Barcelona barre los vestigios de franquismo de sus calles

Muchos de nosotros habremos pasado por delante de ella infinidad de veces. Algunos ni le habremos prestado atención, cabizbajos, pensando en nuestras ajetreadas vidas. Otros puede que la hayamos contemplado minuciosamente, atraídos por su majestuosidad, por el reflejo del sol sobre su cuerpo de bronce, sin tan siquiera imaginarnos quién podía ser. Nunca se nos habría ocurrido que esa mujer de metal es la victoria franquista hecha estatua. El símbolo de la represión de un pueblo, el triunfo de una dictadura que llevó a la muerte a miles de españoles. Nada ni nadie muere si aún se le recuerda. El Franquismo cayó hace ya tiempo, pero aspiraba a vivir siempre en el recuerdo. La estatua de la Victoria, gobernadora de la plaza de Joan Carles I de Barcelona, situada en la confluencia de la Avinguda Diagonal y Passeig de Gràcia, era un ejemplo de vestigios de franquismo, portadora de un claro mensaje: “Seguimos aquí, aún no hemos caído”.

Hasta ahora. Victoria ya no podrá seguir levantando su hoja de laurel al viento, ni mirar con desdén a una ciudad en democracia. El Ayuntamiento de Barcelona, cumpliendo con la Ley de Memoria Histórica, ha retirado el monumento ante la mirada de un centenar de ciudadanos y entre gritos de “¡Viva la República!”. No será destruida, pues forma parte del pasado, tan solo cambiará de dueño. Barcelona no quiere en sus calles vestigios de franquismo, cree que no merece la libertad. Le tocará cumplir condena en el Museu d’Història de la ciudad. El obelisco que yacía junto a ella, en cambio, no será trasladado. Tras la guerra civil, fue coronado con un águila imperial que hace años fue sustituida por un remate en forma piramidal, que aún permanece y está exento de cualquier vínculo con la dictadura.

A lo largo del tiempo, todas las ciudades y pueblos españoles han ido cambiando nombres de calles y retirando estatuas erigidas por el régimen e inscripciones grabadas en edificios en honor a los “héroes” de la dictadura. Aún quedan muchos símbolos que erradicar para hacer justicia, pero poco a poco la Ley de Memoria Histórica se va cumpliendo. Lo curioso es que, sin saberlo, muchas de las plazas que cruzamos o las avenidas que paseamos diariamente llevan el nombre de personajes que no lo merecen. La calle Roger de Flor, la de Entenza o la de Rocafort, dedicadas a sanguinarios mercenarios almogávares en tiempos de la Corona de Aragón, son una muestra de ello. La historia permite el presente, pero no por ello ha de ser intocable.

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