Gabriela Mistral acaba de llegar a Madrid. El Gobierno de su país la ha designado para que desempeñe el cargo de cónsul de Chile en esta ciudad y la gran poetisa viene ahora a incorporarse a su destino. La obra de Gabriela Mistral ha tenido en España una gran difusión. La vida de Gabriela Mistral interesa en España. Acaso por atormentada ha encontrado un eco tan amplio aquí, donde las vidas duras y difíciles son una mayoría inmensa.

Entrevista a Gabriela Mistral

Nos interesa conocer la opinión de esta mujer acerca de muchas cosas que se debaten en la actualidad. Y sobre el esquema de unas preguntas académicas que no van a ser contestadas porque para eso se hacen, la maestra chilena — «toda pasión», como ella misma advierte— habla en términos generales acerca de la cultura.

—No quiero referirme a la cultura científica, por la sencilla razón de que yo no la poseo. Me interesan, en cambio, la cultura rural y la urbana elemental y superior. Quisiera que el campesino trabajase con poco envilecimiento físico; que adquiriese una cultura agraria muy en armonía con el trabajo que realiza: mi conocimiento superior de cuanto se relaciona con la labranza, con el arte del campo: que aprendiese una manera limpia de vivir; que se crease una industria propia. Escuela, en fin, de especialización y perfeccionamiento agrario.

Respecto a la enseñanza primaria en las ciudades… (Gabriela Mistral hace una pausa que subraya con una sonrisa. A manera de prólogo de lo que va a decir).

—Yo soy una enamorada de las artesanías, hacia las que siento un cariño muy vehemente, no obstante hallarse estas en franca decadencia. Esas artesanías que permanecen en torno a Nápoles—la marquetería de Sorrento, el coral de Capri, las cerámicas características de cada región italiana, el antiguo telar donde se fabrica el terciopelo en la Liguria, la forja fina del acero de Toledo y Florencia—, esas artesanías dejan en el niño una finura, una delicadeza especiales, derivadas del aprendizaje.

(Gabriela Mistral, atenta a sus escapatorias, a sus silenciosas digresiones, regresa un poco en el tiempo y en el espacio).

—También me interesa cierta parte del trabajo industrial —concede— en el que se deja al obrero un margen de creación. Por ejemplo, la industria textil. Y no es que odie la máquina cuando evita el esfuerzo del trabajador. Pero aun cuando el niño haya de ocuparse después en trabajos mecánicos, creo que le hace bien una preparación de la índole a que me refería.

En cuanto a la enseñanza superior —afirma—, soy partidaria de la jerarquización Creo que el Instituto y la Universidad no deben ser invadidos por la democracia; que es preciso un sentido de los valores y un sentido suntuario, no utilitario.

Detesto ese criterio norteamericano que hace del estudio solamente un medio de ganarse la vida.

Pienso que el Liceo francés, con su enseñanza de tipo humanístico, con su imposición de las lenguas clásicas, es un buen modelo.

En lo que se refiere a la enseñanza industrial, reconozco que es una rama muy importante del saber; pero la miro como una cosa inaccesible para mí, como si se tratase de algo de otro planeta. Y desde luego insisto en que la enseñanza, especialmente la superior, no debe mezclarse a la política, sino limitarse a su función específica. Hacer ciencia y pensamiento puro.

(Otra pausa de Gabriela Mistral es acompañada de una nueva sonrisa. Su voz suave, su palabra fácil vuelven a sonar).

—Yo soy una mujer que nunca ha hecho política, aunque otra cosa se diga por ahí. Soy socialista, un socialismo particular, es cierto, que consiste exclusivamente en ganar lo que se come y en sentirse prójimo de los explotados. Pero política no hice nunca. Y ahora, cuando regrese a Chile y se celebren elecciones, es posible que no haga uso del voto, porque creo en los gremios, pero no en el voto.

(Poco a poco, Gabriela Mistral accede a situarse en el plano de lo real inmediato. Su voz se va afirmando y su gesto pierde el aire lejano que iba t.in bien a un ensueño renacentista). Hace propósitos respecto de España. Tratará de entender lo español y de quererlo, como ha hecho antes en los de más países en que ha vivido.

—Noto la diferencia de raza —dice—. Siento el indio que llevo dentro. No es la sangre, la amarra que nos une, es la lengua. Pero la lengua es un vínculo fuerte. Yo pienso que más que el amor. Me parece difícil querer en un idioma extraño.

La única pregunta que Gabriela Mistral debe contestarnos es esta: ¿Hispanoamericanismo o universalismo?

La endecha sentimental de los suramericanos no me parece eficaz —responde—. Universalismo. Pero junto a este deseo, la inquietud de pensar que las razas no se funden.

(Ahora Gabriela Mistral tiene la voz atormentada. No obstante, sonríe. Toda ella, olvidada del humanismo, es una vibración humana. Sus grandes contradicciones le impulsan en este momento).

—Sí —declara—. Soy rabiosamente individualista. Necesito el aislamiento; pero a veces la masa tira de mí y siento la necesidad angustiosa de mezclarme con ella, de fundirme en ella. Luego, una nueva crisis me aparta otra vez. Es mi temperamento.

—¿Solo?

—Acaso el prejuicio… Pero no, no. También la religión, la no representada, la de oración sin palabras, me hace falta. Es mi escapada. El complemento de mi poesía. Y la poesía, en ocasiones, de tanto como se aleja uno, es casi un suicidio. ¡Esto me aparta de tan tas cosas nuevas!…

—¿Lo siente usted?

Quizá no.

Sonríe al hacer su incrédula negación. Gabriela Mistral, tan comprensiva, tan humana, con el recuerdo de muchos dolores en su vida, prefiere la evasión sentimental a creer en lo que no quiere creer. Pero discute siempre dulcemente, para no sentir en sí misma lo agudo de sus contradicciones.

Sorpresa. —¿En qué sandalias de un viento invisible —aureolado de nieve de los Andes — vino hasta aquí Gabriela Mistral? ¿Qué estrellas animaron este deseo de arribar a puerto español a la luz viajera, por quien vive —¡con qué nombre!— toda la América Latina? ¿Saudades del viejo amor, milagrosamente despierto al efectuarse el bello alumbramiento que nos dio la República o acaso juvenil anhelo de tender puentes cordiales entre la madre y las hijas, separadas por lastimosa ausencia?

Pero he aquí que a flor de labio, en el corazón, en los ojos, hasta en la luz que en saetas auriazuladas se filtra alegremente por las ventanas, una realidad —¿ensueño, maravilla?— de carne viva y bella nos conmueve. ¡Qué goce súbito de pájaro extasiado con sus armonías se nos entra aquí en el alma atónita! Y en ir y venir de pensamientos matizados de dulzura extraña, choca con las preguntas del periodista, rápidas y austeras, y al que le valiera más dejar que hablase la pasada y mucha emoción de sus ojos.

Caricatura gabriela mistral
Fuente: ‘La Libertad’ (1933)

Cuatro horas de conversación es mucha palabra para el sentido puro del interviú, que se limita, por costumbre periodística, a ofrecer aquello que encarna y se cuaja en la realidad visible de la vida. Teorizar, remontar el vuelo, es cosa poco apetecida en este tiempo, pues estamos acostumbrados a animar los ojos con emoción de a ras de suelo. Pero en esta charla que la incomparable artista y pensadora nos ofrece para La Libertad hay cosas altas que por su proyección nos reza aquello que hemos dado en llamar actualidad. Feminismo, turismo, nacionalismo, guerra… Así, a puñados de emoción cristalina manada por la augusta sensibilidad de Gabriela Mistral, recogimos lo que vulgarmente se dice ameno, y lo servimos en precisa letra de imprenta.

—A los periodistas— advierte la gran pedagoga americana— no se les puede contestar muchas preguntas. Tienen ustedes un gran interés por sorprendernos, y en otras ocasiones, como respuesta a lo que yo llamaría nuestra prevención, dicen más de aquello que dictamos por reflexiva confidencia. Sin embargo, el paisaje de Castilla, trágica, imponente, me ha producido cierto descorazonamiento, que irá en beneficio de sus notas.

El tema del feminismo no deseo discutirlo. En América se debate con interés: en España, con éxito. La primera mujer diputado en América, María Luisa Arcelay, es una amiga con quien he charlado de estas cosas. Es admirable su encendimiento y voluntad en torno a estos problemas; pero yo estoy al margen de ello, Creo, sí, que las organizaciones feministas son necesarias, ante todo, para defensa del niño, e interpreto el sentido del sufragio universal «como entrañado en el derecho de la mujer al voto». No obstante, en la mayoría de los países de nuestro continente no ejercen ese derecho, y tal vez en muchos años no lo ejercerán. ¿Quién es causante de que la mujer forme corporaciones ciudadanas? El gran vacío que el hombre creó alrededor de nuestros derechos… Por eso, aunque yo no milite en tales agrupaciones, comprendo su existencia. En nuestros pueblos, el padre es muy poco padre, y la mujer ha de erigirse en defensora del niño a toda costa… y de los deberes para con el sexo débil.

Mujeres españolas.—He aquí su indiscreción al descubierto al buscar la mía. Y las omisiones, sin embargo, respondiendo directamente a su pregunta, creo que las hay muy destacadas en todas las disciplinas. Los nombres que me cita me son muy conocidos y estimados. Concha Espina, cuyas novelas encierran mucha belleza, sobre todo las que guardan mayor sabor regional.

María de Maeztu, admirable en todos los sentidos, de mente despejada y vida disciplinada, en América dejó muy honda huella. María Martínez Sierra, compañera mía en el Instituto del Cine Educacional de la S. de N., es una mujer de gran «sagesse», que dirían en Francia, y muy preparada en las cuestiones sociales de más difícil alcance. Teresa de Díez-Canedo, íntima y devota amiga, de sensibilidad exquisita y generosidad sin límites. Blanca de los Ríos, sobre la cual escribí recientemente un largo artículo ponderando sus dotes extraordinarias… Y tantas y tantas más… Evidentemente, en España la mujer se prepara con especial devoción para la lucha política, y yo, que estoy distanciada prácticamente de esos quehaceres, veo con simpatía tales vehemencias.

La poesía. Impurezas del «viejo estilo».—Celebro esa coincidencia con las declaraciones de Julio Dantas que me refiere. Los esfuerzos juveniles y la nueva estética me son gratos. Estimo mucho la labor de Juan Ramón Jiménez y la de Alberti, Salinas, García Lorca, Altolaguirre… Esto no significa el olvido de los grandes poetas como los hermanos Machado y tantos otros, cuya personalidad dejó surcos profundos en la lírica moderna… Pero me siento en más puro acuerdo con estos poetas renovadores que con los que lagrimearon tanto romanticismo llorón en sus libros. Estimo en especial de las nuevas escuelas la renovación de la metáfora de la imagen. Yo misma comprobé que los niños entienden y gustan de las imágenes y metáforas que algunos escritores llaman absurdas. Tiene, sin embargo, el poeta de hoy excesivo gozo en su creación, y esto atolondra con borrachera de alegría, como a los viejos atolondra la borrachera de amargura. El concepto de la vida interior es ahora más noble que el de los poetas románticos que lloraron con emociones falsas. Como detalle pintoresco le revelaré que en Universidad de Puerto Rico, en una conferencia, aconsejé reaccionar contra el sentimentalismo romántico. Hablé con verdadera fobia, quizás porque yo he padecido esa enfermedad ultralírica.

La Democracia. Gracián.— Por haberme preocupado toda la vida de los obreros y campesinos, he deseado con fervor una elevación de nivel espiritual en la democracia. Pero los defensores de esta doctrina se olvidan de elevar el pensamiento del pueblo, organizado como poder social. Esto me entristece y preocupa. Por eso me digo: ¿Cómo se lee tan poco a Gracián en los países democráticos? Gracián es un estímulo formidable, una necesidad con magnífico punto de mira, ¿Por qué tanto Góngora y Lope —admirables—, y tan poco Gracián? Yo, que sé cómo se ha rehabilitado la memoria de los grandes poetas aludidos fundando Sociedades de amigos de su obra, me pregunto; ¿Por qué no se rinde el mismo honor a Gracián?

Democracia sin alta espiritualidad es inadmisible.

Rusia.—Consideraciones—. Sí que me gustaría visitar Rusia. Pero para hacer el viaje necesito libertad, para verlo todo y no únicamente lo que me quieran enseñar. Creo que el ensayo del comunismo es útil a la Humanidad. Nivelar los derechos y abolir muchos privilegios es necesario, muy necesario. Producir y suprimir lo superfluo es un deber social… Ahora bien: encuentro el gran obstáculo del comunismo en su atentado a la individualidad, a la intimidad, sin las que yo no sé, no puedo vivir. Creo en la intimidad, y la interrupción de este vivir íntimo me haría odiosa la vida. Además, el arrebatar los estímulos individuales implica la muerte de la Libertad. Y yo amo esa Libertad, aunque en el fondo me diga muchas veces que la Libertad es una idea romántica… Claro que esto es una consideración personal. Y pese a ella, comprendo que el bien de los más es antes que el mío. En cuanto a su pregunta de la religión en Rusia y en el mundo que se revoluciona, le diré que vamos camino de una creación nueva del paganismo. El desnudismo, el culto al sol, al agua, al campo es un regreso histórico al paganismo, no sé si más hermoso que el antiguo. Paganismo de formas dionisiacas, sin duda… Desde luego, ningún pueblo puede vivir sin religión, y la lleva consigo aun sin querer. Extraerle a un país la religión me parece un tormento igual al de la campana neumática cuando se hace el vacío. En esas circunstancias, el vivir no es posible.

Pedagogía. —Este es mi fuerte, amigo mío. Todavía no he podido estudiar bien las reformas introducidas en España. En América esa es una de nuestras grandes victorias. En muchas naciones, por ejemplo, Chile no existe el analfabetismo, y ahora intentamos, tras el éxito de la enseñanza primaria obligatoria, una enseñanza postescolar igualmente obligatoria. Los tres puntos generales de mis proyectos de reforma son los siguientes: Primero, en los estudios de Universidad y Liceo, exigir una formación clásica rigurosa. De los estudios primarios y sus complementarios, en la sección urbana, volver a la dignificación artesana, obligando al trabajo manual. En la sección rural, exigir los estudios agrarios y su derivación industrial. De otra parte, entiendo necesaria la selección de los estudiantes y la eliminación de los mediocres en los estudios superiores. Hay países en América, como México, donde se han realizado reformas pedagógicas muy notables y se ensayan otras superiores. El culto esencial es al niño. En él debemos poner nuestra esperanza. Otro ejemplo maravilloso lo da Puerto Rico, La más bella de las Repúblicas hispanoamericanas. En Puerto Rico, la mitad íntegra de su presupuesto nacional se destina a Instrucción pública. También es de elogiar la labor de Colombia, y, en particular, el esfuerzo inmenso de ese gran hombre que se llama D. Agustín Nieto.

Yo le sugiero la idea —que es estimable—de celebrar un gran Congreso pedagógico hispanoamericano para unificar la común labor en pro de la cultura hispánica y dar lugar a un más inteligente servicio de reformas escolares. El punto ideal para celebrar ese Congreso sería La Habana, emplazada en lugar estratégico para la movilización de profesores.

La República española. —Me sorprendió el advenimiento de la República ejerciendo mi profesorado en una importante escuela. Digo que me sorprendió, porque, a pesar de ser yo una buena republicana, no la esperaba todavía. El hecho me produjo gran alegría, pues no olvidé nunca que al frente del anhelo republicano nacional estaba una brillante pléyade de intelectuales. Un sentimiento de fraternidad me ligaba a ellos, y me alegré con la nueva alegría de España.

Los «americanismos» en el lenguaje. —Le ruego que, en mi nombre, diga que esas gentes que advierten que los americanos destrozamos el castellano son injustas. Una serie de países, con ochenta millones de habitantes y un ser nuevo, no puede por menos de necesitar para el desahogo de su particular vitalidad de expresiones lingüísticas novísimas. Por lo cual juzgo como un gran bien la aparición del nuevo Diccionario que contiene todos estos modismos. La lástima es no haberlo preparado a su debido tiempo. El respeto, el amor al regionalismo, es un hecho inminente en la vida de América. En realidad, es hora de que regresemos de Europa…

Amor a los campesinos y a los presos. —Ya usted conoce —termina diciéndonos la incomparable poetisa— mis desvelos por los campesinos. Todo lo que me inundó de goce espiritual nació en aquellas zonas rurales en que di escuela y prediqué el amor a las gentes del campo. Entiendo que es hora de acabar con la humillante existencia que arrastran esos seres y repararles debidamente. Bien comprendo la emoción de Rosalía de Castro. Yo así la he sentido al contacto con sus rudos modales, encubridores de espíritus sin mácula.

¿Y los presos? Otra gran mujer, paisana suya, la que más admiro de todas las mujeres, Concepción Arenal, me enseñó a quererlos y a compadecerlos. ¡Tanta labor se debe realizar en las cárceles y presidios! ¡Tanta desgracia pudiera ser evitada!…

Hace tiempo que aguardan otras visitas, el momento de saludar a Gabriela Mistral. Prometiendo el placer de una nueva entrevista, le dimos la mano y un testimonio de viva gratitud a la mujer más buena, sensible e inteligente de toda la América española.

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