Cuando Iñaki Urdangarin y Cristina de Borbón se casaron en Barcelona, el lehendakari Ardanza les hizo un buen regalo. La actuación del Orfeón Donostiarra en la vistosa ceremonia de su catedral gótica. El padre del novio era un afiliado del PNV, el joven se llamaba Iñaki, José Mari Gerenabarrena era amigo de la familia y todo el mundo estaba encantado. Fue el clásico espectáculo de masas del que nunca supimos su costo, pero como los cuentos de hadas no tienen valor, pues todos les deseamos fueran felices y comieran perdices.

A mí me supuso que me vasquizaran el nombre en el ABC. Bautizado y registrado como Iñaki Mirena, Luis María Ansón la tenía emprendida contra el nombre sabiniano. A raíz de aquella boda, recuperé mi nombre original en el periódico de la derecha española. No tengo pues la menor animadversión contra esta pareja sino mucho respeto y solidaridad hacia los padres del exjugador de balonmano, al que acaban de bautizar como talón-mano.

Con este antecedente la pregunta que uno se hace es cómo un chaval bien parecido, deportista y con una vistosa familia, se haya metido en semejante barrizal que ha destrozado su vida y le ha clavado a la monarquía española un rejón de fuego. ¿Un submarino republicano para dinamitar desde dentro la institución? No parece. ¿Una incursión en los negocios con la misma mentalidad de lo que veía a su alrededor? Quizás esta puede ser la explicación, pues es difícil que haya otra.

Bien es cierto que el estatus de la familia real no está contemplado en la Constitución. No existe. Y tan es así que el heredero solo aparece a efectos sucesorios. Para nada más. Toda esa ridícula parafernalia de reverencias de las señoras, besamanos, lectura de pregones, presidencia de actos de todo tipo, entrega de premios, tiene el mismo valor que si usted con su hijo se ponen a hacer lo mismo, pues ese papel no les está asignado en ningún artículo de la Constitución. En ella solo habla del rey. De nadie más.

De ahí que todas esas presidencias de organismos y de la credibilidad que se le atribuía a sus negocios «pues detrás está la Casa Real», no es más que la evidencia de una corte corrupta, de la idiotez del español a la hora de hacer la pelota a un ciudadano normal y sobre todo de la falta de control político hacia una institución a la que el erario público mantiene porque su acción ha de basarse en la ejemplaridad. ¿Ejemplaridad la de Juan Carlos de Borbón? ¡Vamos hombre!

Yo rompí con todo ese mundo de mentiras a raíz de la guerra de Irak. Hasta entonces habíamos seguido con esa ficción del Pacto con la Corona que jamás percibí, pero tras mantener con el rey un diálogo duro en el que me dijo que él era militar y le gustaban las guerras y yo contestarle que se fuera él y le mandara a su hijo, revisé la Constitución y vi que el artículo 63 le daba un papel como jefe de las Fuerzas Armadas. Y tras negarnos una audiencia a los Grupos de la Cámara, salvo al sumiso Zapatero, en una de las sesiones bajé a la tribuna del hemiciclo del Congreso y denuncié al rey por su pasividad, su falta de coraje, la dejación de sus funciones y su poca personalidad ante un Aznar que se había reunido en las Azores con Bush, Barroso y Blair y quería mandar tropas a una guerra «para sacar a España del rincón de la historia».

Aún recuerdo el abucheo de Rajoy, Acebes, Rato, Mayor Oreja y Arenas. Era la primera vez que desde aquella tribuna Pulgarcito se atrevía a meterse contra Goliat, el gigante de la transición y además desde un partido nacionalista. Eran tiempos de mayoría absoluta de Aznar y en aquella Cámara solo había rodillo y tente tieso.

Tras esto y puestas las cosas en su sitio, me dediqué a preguntar sobre las cacerías con osos borrachos, viajes extraños, gastos inútiles, uso de aviones sin ton ni son, cambio constitucional para que no exista primacía del varón sobre la mujer en la actual y muy machista Constitución española, los Premios Príncipes de Asturias a mayor gloria del heredero, costo de la boda de Felipe y Letizia, presupuesto de la Casa Real, papel del rey el 23-F, y cosas así.

El Gobierno jamás me contestó. Respondían con dos líneas diciendo que el rey es irresponsable, es decir, no responde ni ante los jueces, ni ante Dios, ni ante la historia y que haría mejor en condenar a ETA. Curiosamente los más beligerantes eran los socialistas a los que todo esto les incomodaba y dejaba patente su poco respeto al republicanismo de su historia. ¿Y en casa? «Cosas de Iñaki». Pero a la gente le gustaba que se fuera contra este abuso continuo de poder.

Pero no eran cosas mías. Independientemente de que el rey Juan Carlos está ahí porque nos lo dejó un dictador cruel y sanguinario y él jamás ha condenado aquella dictadura sino se ha beneficiado de ella, e independientemente de que en la Constitución se metiera de matute la monarquía parlamentaria, sin referéndum como hubo en Italia, la actual Jefatura del Estado no puede ser irresponsable ante la ley y no puede usar fondos públicos sin que haya un ojo público para vigilar sus gastos. Y estas evidencias no pueden ser «cosas de Iñaki» sino de algo tan simple como la salud democrática de un país. Yo no soy el Peñafiel vasco como alguno ha querido describirme para anular mis denuncias, sino un parlamentario que tiene la obligación de controlar al gobierno y a ser posible, a la Jefatura de un Estado, que permite se viva en la corrupción mientras se le orla con el premio a la virtud.

Mi denuncia fue la única y la primera. Luego vino Tardá, de ERC, y ahora IU, pero a efectos de notaría, fue el PNV, porque yo hablaba en nombre del PNV, quien puso el dedo en la llaga. Que Amaiur tome el dato.

A raíz de toda esta tormenta, la editorial La Esfera de los Libros me pidió en 2007 que escribiera un libro con mis experiencias en este campo… Y lo hice y titulé Una monarquía protegida por la censura. En ella hablaba de mis vivencias con ese mundo de ficción, desde dentro del sistema, y denunciaba los negocios de Iñaki Urdangarín desde la página 101 a 104 en el capítulo La Familia sí recibe. Pero a mí no me recibieron. Torpemente la editorial envió el libro a la Casa Real y esta negó su publicación. Pero al poco el libro se editó. Lo hizo Javier Ortiz pero la sordina que le pusieron como para escribir otro libro con lo que había supuesto superar aquella carrera de obstáculos.

Curiosamente, el libro se publicó un año después de que la pareja y sus niños fueran enviados a Washington en 2006, nombrándole al duque de Palma consejero de Telefónica. ¿No sabían en qué negocios andaba el yerno? Por supuesto. Pero el rey quiso encubrirle sacándolo de circulación. Y el encubrimiento es un delito tipificado en el Código Penal. Pero el rey es «irresponsable».

Cuando nadie sabe el presupuesto exacto de la Casa del Rey, cuando nadie controla sus gastos como ocurre con otras monarquías, cuando el rey recibe regalos de todo tipo y no pasan a la contabilidad del Patrimonio del Estado, cuando la opacidad es total y los medios aplauden semejante corrupción. Cuando primeros coches, primeras motos, comisiones de jeques petrolíferos han hecho de Juan Carlos de Borbón uno de los hombres más ricos de Europa, cuando nada de todo esto se podía investigar, llegó a semejante patio de monipodio un chaval al que lisonjearon, reverenciaron, tentaron y el hombre y su gentil esposa cayeron en el pozo hasta el punto que incluso metieron a sus hijos menores en empresas y enjuagues impropios de una familia respetable. Se creían inmunes, impunes y protegidos por la censura y la bobaliconería de la Villa y corte. Y eso es, para mí, lo que ha pasado. Porque en La Zarzuela si alguien se atrevía a decir algo, seguramente responderían: «Cosas de Iñaki». Pero de Iñaki Urdangarin, duque de Palma.

La pregunta es: ¿por qué Iñaki Urdangarin y la infanta Cristina, socia en todo este montaje, no están todavía imputados si ya lo está Diego Torre, el socio y los responsables de la Ciudad de las Artes y de las Ciencias de Valencia que firmaron esos contratos con esa ONG con ánimo de lucro? Me imagino que en el PP Trillo, y la Casa Real, estarán metiendo horas extras para tratar de salvar algún mueble que otro, sobre todo, a la infanta.

Lo malo es que quien creó el microclima para que esto sucediera seguirá ahí felicitando las Pascuas en su mensaje de Navidad, como si nada hubiera ocurrido. Pero quien de verdad está desnudo, es el propio rey. No solo su yerno y su hija. Y quien está tocada de verdad, es esta monarquía heredera de un dictador.

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