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Ayer las calles de Barcelona se convirtieron en un ‘sagrado’ circuito de carreras. Haciendo sombra al mismísimo Fernando Alonso, y al volante de la carrocería de Papamóvil, Benedicto XVI recorrió cual piloto de Fórmula 1 los tres kilómetros y medio que distan desde el Palacio Episcopal del Barrio Gótico de la ciudad hasta la Sagrada Familia de Gaudí.

Un recorrido durante el cual el santo pontífice estuvo acompañado de un número bastante reducido de fieles. Eso sí, los que no faltaron a la cita ‘deportiva’ fueron los miles (más de 3.000) de Mossos de Esquadra, Agentes de Policía y los Geo. Un blindaje policial sólo comparable al realizado durante los Juegos Olímpicos del 92. La ruta papal de la ciudad condal vista desde el aire más parecía una carretera delimitada por pequeños reflectores (cada tres metros un mosso vestido de amarillo fosforito) que un importante recibimiento cristiano al líder episcopal.

Puede ser que fuese porque era domingo o porque eran las nueve de la mañana cuando Ratzinger abandonaba el Palacio Episcopal, o por ambas cosas a la vez, pero lo cierto es que los que esperaban que Barcelona viviera ayer algo parecido a la multitudinaria visita de Juan Pablo II en 1982 se llevaron una buena decepción, comenzando por el arzobispado y acabando por el sector de la hostelería. La capacidad de convocatoria de Benedicto XVI no alcanzó ni de lejos las 400.000 personas que había previsto el Ayuntamiento, que, junto con las otras Administraciones, invirtió 1,7 millones en el evento.

Una escasa participación de los fieles comparable a la también escasa participación en la manifestación alternativa celebrada al mediodía contra la visita del papa Benedicto XVI, que a esa misma hora celebraba la misa de consagración de la Sagrada Familia, y que tan sólo congregó unas 400 personas.

La manifestación había sido convocada por la coordinadora Deixem-nos d’hòsties. Jo no t’espero, que reunió a diversas plataformas, grupos juveniles y sindicatos alternativos, y que se celebró en la confluencia del Paseo de Gracia con la Gran Vía. Frente al gran libro del gremio de libreros de Catalunya, Marc Garriga, portavoz de la Asamblea Deixem-nos d’Hòsties, leyó un manifiesto en el que se denunciaba, entre otras cuestiones, que ‘el Estado sigue financiando la Iglesia Católica con unos 6.000 millones de euros anuales, de los cuales la mitad se destina a mantener colegios religiosos concertados’.

Una de las frases más reiteradas fue la de ‘somos el pecado y nos gusta’. ‘Nos masturbamos, liberamos nuestras sexualidades, nos ponemos condón, defendemos el aborto libre y gratuito, somos sodomitas, somos apóstatas y ateos activos, no nos tragamos el cuento del matrimonio y la monogamia. Sí, somos el pecado y nos gusta’, promulgaba Garriga  a la vez que aplaudían todos los allí presentes.

Al igual que a primera hora de la mañana no faltaron las banderitas blanco-amarillas de ‘benvingunt Papa’, en la manifestación las pancartas se izaban lo más alto posible. En ellas se podían leer consignas como ‘Pro vida, pro condón’, ‘Jesús vivía de limosnas, este impostor de impuestos’ o ‘¡fuera los rosarios de nuestros ovarios!’.

El manifiesto terminaba con una clara conclusión: ‘la única solución es la revolución’, tal como aseguraba el portavoz de la Asamblea Deixem-nos d’Hòsties. Lo que no terminó fue la ‘fiesta’. La manifestación, que no pudo recorrer ninguna calle de la ciudad condal debido al intenso control policial (muchos fueron los saludos que los allí presentes enviaron a los mossos que plagaban las terrazas del alto edificio de Zara), continuó hasta casi entradas las dos de la tarde con una lectura reivindicativa por parte de La Mama.

Manuela Trasobares, transexual, ejerció ayer de líder espiritual de los ‘laicistas radicales’ (tal y como los denominó el Papa Benedicto XVI nada más pisar tierras españolas). Tras pegarse unos bailes con varios curas que asistieron a la manifestación, Trasobares se subió al improvisado altar para emitir unas palabras con gran efusividad. A su intervención le siguió la presentación de una canción dedicada a su propia persona, acompañada de su correspondiente coreografía, cuya letra decía lo siguiente: ‘Benedicta, queridita, la pluma tuya se ve desde la luna’.

‘Creo que la respuesta de Barcelona, en conjunto, ha sido fría para la visita del Papa Benedicto XVI’, confesaba Jordi Petit, dirigente histórico del movimiento gay en Catalunya, que no faltó a la manifestación. Petit remarcó que ‘desde el colectivo homosexual denunciamos, como las feministas, la constante injerencia de la jerarquía vaticana contra nuestros derechos’. Y recordaba los últimos datos desprendidos de las encuestas: ‘la media española de las personas que no ponen la cruz en la casilla de la iglesia está por encima del 55% y en Catalunya hemos llegado al 68%. Eso quiere decir que, en términos generales, la sociedad española es más o menos cristiana por educación y por cultura, pero no cree en la jerarquía’.

El movimiento homosexual no sólo participó en la manifestación convocada en la confluencia de Paseo de Gracias y Gran Vía, a primera hora de la mañana decenas de parejas de gays y lesbianas protestaron besándose públicamente frente al pontífice a su salida del Palacio Episcopal, pese a que el evento había sido previamente censurado en Facebook.

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