La última gran jugada, perversa por cierto, de Donald Trump antes de dejar su primera presidencia, fue conseguir, en diciembre del 2020, que el Reino de Marruecos adhiriera a los Acuerdos de Abraham, con los que se intentaban normalizar las relaciones diplomáticas de Israel y las naciones árabes, las que históricamente han acompañado la causa palestina contra la ocupación sionista.

Con su firma, Mohamed VI no solo traicionó al pueblo palestino, como ya lo habían hecho los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahréin y Sudán, sino que se aseguraba, por el mero reconocimiento de los Estados Unidos, los territorios de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) que ocupa ilegalmente desde 1975. Las Naciones Unidas siguen considerando la región en disputa como “territorio no autónomo”, que define a las áreas donde el pueblo no ha alcanzado la plenitud del gobierno propio.

La traición marroquí no solo reactivará entonces la guerra, después de un alto el fuego de más de treinta años, del Frente Polisario (Popular de Liberación de Saguía el Hamra y Río de Oro), el brazo armado de la nación saharaui, sino que herirá de muerte la siempre tensa relación con Argelia, que apenas unos meses después cerrará, hasta hoy, sus fronteras con el reino alauita. (Ver: Marruecos-Argelia, ¿una guerra a la vuelta de la esquina?)

Ya en septiembre de 1963 las controversias entre ambas naciones provocaron lo que se conoció como la Guerra de las arenas, que se inició como choques fronterizos que se precipitaron a una guerra abierta dejando cientos de muertos por ambos bandos y recién pudo ser contenida en marzo del año siguiente gracias a la mediación de la Organización de la Unidad Africana (OUA).

Los actuales combates entre el Polisario y las fuerzas armadas marroquíes han continuado de manera intermitente, habiendo tenido momentos de extrema virulencia en 2022 y 2023, lo que obligó a la Misión de las Naciones Unidas para el referéndum en el Sahara Occidental (MINURSO), establecida desde 1991, a amenazar con retirarse, lo que hubiera precipitado un enfrentamiento directo entre Marruecos y Argelia, en una guerra transfronteriza de consecuencias imprevisibles. El referéndum para la autodeterminación del territorio, aparentemente, zanjaría las disputas entre marroquíes y saharauis por los territorios tomados en 1975. Finalmente, por injerencia alauita, nunca se ha concretado.

Es importante recordar en este punto que Argelia, junto a la Libia del coronel Gaddafi, respaldaron la guerra saharaui tras la invasión y ocupación marroquí avalada por España, Estados Unidos y Francia, que se conoció como la Marcha Verde, una estrategia del Hasan II, padre del actual rey, que envió a unos 350.000 civiles entre los más pobres del reino para evitar que los saharauis ocuparan todo el territorio que históricamente les pertenecía tras la retirada española. Francisco Franco, poco antes de morir, había otorgado la independencia a la entonces colonia del Sáhara Occidental que el rey Juan Carlos traicionaría, como muchas otras cosas, apenas murió Franco.

Desde entonces y mucho más desde noviembre del 2020, tras la alianza con los sionistas, los desacuerdos entre Argel y Rabat, que comparten una frontera cercana a los dos mil kilómetros, han ido escalando hasta el punto de mutuas y constantes amenazas de guerra.

Esta situación ha disparado la carrera armamentista entre ambas naciones magrebíes, que ha llevado a los alauitas a convertirse en los mayores compradores de armas del continente, fundamentalmente de fabricación estadounidense y francesa, y a estrechar la cooperación militar con Israel, mientras que Argelia cuenta con la asistencia de Moscú en el campo militar y entiende la presencia judía en Marruecos como una amenaza a su propia seguridad.

Con el espaldarazo de Trump y su alianza con Tel Aviv, Mohamed VI ha conseguido aumentar su influencia en la región al tiempo que Argelia ha ido perdiendo presencia e influencia, no solo por su conflicto con el reino, sino también por su compleja situación interna.

Argelia también sufre una crítica situación en su frontera sur, tanto con Mali como con Níger, dos naciones que, desde hace más de una década, no solo están sufriendo los embates de las khatibas del Daesh y al-Qaeda, sino también las consecuencias de los nuevos rumbos tomados tras los golpes militares del 2021 y 2023, respectivamente, que los han alejado de Occidente, particularmente de Francia, la antigua metrópoli colonial, sino también con los Estados Unidos, y su acelerado acercamiento a la tríada Rusia, China e Irán.

El diferendo argelino-marroquí tuvo una nueva escalada después de que Rabat manifestara su apoyo al Movimiento de Autodeterminación de Cabilia (MAC), lo que Argel rechazó de manera contundente, para que dos meses después el Alto Consejo de Seguridad declarara a esa organización como terrorista.

Además de conocerse que Marruecos había accedido al software espía Pegasus de fabricación israelí, que le habría permitido recoger importante información de unos seis mil funcionarios argelinos.

En agosto de 2021, durante su visita a Rabat, el ministro de Asuntos Exteriores de la entidad sionista, Yair Lapid, acusó a Argel de inmiscuirse en los asuntos del Sahel y reprochó el posicionamiento con Irán, además de acusarle de dirigir una campaña contra la admisión de Israel como país miembro de la Unión Africana. La temeridad de Lapid, de expresarse de esa manera desde un país árabe, terminó de decidir a Argel por la suspensión de relaciones con los alauitas.

La injerencia sionista busca profundizar las grietas entre los diferentes países árabes; en este caso, llevó a Argel a la compra de nuevos sistemas defensivos de origen ruso.

El sur también existe

Los enfrentamientos entre los gobiernos del presidente argelino Abdelmadjid Tebboune y el autócrata marroquí Mohamed VI han obligado a ambas naciones a buscar hacer pie tanto en el Magreb, lo que incluye Túnez y Libia, como en las naciones del sur que conforman el atribulado Sahel, envuelto en profundos cambios políticos y geoestratégicos con la irrupción de la Confederación de Estados del Sahel (CDS), compuesta hasta ahora por Mali, Burkina Faso y Níger, que, como explicamos más arriba, han roto viejas alianzas de sumisión con la vieja metrópoli y sus socios occidentales y están generando un nuevo sistema de asociación con jugadores que se habían mantenido fuera del juego.

Las noticias llegadas desde Chad y Senegal dicen que ambas naciones han tomado un rumbo decidido que los aleja de Francia y Occidente, lo que probablemente sea el preámbulo para su ingreso a la CDS.

El crecimiento de la confederación saheliana podría jugar como un factor importante que modifique la creciente influencia de Rabat, que se ha beneficiado, en su momento, de la menor presencia de Argelia en el Sahel.

Argel, intentando detener la pérdida de influencia ante el poderío económico de Marruecos, en su frontera sur ha convocado a la creación de una nueva alianza norteafricana con Libia y Túnez, que podría conectarse con la confederación saheliana. Lo que aislaría de manera contundente a Marruecos de la reconfiguración de esta vasta región del continente africano.

Esta reconfiguración clausuraría para siempre el anhelado sueño de Mohamed V, abuelo del actual monarca, que pretendía la creación de un Gran Marruecos, que ocuparía además de los territorios saharauis, las áreas costeras de Ifni, Ceuta y Melilla, hoy posesiones españolas, además de la franja del sur argelino, que se extiende desde la ciudad de Béchar, capital de la wilāyat (provincia) del mismo nombre, entre otras importantes regiones argelinas, que abarca Tinduf, donde se localizan los cinco campamentos que habitan los casi 180.000 saharauis, mil entre otras áreas. Las pretensiones de la dinastía alauita también alcanzan la región de Tanezrouft, perteneciente a Mali, además de toda la República Islámica de Mauritania.

Es importante señalar que muchas de estas áreas añoradas por Marruecos, que en algún momento de la historia gobernaron de manera bastante aleatoria los sultanes wattásidas del reino de Fez (hoy Marruecos) durante los siglos XV y XVI, desde mucho antes habían pertenecido a Azawad, la patria de los tuaregs por la que han luchado históricamente y lo siguen haciendo.

Las diferencias entre ambos países se profundizaron en el contexto de la Guerra Fría, con una Argelia victoriosa tras su larga guerra de liberación contra Francia, que se declaró, al calor de los tiempos que corrían, como una república socialista alineada políticamente a la Unión Soviética, mientras que el reino marroquí mantuvo una línea conservadora y reaccionaria, siguiendo obediente los designios de los Estados Unidos.

Con nuevos métodos de espionaje, nuevas crisis con las viejas metrópolis y armamento de última generación, Argelia y Marruecos siguen vigilando la última frontera de la Guerra Fría.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.

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