Finalizados sus estudios de Filosofía y Derecho y concluida la etapa de Laye («la inolvidable» en el decir de Josep M.ª Castellet), Manuel Sacristán Luzón (1925-1985) enriqueció su formación en lógica, epistemología e historia de las ciencias y profundizó su alemán, entre 1954 y 1956, en el Instituto de Lógica Matemática y de Investigación de Fundamentos de la Universidad de Münster en Westfalia [*1]1, un centro de enseñanza e investigación dirigido por un teólogo-filósofo-lógico al que siempre consideró uno de sus maestros, Heinrich Scholz2.
Fue entonces cuando el autor de «La veracidad de Goethe» entabló amistad con el lógico pisano Ettore Casari, compañero suyo de estudios, y con el germanista español Vicente Romano3; cuando participó en un seminario de formación política impartido por el obrero fresador Hans Schweins, secretario del Kommunistische Partei Deutschlands (KPD)4, y cuando, tras renunciar a una plaza de profesor ayudante que le ofreció el Instituto alemán de lógica al finalizar sus cursos de posgrado, decisión nada fácil para una persona con su vocación didáctica, decisiva además en su trayectoria filosófica, laboral y existencial, decidió formar parte de la arriesgada lucha antifranquista en las filas, poco pobladas y duramente perseguidas policialmente en aquel entonces, del PSUC-PCE. Sus estudios de lógica y filosofía de la ciencia, y su ininterrumpido interés por estas temáticas hasta el final de sus días (él mismo habló de ‘adicción’ en una carta a Antoni Domènech de agosto de 1983), y los primeros compases de su militancia comunista democrática fueron al unísono.
De regreso a España, Sacristán empezó a trabajar, en el curso 1956-1957, como profesor ayudante del catedrático de Historia de la Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras de Barcelona Joaquim Carreras i Artau5. Tres años después, con el fin de superar las persistentes y nada afables exigencias del arzobispado nacional-católico barcelonés, que en absoluto comulgaba con la aproximación a la filosofía de Kant a la manera ilustrada que impartía en clases y seminarios aquel joven profesor de lógica y metodología, y las presiones de profesores numerarios de la propia Facultad, el traductor de Schumpeter fue trasladado a la Facultad de Económicas de la UB para evitar males mayores.
Siguió impartiendo allí clases de Fundamentos de Filosofía6. Pero por poco tiempo: seis años más tarde, en 1965, no se le renovó su contrato de profesor encargado de curso y quedó fuera de la Universidad.
Desde su contratación como profesor no numerario en 1956, la remuneración que entonces recibía por la docencia era más bien simbólica7, pero más intensamente desde su expulsión y hasta su definitiva reincorporación a la universidad barcelonesa en 1976-1977 tras la muerte del general golpista, Sacristán ganó su sustento, pane lucrando diría él mismo en alguna ocasión, con traducciones y con diversas y numerosas colaboraciones editoriales: informes [*2], reseñas, proyectos, cartas, dirección de colecciones, etc. Ariel, Grijalbo, Alianza, Vergara, Labor y Espasa-Calpe, con mayor intensidad en los dos primeros casos, son los nombres de algunas de las editoriales para las que trabajó.
Fueron muchos los autores y las páginas traducidas, cerca de 30 mil calculó con acierto el profesor Albert Domingo Curto. Grandes clásicos del pensamiento filosófico, poético, político, económico y científico como Platón, Heine, Marx, Lukács, Gramsci, Schumpeter, Taton y Quine fueron traducidos por él.8 La lista completa parece inabarcable por una sola persona que dedicaba al mismo tiempo muchas horas semanales a la lucha política antifascista, y a impartir clases, seminarios y conferencias cuando le fue posible. Josep Fontana esbozó una explicación en la conversación que mantuvo con Xavier Juncosa para «Integral Sacristán»: sin olvidar su enorme y probada capacidad de trabajo, dura e ininterrumpida autoexplotación durante años y años para ganarse la vida, por una parte, y, por otra, para conseguir tiempo para la lucha política, para el estudio (una de sus grandes pasiones), para la elaboración de sus propios escritos y para su familia y amistades.
Durante estas dos décadas, desde 1956 a 1976, además de sus tareas de trabajador editorial, el autor de Introducción a la lógica y al análisis formal se presentó, sin posibilidades de éxito dada su militancia política y la composición del tribunal, a las oposiciones a la cátedra de lógica de la Universidad de Valencia celebradas en 1962 en Madrid [*3], escribió su tesis sobre la gnoseología de Heidegger [*4] y dos manuales de lógica (uno de ellos le fue solicitado por Labor y no fue publicado en su momento por presiones gubernamentales), los apuntes de sus clases de Fundamentos de Filosofía, un libro interrumpido sobre teoría del conocimiento encargado también por Labor, además de prólogos (algunos de los cuales se convertirían con el tiempo en clásicos del marxismo hispánico), presentaciones, documentación partidista, materiales de formación, manifiestos y artículos para enciclopedias y revistas legales y clandestinas9.
Dictó también numerosas conferencias, impartió seminarios (sobre lógica formal y la Fenomenología de Hegel a finales de los años cincuenta, sobre la Revolución de Octubre en los setenta); dio clases de alfabetización en la parroquia de Can Serra de L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona); formó parte destacada del movimiento universitario antifranquista (sirviendo también de enlace con el movimiento obrero); pensó y escribió sobre el comunismo ecologista a partir de principios de los setenta; fue entrevistado, algunas de estas entrevistas dejaron profunda y alargada huella político-cultural en la ciudadanía antifranquista, y, por supuesto, dadas las duras y difíciles circunstancias del tiempo de silencio, represión y persecución que le tocó vivir, fue vigilado, controlado, detenido y encarcelado por la policía del franquismo. No fue la suya una vida fácil ni cómoda, más si tenemos en cuenta su delicada salud desde joven10.
Una de las entrevistas que preparó y elaboró más cuidadosamente, una de las más influyentes, muy leída y comentada en colectivos antifranquistas y alrededores, fue la que José María Mohedano, entonces militante de la izquierda autodenominada revolucionaria, le hizo para la revista democristiana antifascista Cuadernos para el Diálogo sobre la construcción del socialismo en Checoslovaquia y la invasión de Praga por las tropas del Pacto de Varsovia11 con el objetivo, dolorosamente exitoso, de aplastar el proyecto de renovación democrático comunista del país del soldado Swejk.
Otro filósofo marxista y luchador antifascista exiliado en París, Francisco Fernández Santos, con el que ya había coincidido en la firma del manifiesto de apoyo a la lucha de los mineros asturianos en 196212, leyó algunos de sus escritos, incluida la entrevista sobre Praga, tomó consciencia de sus preocupaciones, opiniones e intereses filosóficos comunes, supo de su difícil situación laboral, y desde su responsabilidad editorial en El Correo de la UNESCO le escribió, ofreciéndole la posibilidad de participar como traductor externo en la UNESCO, además de solicitarle colaboraciones complementarias como la traducción de una antología de textos de Lenin y un artículo parala revista sobre el pensamiento del revolucionario ruso, tarea esta última en la que Sacristán mostró una vez más la libertad creativa de su filosofar, su marxismo crítico y documentado, siempre alejado de expresiones gastadas y fórmulas agotadas.
Era tiempo de silencio (Luis Martín Santos), de persecuciones, detenciones, torturas, asesinatos (Julián Grimau, Francisco Granados, Joaquín Delgado13, Enrique Ruano, Rafael Guijarro Moreno, Cipriano Martos…) pero también de arriesgada resistencia, de firme y difícil compromiso, de generosidad, fraternidad, apoyo mutuo y solidaridad entre activistas y ciudadanos-trabajadores.
Tiempo aquel de cartas cruzadas y reflexiones compartidas. Dar cuenta de la correspondencia entre estos dos filósofos concernidos y las colaboraciones a las que dio lugar; describir los trabajos de traducción de Sacristán y sus reflexiones sobre el oficio de traductor; mostrar las características centrales del singular marxismo de Francisco Fernández Santos; recordar y analizar los nudos esenciales de las lecturas y aproximaciones del primero a la obra de Lenin; mostrar la proximidad de sus consideraciones y posiciones políticas (desde diferentes perspectivas, nunca sectarias) tras la muerte del general golpista, son los objetivos de estas páginas que quieren, al mismo tiempo, rendir homenaje a su arriesgada praxis, al singular estar en el mundo de estos dos creativos pensadores marxistas, maestros y referentes de varias generaciones de estudiantes, militantes, intelectuales comprometidos y trabajadores.
Mercedes Iglesias Serrano, Jordi Mir Garcia, Jordi Torrent Bestit (s.t.t.l.), Joaquín Miras, Martín Alonso Zarza, Josu Ugarte, Francisco Vázquez García, Gerard Marín Plana y el resto de compañeros de Espai Marx me han sugerido ideas y me han ayudado en temas que me eran desconocidos.
José Luis Martín Ramos y José Sarrión abren y cierran este ensayo. Dos excelentes regalos: para el libro, para mí, y, sobre todo, para todos ustedes, lectores de estas páginas. Gracias a ambos.
Los errores, si existiesen, al igual que la pobreza analítica y expositiva, son de mi entera responsabilidad.
Notas complementarias
1) En el Instituto de Lógica Matemática de Münster
De unas cartas que Sacristán escribió a Juan Carlos García Borrón (2004: 119 y ss.) durante su estancia en el Instituto de Lógica de Münster:
I. «No hay temor alguno de que me dedique «al amor beatífico de Europa y olvide otros rincones del planeta», por la sencilla razón de que Europa está para el arrastre. Para mí está fuera de duda que Adenauer no hace sino defender al cristianismo (más precisamente, al catolicismo) y que Alemania y Europa le importan un comino. Y también lo está que el catolicismo necesita la guerra contra Rusia».
II. «Sí quiero explicarte suficientemente, porque te debo la explicación, los motivos de mi tardanza en escribir. Me comprenderás si te digo que al llegar aquí y empezar a adentrarme en el frío y limpio terreno de la lógica me tentó irresistiblemente el deseo de dejar dormir el alma, descansar y olvidar en lo posible el hervidero, más o menos ridículo, en que he vivido en Barcelona desde que me licencié; y mientras mi cabeza se aguzaba en el estudio técnico, mi alma consiguió casi «nirvanearse» en un paradisíaco olvido de coroneles, profesores, familia y amigos. Hoy voy despertando y sintiendo ganas de recibir cartas que cuentan cosas de allí abajo […]».
En «La posición filosófica de M. Sacristán desde sus años de formación», mientras tanto, 1987, 30-31, pp. 41-56, García Borrón recordaba también este fragmento de otra carta de su amigo de 1955: «Trabajo mucho (exclusivamente logística) y creo que a la vuelta de unos cuantos meses puedo ser un discreto especialista en esa rama. También voy poco a poco aprendiendo de modo vivo el alemán.»
Durante su estancia en Münster, Sacristán presentó una comunicación (referencia nº 7859) con el título «Über die «Ars Magna» des Raimundus Lullus» a un Coloquio («Kolloquiumsvortrag gehalten 8.7.1955 von Manuel Luzón Barcelona») celebrado en el Instituto de Lógica Matemática. Se abría con estas palabras (traducción de Marisol Sacristán y Luis Vega Reñón):
«Ramon Llull, o Raimundo Lulio, o Raymundus Lullus (1233-1316) provenía de una familia aristocrática. Desempeñó también cargos políticos. A la edad de 30 años experimenta Llull una conversión mística. Escribe poemas místicos durante unos años. En 1272, como consecuencia de una «revelación», se consagra a una nueva tarea, cuya realización es el «Ars Magna».
Llull escribe su Arte para alcanzar los fines que su conversión le presenta como deber de su vida. Se trata de convertir a infieles (en primer término musulmanes) y herejes, y de ofrecer a los creyentes un método de discusión irrefutable. El «Arte Magna» es así Apologética cristiana, como la literatura filosófica típica del siglo XIII, las Summae Theologiae. Existe, sin embargo, una diferencia importante entre las Summae de orientación aristotélica y el Gran Arte: Llull quiere demostrar no sólo los llamados Praeambula fidei sino también los dogmas, y con ello quiere -o tiene que- desarrollar también una teoría del mundo en general. Ello hace que Llull tenga que ocuparse también de problemas no-teológicos y no-filosóficos, como, por ejemplo, de medicina o de jurisprudencia.
Pero todos los escritos de Llull son apologéticos y tienen una base mística de origen, incluso los que los historiadores denominan «lógicos». Cuando Llull pide al Papa que acepte sus escritos, escribe: «Et hoc peto propter Deum, et quia propter publicum bonum laboro […] usque ad mortem laborare propono» (Declaratio Raymundi per modum dialogi edita, ed. O. Keicher, «Beiträge zur Geschichte der Philosophie des Mittelalters» [Contribución a la historia de la filosofía de la Edad Media], Münster 1909, pág. 221).
Llull cuenta que su Arte le había sido inspirado por Dios durante su vida de retiro. Y escribe con frecuencia oraciones de acción de gracias por esa revelación.
Hoy no podemos reproducir con todo detalle y precisión lo que Dios comunicó al filósofo en su retiro en Mallorca. Nos limitaremos a resumir la parte de la comunicación divina que los historiadores llaman «Lógica». Los libros denominados «lógicos» de Llull proceden de cinco períodos diferentes…»
De uno de sus profesores en el Instituto de Lógica Matemática y de Investigación de Fundamentos, Gisbert F. R. Hasenjaeger (1919-2006), tradujo Sacristán en 1968 para Labor: Conceptos y problemas de la lógica moderna. Véanse las declaraciones del lógico y matemático alemán en la documentación fílmica anexa de «Integral Sacristán» de Xavier Juncosa depositada en la Biblioteca de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona (BFEEUB a partir de ahora).
2) Informes editoriales
Serían numerosos, solo se han podido recuperar algunos de ellos. Un ejemplo de agosto de 1973, sobre: Stephen Marlowe, The man with no shadow, texto mecan, 300 folios, apartado I del informe.
I. Observaciones sobre el argumento.
El texto tiene dos hilos argumentales, fáciles de distinguir en toda la lectura por los modos muy diferentes como se dan en el desarrollo de cada uno de ellos los elementos de narrativa clásica (la construcción psicológica de personajes, el patetismo, etc). El primer hilo es la pugna interna entre políticos conservadores de corte tradicional -dibujados según el cliché eterno del sabio escéptico y, en el fondo, bondadoso- y reaccionarios radicales de una ideología falsamente fascista, de la ideología que puede creer fascista un lector anglosajón inculto, o sea, algo simplemente hecho de desprecio de los derechos formales burgueses, brutalidad y una decisiva base presuntamente natural (no social) de sadismo. Los políticas conservadores, casi-liberales, bondadosos, paternales, escépticos, sabedores de que el bien de la humanidad consiste en ser obediente por las buenas, y que sólo si desobedece hay que educarla con energía severa y no menos salutífera, son, según esta novela, el Director General de Seguridad y su equipo, así como, en segunda fila, los que llama «tecnócratas del Opus Di». Estos políticos sabios y comedidos pueden contar ahora con el apoyo del jefe del estado, don Francisco Franco Bahamonde, pues este ha sufrido, junto con una grave crisis de su salud, una iluminación acerca del carácter en el fondo regenerador, liberal, generoso, pacificador e incluso sana y patrióticamente anarquista de su empresa guerrera de 1936-1939. Al final de su vida está, según enseña al autor, clarísimo que no hay parecido alguno entre los hechos de Franco y los de los dictadores de derecha. Y sin duda el cuadro concienzudamente construido por el autor arroja con toda evidencia una peculiaridad del régimen franquista que lo aparta radicalmente de cualquier estado no ya fascista, sino simplemente capitalista: en él no hay ni banqueros, ni empresarios ni obreros, sino solo nobles, funcionarios conservadores (o sea, de izquierda, si se ha de prestar fe al autor, encabezada por don Francisco Franco), funcionarios reaccionarios, encabezados por don Luis Carrero Blanco, sutil engañador del Generalísimo (aunque tropieza, es cierto, con el valeroso esfuerzo de la noble doña Carmen Polo, célebre liberal de izquierda decidida a enderezar los entuertos del perverso Almirante), turistas, toreros, toros, Guardias Civiles, Policía Armada y de Tráfico y -sorpresa para los indígenas- una Guardia de Asalto que ésa sí que es mala. No tiene nada que ver ni con la Guardia Civil -dura, pero insobornable, como the Intouchables, pensará el lector semianalfabeto anglosajón-, ni con la Policía Armada, ni con el Cuerpo General de Policía, puntillosamente dedicado a evitar que la desgracia haga tropezar por casualidad el puño de alguno de sus miembros con el cuerpo de algún perverso subversivo. Porque también hay algunos de estos, a saber: media docena de curas jóvenes que, según dice el autor, en absoluto parecen sacerdotes, por sus mundanas costumbres; un estudiante norteamericano de cuyo nombre el autor parece querer acordarse, aunque vacila; un anciano pescador anarquista y, transitoriamente, la Duquesa de Medina Sidonia ligeramente retocada en dos sentidos: es lo que el autor llama en la obra «inteligente», o sea, tonta, y no tiene nada que ver con el socialismo -que, como ha de saber el lector anglosajón, no existe en España-, sino con el anarquismo, que es una vice mignon español, compartido por todos los corazones de izquierda en general y por el de Franco en particular. De todos modos, o precisamente por ser un caso exacerbado del racial anarquismo hispánico, la Duquesa conseguirá por fin la sabiduría, junto con la madurez de edad, aceptando el cargo de secretaria particular del hasta ahora ignorado discípulo de Anselmo Lorenzo que ha conseguido llegara a la mismísima jefatura del estado español.
Este primer hilo argumental consta de las vicisitudes por las que pasa la pugna de las fuerzas de la libertad -principalmente Franco, su distinguida esposa y el Director General de Seguridad- contra las fuerzas reaccionarias de don Luis Carrero Blanco. Al final de la novela se ve claro que ganarán las fuerzas del Bien y la Libertad Bien Entendida, cuando al lado del moribundo Libertario del Ferrol se yergue, agudo, vital, generoso y demócrata, el hombre que constituye no ya la esperanza, sino la certeza cuajada de un futuro de bienestar, justicia y progreso en la adecuada libertad (que no hay que confundir con el libertinaje), o sea, don Juan Carlos de Borbón.
El segundo hilo argumental es la historia policíaca de cuatro muertes enlazadas: la de un estudiante hijo del protagonista torero -trasunto de Luis Miguel Dominguín, hasta el punto de que el autor llega prácticamente a denunciar a su hermano Pepe-, estudiante que, arrastrado por las perversas artes del estudiante norteamericano responsable de todos los disturbios de la Universidad de Madrid, muere de tres tiros disparados por un mal guardia civil -de todo hay en la viña del Señor, incluso guardias no del tipo buenos-, tiros que le valen su destitución; la muerte del mismo guardia civil en manos del padre del estudiante muerto, o sea, en manos de Luis Miguel; la muerte de Luis Miguel, víctima de coacción por el Villano de la película -o novela-, que es el jefe de la policía paralela de Carrero Blanco; y la muerte del Villano a manos del hijo vivo de Luis Miguel. Este esquema hilo argumental se aprovecha, sin duda, para enriquecer la tesis construida con el primero (por ejemplo, si el hijo de Luis Miguel es el que mata al Villano, ello se debe a que el Cuerpo General de Policía no puede matar, según dice el señor Director General de Seguridad para alivio de todos nosotros, que qué se yo nos habíamos imaginado. Pero, aunque se aproveche, queda en sustancia aislado del otro por razones literarias. Eso sugiere las siguientes
3) Las oposiciones a la cátedra de lógica
Sobre las oposiciones de 1962 véanse los comentarios de Jesús Mosterín y Javier Muguerza en López Arnal y De la Fuente, 1996: 631-668 y 669-684 respectivamente. También Christian Martín Rubio, «Mientras la esperanza espera. Materiales en torno a la oposición a la cátedra de lógica de la Universidad de Valencia en 1962», en López Arnal et alii, 2005: 257-285, Moreno Pestaña, 2013: 161-208, y Méndez Baiges 2021: 430-437.
Una de las reflexiones de este último: «Lo peor no fue, en todo caso, perder y que ganara Garrido. Tampoco que Pérez Ballestar consiguiera un voto, lo cual le calificaba, en igualdad de condiciones al menos, para una futura cátedra en Barcelona. Lo peor fue que Sacristán, no por motivos extra-académicos, sino profundamente intra-académicos, tuvo que comprender el corto futuro que le aguardaba como profesor de Universidad. Si, con la reacción de Múnich, el gobierno quiso pasar un mensaje rotundo, «Ojo, habrá cambios, pero no hay ciudadanos», el tribunal de la cátedra de Lógica pasó otro correlativo que decía; «Ojo, habrá cambios, pero no hay Filosofía». Si alguien interpretaba el sentido de las reformas en curso hasta el punto de sentirse autorizado para salir de las filas e integrarse en lo que estaba descartado, aquello no se iba a permitir. No habría en la filosofía universitaria nada parecido a la pedagogía política ni a un «pensar junto con vosotros». No habría cargo para quien buscara respuestas a la necesidad de situarse intelectual y moralmente en el mundo. Precisamente para impedirlo estaban ellos allí. Si alguien comparecía con tales pretensiones, su respuesta estaba más que clara».
En una nota autobiográfica de finales de los años sesenta (Sacristán, 2003: 57-61), el autor de Introducción a la lógica y al análisis formal reflexionaba sobre estas oposiciones, y más en general sobre lo sucedido estos años en los siguientes términos:
I.
1. La cosa es que está sin resolver la cuestión del ¿quien soy yo?
2. La respuesta fue suscitada con gran virulencia esta última vez por la crisis política.
2.1. Pero no era la primera vez que aparecía. Se me presentó en marzo de 1956, nada más volver a España. Y varias otras veces.
3. Por lo tanto, el repaso ha de arrancar de la vuelta a España, pero, al llegar a la crisis de 1968, ha de detenerse con atención.
II.
1. La decisión de volver a España significaba la imposibilidad de seguir haciendo lógica y teoría del conocimiento en serio, profesionalmente.
1.1. Las circunstancias me llevaron luego a la inconsecuencia de no evitar equívocos (oposición, etc.). Este es un primer error, no cronológicamente hablando.
1.1.1. En la misma primavera del 56 llegué a esa conclusión. Lo que agrava el error principal.
2. La vida que empezó a continuación tiene varios elementos que obstaculizaban no ya el estudio de la lógica, sino el intento general de mantenerme al menos al corriente en filosofía. Los elementos predominantes de aquella vida eran las clases y las gestiones. Poco estudio.
3. Una excepción: la tesis. Fue producto -como la posterior memoria pedagógica- de unas vacaciones en sentido estricto: pocas gestiones, pero con el proyecto de volver.
La «inconsecuencia» a la que Sacristán hace referencia en el punto II.1.1. se hace menos inconsistente si tenemos en cuenta algunas razones «profesionales»: facilitar argumentos a profesores de Filosofía y Letras que deseaban que prosiguiera como profesor encargado de curso de la facultad. En García Borrón, 2004: 129, su amigo recuerda que Sacristán le escribió en 1959 una carta en la que le hablaba de sus aspiraciones a la cátedra de lógica de Valencia en los siguientes términos: «No pienso que esa cátedra la puede ganar alguien que viva tan off-side como vivo yo y creo que hay alguien calificado para ella. Pero si no la cátedra, sí que busco con mucho interés dos cosas: primera, terminar con mi falta de presencia en toda oposición; segunda, hacer unos ejercicios decentes que den armas en Barcelona a los miembros de la Sección que -con la oposición de otros- querrían encargarme la lógica de aquí, que es cátedra no cubierta ni dotada. Preparo un artículo «Sobre el espíritu de los algoritmos lógico-aritméticos de Leibniz». Tema y tiempo no me darán más que para 25/30 folios. Espero en cambio que tenga interés y rigor.»
Sacristán se estaba refiriendo a «Sobre el Calculus Universalis de Leibniz en los manuscritos números 1-3 de abril de 1679», uno de los materiales escritos para estas oposiciones de 1962. Puede verse ahora en Sacristán, 2007: 159-176.
4) La reedición de la tesis doctoral de Sacristán
Con los buenos oficios de Gonzalo Pontón, Crítica reeditó en mayo de 1995, con prólogo de Francisco Fernández Buey, la tesis doctoral de Sacristán, Las ideas gnoseológicas de Heidegger, publicada inicialmente por el CSIC a finales de los años cincuenta. El ensayo finalizaba con estas palabras: «Por eso no es de esperar que el hombre interrumpa su diálogo racional con la realidad para entablar ese otro «diálogo en la historia del Ser» (HW 252) cuyos personajes se niegan a declarar de dónde reciben la suya».
Víctor Ernesto Farías Soto, el autor de Heidegger y el nazismo, publicó una reseña crítica del libro en el suplemento de libros de El País (Babelia, 10/06/1995, http://manuelsacristan.blogspot.com/2008/10/faras-vctor-ressenya-de-las-ideas.html?m=0). Pocos días después, el profesor Patricio Peñalver Gómez, reconocido especialista en la obra del filósofo alemán, escribía una «Carta al director» (Archivo FFB, UPF) en la que se expresaba en los siguientes términos: «Al toparme con la primera página del Suplemento Libros de Babelia (10 de junio de 1995) y ver que se le atribuía Las ideas gnoseológicas de Heidegger a «José» Sacristán, para mis adentros pensé o suspiré: ¡quién te ha visto y quién te ve! El diario más culto, más cuidadoso (¿quién podría negarle esos atributos a El País?), no tiene ya quien advierta que no, que el seguramente más lucido pensador de los últimos decenios por estos parajes no se llamaba José sino Manuel (como a muchos «D. Manuel Ortega y Gasset», por ejemplo, así, a mí, y a otros, espero, nos sienta lo de «José Sacristán»). Pero en fin, fue acaso un desliz comprensible como fallo humano, en medio de la que está cayendo… Sí que me soliviantó algo más encontrarme con la reseña crítica de la reedición del más riguroso trabajo sobre Heidegger en español, el durante años inencontrable libro del 59 de Sacristán, la firmase un conocido antiheideggeriano profesional de segunda división, gran comerciante de su descubrimiento del Mediterráneo: de que Heidegger fue, en efecto, nazi.»
Lo que animaba a Peñalver Gómez a teclear «con fe escasa en su publicación en esas otrora amadas páginas» estos «murmullos quejumbrosos típicos de intelectual de provincias», era enterarse de que Sacristán estaba afectado de grave ceguera filosófica, histórica y política. «Después de un saleroso saludo adulador al introductor de la reedición [Fernández Buey], seguramente para captar su benevolencia, y tras autorizarse como discípulo destinatario privilegiado de algunas confidencias esenciales del maestro nazi (imagino que en el pasillo, a la salida de clase), Farías enumera todas las cosas que Sacristán miró, pero, subraya él, no vio: los «conceptos fundamentales del nazi-germanismo», como «héroe», «pueblo», «comunidad». Más grave, dice el profesor chileno, la «no videncia» por parte de Sacristán de la «tarea pedagógico-estatal» que habría asumido el pensador de Friburgo en el contexto de un germanismo que incluía a Hölderlin entre sus armas.»
Lo más provocador con todo, proseguía Peñalver Gómez, era la hipótesis-conjetura del estudioso chileno: Sacristán no vio lo que con tanta penetración sí vio él mismo, por la «hibridez fundamental del eurocentrista socialismo real». En plata, concluía Peñalver Gómez, la ceguera de Sacristán para con el nazismo de Heidegger venía, desde la perspectiva de Farías, de su contaminación por el estalinismo. «¿Pueden, deben, los responsables de la herencia moral de Sacristán, dejar impune esta inmundicia intelectual? Y todo porque, como se reconoce al final, lo que Farías no le puede perdonar al llorado filósofo de Barcelona es que éste, con su autoridad filosófica y política, dijera de Heidegger, con todas las letras, que se trataba de «un genio del lenguaje que acaso ningún otro filósofo, incluyendo a Platón».»
Además de su tesis doctoral, véanse la voz «Martin Heidegger» (1980), Sacristán, 1984: 427-431 y su artículo para Laye de 1953: «Verdad: desvelación y ley», Ibidem, 15-55. También las páginas dedicadas al ex rector de Friburgo en «La filosofía desde la terminación de la Segunda Guerra Mundial hasta 1958», Ibidem, pp. 106-115, y sus frecuentes referencias a la obra del filósofo alemán en sus clases de Metodología de las ciencias sociales de los años setenta y ochenta.
De la nota autobiográfica de finales de los sesenta a la que se ha hecho referencia anteriormente y a propósito de Heidegger, una muestra de la exigencia intelectual de Sacristán y de sus gustos filosóficos: «Esto es discutible por lo que hace a la filosofía en sentido académico: el que yo no haya ni leído los escritos de Heidegger posteriores a 1959 me ha arañado a veces la consciencia, pero también veo razones de economía científica (y de economía simplemente) que me aconsejan seguir sin hacerlo. La lección de Barthes y de Lévi-Strauss, por ejemplo, no me ha servido más que para conocerles. Barthes, sobre todo, es un pensador muy mediocre y una caricatura del científico. No hablemos ya de Foucault. Quizás hubiera sido más serio [corrección MSL: mejor] haberlos dejado en la página 10, una vez visto el género.»
En otro orden de cosas, y más allá de la segura discrepancia sobre el uso de la expresión «ciencias positivistas», es más que probable que la caracterización del estalinismo de Francisco Fernández Santos (1966: 173) fuera muy del agrado del que sería su interlocutor: «La burocracia estaliniana hace pasar sus deseos y sus necesidades por ciencia objetiva de la realidad histórica. De ahí el desprecio por los resultados empíricos de las ciencias positivistas (sociología, economía, antropología, teoría de lenguaje, cibernética…) calificados de «burgueses» y, por tanto, de «anticientíficos». De este modo, la teoría marxista, que durante mucho tiempo había estado en la vanguardia del conocimiento de la realidad contemporánea, experimentaba en ese conocimiento un grave retraso respecto de las ciencias «burguesas», se convertía en un Saber abstracto y vacío que creía conocer la realidad antes de analizarla en su consistencia empírica: un verdadero conocimiento revelado.»
Notas
[1] He ubicado las notas más extensas al final de cada capítulo para evitar la siempre incómoda y en ocasiones impracticable lectura bidimensional. Las simbolizo así: [*1], nota complementaria 1. No son de lectura obligada, no son imprescindibles para seguir el desarrollo del ensayo. Pretenden profundizar en aspectos de la obra y la vida de Sacristán.
[2] Scholz falleció el 30/XII/1956. Sacristán le dedicó una sentida y documentada necrológica: «Lógica formal y filosofía en la obra de Heinrich Scholz», Convivium, 1957, 1. Ahora en Sacristán, 1984: 56-89.
[3] Para los recuerdos y observaciones de Casari y Romano, véanse los documentales de Xavier Juncosa (Juncosa, 2006). También «Los años de Münster. Entrevista con V. Romano». López Arnal y de la Fuente, 1996: 324-338.
[4] Entrevistado para Acerca de Manuel Sacristán (López Arnal y De la Fuente, 1996: 440), su amigo y discípulo Antoni Domènech comentaba: «Me parece que sus dos años en Münster tuvieron una gran importancia… La estancia de Manolo en Münster coincidió además con un momento políticamente muy delicado en la historia de la República Federal de Alemania: coincidió con la declaración de inconstitucionalidad y con la puesta fuera de la ley del KPD (el Partido Comunista de Alemania). Manolo mismo me contó alguna vez como ayudó a «limpiar» aprisa y corriendo un local de los obreros del KPD en Münster antes del registro policial. Creo que su experiencia con la democracia autoritaria de Adenauer le libró tempranamente del papanatismo provinciano con que tantos españoles de su generación se rindieron incondicionalmente, no bien cruzada la frontera, al tipo de orden político restaurado en Europa Occidental tras la guerra mundial…». El Tribunal Federal de Defensa de la Constitución de la RFA prohibió el KPD en agosto de 1956. La causa había durado cinco años.
[5] Profesor de Sacristán en el Instituto de Bachillerato Jaume Balmes de Barcelona. Tiempo después, el propio Carreras Artau recibió un toque de atención del obispado barcelonés. Su pecado y culpa: explicar la filosofía kantiana «siendo como era un católico de una sola pieza».
[6] Se editaron en forma de libro los apuntes de ese año (también los de años posteriores): «Apuntes de filosofía del curso 1959-60 por el profesor Manuel Sacristán», Facultad de Ciencias Políticas, Económicas y Comerciales, Barcelona: Cooperativa Universitaria, 1959. Para una antología de esos apuntes, presentada por Hubert Marraud y prologada por mí mismo: «Archivo Histórico de Textos. Manuel Sacristán: Lógica, metodología de la ciencia y teoría del conocimiento». Revista Iberoamericana de Argumentación, 2ª Época, 17, 2018, pp. 110-151. https://revistas.uam.es/index.php/ria/article/view/10539.
[7] Véanse Méndez Baiges, 2021; Vázquez García, 2009: Juan-Ramón Capella, 2005.
[8] Para una relación detallada de sus traducciones: Capella, 1987, 219-223.
[9] De una de estas revistas, Nous Horitzons, publicación teórica del PSUC, fue director clandestino en la segunda mitad de los ‘60.
[10] El doctor Serrallach de Barcelona le practicó de joven una nefrectomía. Vivió con un solo riñón hasta 1984. Se le tuvo que extirpar entonces su segundo riñón; necesitó diálisis en sus últimos meses de vida.
[11] De interés no meramente histórico, lo sigue teniendo para nosotros medio siglo después. Véase S. López Arnal, 2010.
[12] Véase Esteban, 2019: 93-97.
[13] Ambos luchadores anarquistas fueron condenados a muerte y ejecutados a garrote vil en 1963, el año de la creación del TOP. Sobre las dimensiones reales de la represión franquista, véase, por ejemplo, la detallada investigación de Babiano, Gómez, Míguez y Tébar, 2018.
Fuente: https://rebelion.org/correspondencia-entre-dos-filosofos-concernidos/