar. Desde el pasado, y en la ausencia, Sentaro tendrá ganas de volver a reír y gritar, en el fondo la vida puede ser como un dulce o como un amargo licor, a veces sólo depende de nosotros cambiar la perspectiva, renunciar a lo superfluo y ocuparnos de lo importante. Sentaro, tarde, pero lo ha comprendido gracias a Tokue.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.