La declaración institucional de Pedro Sánchez, el Dr. “Cum fraude”, el pasado 29 de mayo, me ha hecho recordar otro episodio de la historia de España, que se parece, como dos gotas de agua, a lo sucedido en las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo de 2023. Digamos que hablo, como hubiera dicho Joaquín Sabina, de las elecciones municipales del 12 de abril de 1931.
Alfonso XIII. Cuando se convocaron estas elecciones de 1931, todo el mundo sabía que iban a ser un plebiscito entre monarquía y república. En efecto, a la caída de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), dictadura auspiciada y vista con buenos ojos por Alfonso XIII, el rey había sido abandonado por los monárquicos, era despreciado por los militares y atacado por la izquierda. Por eso, las elecciones municipales de 1931 dieron la puntilla al rey y a la monarquía: la coalición republicano-socialista arrasó en 42 de las 45 ciudades más importante, decantándose los votantes por la caída del rey y por la república. Sin embargo, en el mundo rural, triunfaron mayoritariamente las listas monárquicas.
A pesar de esto y antes de que terminase el recuento, la gente se echó a la calle en las ciudades (principalmente en Madrid), para celebrar la caída del rey; se declaró la Segunda República y Alfonso XIII tuvo que hacer las maletas, salir por piernas y exiliarse, ya que “no quiero que se derrame una gota de sangre española”, el rey “dixit”. Como pitoniso tampoco acertó: 6 años después, estalló la sangrienta Guerra Civil (1936-1939).
Pedro Sánchez: analogía imperfecta. El pasado 28M de 2023, la ciudadanía española también fue llamada a las urnas para renovar a los representantes municipales y a los de la mayor parte de los parlamentos de las CC. AA. En estas elecciones, Pedro Sánchez no se presentaba como candidato. Sin embargo, su implicación personal en las mismas fue total, así como la del jefe de la oposición mayoritaria, Núñez Feijóo. Por eso, estas elecciones pueden ser consideradas como un plebiscito para Sánchez y Feijóo y/o como la primera vuelta de las próximas elecciones generales para las Cortes.
En ambas elecciones, los partidos de izquierda (PSOE y Podemos) y el propio Sánchez sufrieron un nítido, contundente y humillante fracaso. En contrapartida, los partidos de centro-derecha (PP y VOX) y Núñez Feijóo cubrieron la piel de toro con el manto azul y verde de un éxito arrollador y sin paliativos. En efecto, PP+VOX arrebataron casi todo el poder autonómico, recuperando la mayor parte de las CC. AA. gobernadas por los socialistas; y ganaron también con claridad las municipales, conservando y/o recuperando la mayor parte de las grandes ciudades (Madrid, Valencia, Sevilla, etc.).
Los grandes perdedores fueron el PSOE-Podemos y, en particular, Pedro Sánchez, alias “Dr. Cum Fraude”, (secretario general del PSOE y presidente del Gobierno de España), que se implicó personalmente en ellas y que formuló el órdago disyuntivo: yo o el caos. Ahora bien, ante este claro y contundente descalabro en toda regla, tanto autonómico como municipal, Pedro Sánchez no ha tenido la decencia, ni el honor, ni la honestidad, ni el amor propio, ni las agallas de seguir el ejemplo del odiado y despreciado Alfonso XIII o de cualquier dirigente demócrata que se precie: hacer mutis por el foro y hacerse el harakiri político, pensando sólo en el bien de los ciudadanos y de España y no, como es su costumbre, adoptando una resistencia numantina pensando sólo en sus intereses personales. En la historia reciente de España, Adolfo Suárez, Alfredo Pérez Rubalcaba, Joaquín Almunia, Gaspar Llamazares y el casquivano Albert Rivera lo hicieron.
Como de casta le viene al galgo, el yonqui del poder, Pedro Sánchez, no ha doblado la cerviz ante la certera y afilada guillotina de las urnas; y, para seguir en el machito, ha tomado una última y desesperada decisión: adelantar las elecciones generales al 23 de julio de 2023, en pleno período vacacional y, para más inri, en medio de un interminable acueducto, que no puente. Las razones sanchistas de esta malhadada consulta estival son peregrinas: los resultados nefastos del 23M, que “trasladan un mensaje que va más allá” y que “aconsejan una clarificación de la voluntad popular […] sobre las políticas que debe aplicar el Gobierno de la Nación y […] sobre las fuerzas políticas para llevarlas a cabo”. Estas son falsas razones, son una desfachatez. El pueblo español habló el 28M de 2023, como lo hizo el 12 de abril de 1931, y ha dejado las cosas claras. ¿A qué vienen esta coartada y este adelanto electoral?
Con la precitada convocatoria estival, este tahúr del Misisipi, como lo llamaría Alfonso Guerra, no ha pensado en facilitar la participación en eso que los políticos, de alta cuna o de baja cama, llaman la fiesta de la democracia. El 23 de julio, la mayor parte de ciudadanos-votantes estaremos lejos de nuestra residencia habitual, donde ejercer el derecho al voto, tumbados a la bartola y dedicados al merecido, reparador y necesario “dolce far niente”. Con este calendario veraniego, el ínclito “Dr. Cum Fraude”, Pedro Sánchez, ¿acaso persigue que aumente la abstención o, como dicen algunos “conspiranoicos”(?), potenciar el voto por correo, para facilitar y preparar un pucherazo y privar a los votantes del placer de darle una buena coz en el tafanario, y así conseguir una nueva y triste victoria pírrica para mantenerse en el poder?
Cuando uno no tiene un lugar donde volver, cuando uno no tiene donde caerse muerto, laboralmente hablando, uno se defiende como gato panza arriba y está dispuesto, como decía la princesa del pueblo, Belén Esteban, a matar por su Andreita, por su pesebre y su cubil. Por eso, hasta la fecha de las elecciones, hay que esperar lo peor. El Dr. “Cum Fraude” nos seguirá sometiendo a la tortura de la gota malaya con sus mentiras y despropósitos de charlatán de mercadillo, con sus regalos y promesas verbales que, si se materializasen por casualidad, contribuirían a empeorar sustancialmente la deuda pública que tendrían que pagar las futuras generaciones. Actuar así es ciscarse en esa cita, llena de sentido común, atribuida de W. Churchill y que reza así: “El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”.
Moraleja. Lo dicho, Pedro Sánchez, el Dr. “Cum Fraude”, no es un líder ni un estadista. Es simplemente un charlatán de mercadillo o un tahúr, dispuesto a todo para seguir disfrutando del poder. Y, si el 23 de julio es desalojado del poder, lo peor podría aún suceder. Tendrá el síndrome de la Moncloa y no podrá soportar, junto a sus socios Frankenstein, haber sido destetados. Y, por memoria histórica —nacional e internacional— no es descabellado pensar que, junto con sus compañeros de viaje (los sindicatos, los partidos de extrema izquierda, los separatistas, los golpistas y los herederos de ETA), incendien la calle, utilizando no la fuerza de la razón sino la razón de la fuerza y los medios de comunicación apesebrados. Y, de nuevo, como escribió Antonio Machado, la sombra de Caín podría volver a aparecer, como en 1936, y una de las dos Españas podría helarnos el corazón.
Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas. Profesor Titular de Lingüística y de Lingüística Aplicada. Departamento de Filología Francesa y Románica (UAB).