Cuando me levanté aquella mañana recordé el día que me acosté con una hippie que había nacido en un pueblo fundado por Grateful Dead. Luego me puse a escribir y me di cuenta de que, en reacción contra las fake news, acababa de inventar un nuevo subgénero del Nuevo Periodismo llamado Periodismo de Ficción Evidente. Después de todo, visto así, no era algo descabellado que, para hacerle una entrevista, sacara dos horas de entre los muertos al gran escritor y periodista norteamericano TOM WOLFE. En efecto, habíamos quedado en una cafetería del Bronx un día determinado, pero ante las enormes posibilidades que ofrecía una ciudad que nunca duerme, yo me había desplazado hasta allí dos meses antes. De hecho, en el primer lugar donde tomé café, me sucedió una anécdota curiosa: me atendió una hermosa mujer de mediana edad que al parecer no solía atender al público, puesto que era la dueña, y que, por tener aquella deferencia, al momento fue objeto de mis eternas miradas estilo Rimbaud. No entraba en mis planes que ella sintiera, como mi ociosa mirada penetraba hasta sus más íntimos secretos. Y es que había algo familiar en ella, algo abstracto y eterno que cuando yo la miraba se convertía en una expresión latente y dulce de su corazón, coronada por aquel simpático mechón blanco en su espesa melena negra y rizada. Quizá le gustó que yo imaginara que sus manos eran fuertes y que nunca habían traficado con diamantes. Sin duda no sentía ningún peligro en su vida habitual. Lo cierto es que la imaginé aburrida en su éxito mediocre de mujer empresaria y madre separada, y parece que a ella le encantó mi tierno aspecto de vagabundo sin esperanza, o quizá mi discurso de extranjero sediento con ínfulas de escritor famoso. Poco después estábamos haciendo escandalosamente el amor en el Chelsea Hotel y me gustó mucho la manera con la que aquella tímida mujercita gemía llena de placer. No obstante, a la semana siguiente, todo se fue al traste, en concreto, la primera noche que me invitó a dormir en su casa: me di cuenta de que se había evaporado toda la lujuria evanescente, debido a que en su casa se volvió de repente muda a mis embestidas, por temor a lo que pudieran pensar sus serios vecinos. Entonces realicé un cambio de rumbo y me puse manos al trabajo. Tanto es así que, para romper el hielo, eso fue lo primero que le comenté al gran periodista norteamericano. Es más, TOM WOLFE me advirtió que ese frustrante miedo social que yo había percibido en aquella respetable mujer de clase media, había sido cultivado a fuego lento por las clases dirigentes y él por el Estado profundo, todo con la idea de que una población temerosa es mucho más manipulable. En otras palabras, esa clase media atribulada era lo opuesto a los Alegres Bromistas con los que él se había relacionado en los años sesenta. No quiero hacer un desmesurado elogio de los Alegres Bromistas porque luego las cosas se sacan de contexto. Simplemente, estoy apelando a un insospechado carácter útil de sus acciones, sobremanera absurdas. Es más, irónicamente, a propósito de las elecciones americanas, Tom me dijo algo que nunca se me habría ocurrido: ambos contendientes, tanto Kamala como Trump, estarían encantados de usar para su campaña electoral a un grupo de locos que condujeran un autobús después de tomar un poco de ponche con ácido lisérgico. ¿Por qué? Le pregunté y esta fue su respuesta:

1. Probablemente, a Trump le beneficiaría mucho un autobús lleno de locos con armas de juguete y uniformes de mentira, parodiando lo absurdo de la guerra. Sobre todo, si andaban encabezados por Ken Kesey. No en vano, los grandes medios de comunicación enseguida recordarían a Norman Mailer y a su obra Los Ejércitos de la Noche, que cuenta el asalto al Pentágono de los años sesenta, Todo ello, que dudaba cabe, para denostar al partido demócrata y denunciar las horribles consecuencias humanas de las guerras, y también su alto coste económico para Estados Unidos. (OTAN, Guerra de Ucrania, Guerra de Gaza, Oriente Medio, conflicto latente de Taiwán).

2. Por otra parte, a Kamala le vendría muy bien tener en su campaña un autobús lleno de hippies para recordar a las capas medias y más bajas de la sociedad la vigencia del sueño americano. Es decir, el lugar de caer en los inefables errores de la cultura Woke, mejor sería rememorar el espíritu inconformista y la búsqueda de la libertad de la Generación Beat y el movimiento hippie que tenía toda una contracultura que cuestionaba la dirección estaba tomando el estilo de vida americano. Es decir, usar a como herramienta para su campaña los derechos civiles, y la falta de valores del consumismo sin freno de sectores más ricos de la sociedad y como factor estabilizador de la polarización, tanto a nivel interno como geográfico, en el país fracturado que deja Joe Biden.

Por último, Tom me dijo que él a pesar de todo, había encontrado entre los Alegres Bromistas mucho satori y me advirtió con cierto aire de sorna, que en realidad no se debe conducir un autobús después de tomar un poco de ponche con ácido lisérgico, no obstante, leer sus libros sí es una buena propuesta para tener una crónica social de toda una época pasada, sobre todo para entender la época actual. De hecho, hubo un tiempo en el que los Alegres Bromistas contaban con innumerables seguidores y contactos, incluso los Ángeles del Infierno estaban disponibles para llevar su seguridad de los diferentes eventos en los que dicho capital intelectual y humano, sin miedo a las cosas buenas de la vida, era puesto al servicio de su cuestionable sociedad.

Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.

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