La arquitectura y el diseño urbano son aspectos fundamentales que conforman nuestras ciudades. Sin embargo, cuando estos elementos se diseñan con la intención de excluir o dificultar el descanso de un sector de la población, como las personas sin hogar, se convierten en arquitectura hostil. Este fenómeno se ha manifestado de manera alarmante en Barcelona y Catalunya, donde diversas intervenciones urbanísticas han sido objeto de críticas por su impacto en los derechos de las personas más vulnerables. Este ensayo argumenta que la arquitectura hostil no solo infringe los derechos humanos de las personas sin hogar, sino que también perpetúa un ciclo de exclusión social que debe ser abordado urgentemente.
Uno de los ejemplos más visibles de la arquitectura hostil en Barcelona son los bancos individuales, que se han vuelto un símbolo de impunidad ante la situación de las personas sin hogar. Estos bancos, diseñados de tal manera que resultan incómodos para descansar, están presentes en plazas y espacios públicos, donde la posibilidad de recostarse se ve restringida. El diseño de estos bancos, con apoyabrazos intermedios o estructuras inclinadas, es una clara señal del desprecio hacia aquellos que no tienen un hogar donde refugiarse. En este contexto, se evidencia una falta de empatía por parte de los diseñadores urbanos, quienes deberían considerar la función social de los espacios públicos.
Otro elemento urbano que refuerza esta arquitectura hostil son las bolas de hormigón. Estas estructuras, colocadas estratégicamente en ciertas áreas, tienen como objetivo evitar que las personas se sienten o descansen en esos lugares. La implementación de bolas de hormigón no solo afecta a las personas sin hogar, sino que también limita el uso del espacio público por parte de cualquier ciudadano que busque un momento de relajación. Al priorizar la estética y la seguridad sobre la inclusión y el bienestar de todas las personas, se perpetúa una visión errónea de la ciudad como un lugar excluyente y no acogedor.
Las estructuras metálicas en el suelo son otro ejemplo de esta problemática. Muchas veces, estos elementos se instalan en zonas donde históricamente se ha visto a personas sin hogar buscando refugio, haciendo que esos espacios se tornan inservibles para el descanso. Esta intervención urbanística, más que una solución a un problema de espacio público, se convierte en un mecanismo de represión hacia las personas sin hogar, demostrando que la ciudad sigue optando por su invisibilización en lugar de buscar soluciones integrales a la situación que enfrentan.
Arrels Fundació, una organización que trabaja en la atención y apoyo a personas sin hogar en Catalunya, denuncia esta situación de arquitectura hostil que impide el descanso y vulnera los derechos de las personas sin hogar. Según sus informes, la creciente implantación de estas estructuras revela una tendencia preocupante en la forma en que las ciudades abordan el problema de la falta de vivienda. En lugar de promover políticas de inclusión y apoyo, se opta por medidas que perpetúan la marginación y el sufrimiento de quienes ya están en una situación de vulnerabilidad extrema.
El impacto de la arquitectura hostil va más allá de lo físico; tiene profundas repercusiones en la dignidad y la salud mental de las personas sin hogar. La imposibilidad de encontrar un lugar seguro y cómodo donde descansar puede llevar a un deterioro de la salud física y emocional, aumentando el riesgo de enfermedades y exacerbando condiciones preexistentes. A su vez, esto puede generar una dependencia aún mayor de servicios sociales, que a menudo son insuficientes o inadecuados para cubrir la demanda existente.
Es imperativo que como sociedad tomemos conciencia del daño que causa la arquitectura hostil y del efecto negativo que tiene en la vida de las personas sin hogar. Las ciudades deben ser espacios inclusivos, donde cada individuo, independientemente de su situación socioeconómica, tenga derecho a disfrutar de su entorno. Se requiere una revisión crítica de las políticas urbanísticas actuales y una llamada a la acción para que los diseñadores y arquitectos consideren las necesidades de todos los ciudadanos, especialmente de aquellos que se encuentran en situaciones más desfavorecidas.
En conclusión, la arquitectura hostil en Barcelona y Catalunya es un reflejo de una sociedad que prioriza la exclusión en lugar de la inclusión. Elementos urbanos como bancos individuales, bolas de hormigón y estructuras metálicas no solo impiden el descanso de las personas sin hogar, sino que también vulneran sus derechos fundamentales. Arrels Fundació, entre otros, destaca la necesidad urgente de abordar esta problemática desde una perspectiva humanitaria y de derechos humanos. Solo a través de un compromiso colectivo, que incluya la participación de diseñadores urbanos, responsables políticos y la ciudadanía en general, podremos construir ciudades que sean verdaderamente inclusivas y respetuosas con la dignidad de todas las personas. Es hora de repensar nuestros espacios urbanos y garantizar que sean un refugio, no un obstáculo.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.