Casi con toda probabilidad, el próximo 27 de junio el Parlamento europeo aprobará el llamado Pacto del Euro: un paquete de compromisos acordados por los 17 jefes de estado de la zona euro, que impondrá severas restricciones (flexibilidad laboral, recortes sociales, moderación salarial, etcétera) a la ciudadanía, con el supuesto fin de combatir la crisis reduciendo la deuda pública. El domingo 19 de junio miles de personas inundaron las ciudades del Reino de España, para clamar de nuevo en contra de esta gestión neoliberal de la crisis económica: “No pagaremos vuestra crisis”.
Las columnas de Barcelona
El día había amanecido encapotado con nubes altas. Y a las tres de la tarde -hora fijada en la convocatoria para salir hacia Plaça de Catalunya-, en los jardines de la República, junto a la Plaça de Llucmajor, algunos manifestantes se refugiaban de los rayos de solbajo la sombra de los árboles. “Es que, aunque haya nubes, en días así es cuando el sol más quema”, decía una mujer sabiamente. A pesar de tal observación, se notaba que los manifestantes ya venían quemados de casa, y no precisamente por culpa del astro rey: las declaraciones de la clase política y la tergiversación de los medios de comunicación generalistas a raíz de los hechos del Parlament de Catalunya, se encontraban bien frescos en la memoria de todos. Cuando pasaban quince minutos de la hora fijada, cerca de ciento cincuenta personas -con charanga incluida y gran profusión de pancartas- iniciaron la marcha hacia Plaça de Catalunya: la columna de Nou Barris partía con un ánimo excelente.
Al llegar a la Avinguda Meridiana, la columna de Nou Barris, por un lado, y las de Sant Andreu del Palomar y Santa Coloma de Gramenet, por otro, se encararon. La de Nou Barris descendía por Fabra i Puig, mientras que las columnas de Sant Andreu y Santa Coloma ascendían por la misma calle: separadas tan sólo por esa arteria divisoria de Barcelona que es la Meridiana, el momento gozó de la evocación épica de dos ejércitos que se vislumbran por vez primera en campo abierto. Sin embargo, cuando las cabeceras de las columnas corrieron una hacia la otra, el objetivo no era asestarse letales golpes de espadas y bayonetas, sino fundirse en un fraternal abrazo. La Meridiana, que ha condenado a Nou Barris y a Sant Andreu a vivir de soslayo a pesar de la cercanía, adquirió especial significación al verse convertida en el punto de encuentro entre ambos distritos. Las tres columnas, ahora fusionadas, hicieron suya la Meridiana como una infantería imparable que desfilaba sin encomendarse a nadie, con paso tan decidido como festivo. En Navas de Tolosa se sumó la columna de Horta-Guinardó; en la Plaça de les Glòries Catalanes, esperaban las columnas llegadas desde Poble Nou, Clot-Camp de l’Arpa, la Verneda y Sant Martí; y por último, en la Gran Via de les Corts Catalanes con Plaça de Tetuán, la columna del Eixample. En todos los casos, la alegría fue siempre la misma: explosiva y total. Quizá los rostros fueran desconocidos, pero la fraternidad era la propia de quiénes -con los recortes sociales silbando por encima de sus cabezas- se descubren compartiendo trinchera.
Un desfile sin fin
A las 17:25, cuando las columnas que desfilaban desde el noreste de Barcelona llegaron a Passeig de Gràcia, les aguardaba una multitud vacilante, inmóvil. Se respiraba en Plaça de Catalunya una calma expectante, que se encarnó en la espontánea construcción castellera de una torre humana. Empezó a lloviznar, un casi imperceptible chirimiri que caía sobre miles de personas que, a paso corto y comedido, se dirigían hacía la calle de Fontanella. En aquellos instantes en que todo parecía estar a punto de empezar, la cabecera de la manifestación ya había alcanzado el Pla de Palau, el final de su trayecto. A lo largo de más de tres horas, la Via Laietana fue un río de personas llegadas desde diversos puntos, no ya de Barcelona, si no de Catalunya: Igualada, Esparreguera, Cardedeu, Pallars, etcétera. Los cánticos exigían la dimisión del Conseller d’Interior de la Generalitat de Catalunya Felip Puig, y recordaban, entre otros asuntos, que “Ningú no ens representa”, “Li diuen democràcia i no ho és”… También las pancartas -artesanales y todas hermosas- tenían, en el eclecticismo de sus mensajes, un tono compartido: “Primero nos hunden y luego nos rescatan”, “No al Pacto del Euro”, “Artur Mas, a quina mútua vas?”… Tampoco faltó la retranca: “Tranquils: tenim pacifistes infiltrats entre els mossos d’esquadra”. El cauce de este río humano resultaba en apariencia inagotable. La estatua a caballo de Ramon Berenguer III, en el ecuador de Via Laietana, lucía una bandera de Grecia. El perfil de los manifestantes, diverso en todo momento, ahora resultaba aún más heterogéneo. ¿Cómo reducir a un único perfil toda una muestra de la sociedad? Tal vez resultara más sencillo fijar qué tipo de personas no estaban representadas.
El baile de cifras fue, como viene siendo costumbre, un disparate: el Departament d’Interior quedó en evidencia con sus 50.000 manifestantes; la Guardia Urbana los fijó en 75.000; los organizadores, en 275.000 personas. Es esta una cuestión netamente cuantitativa: valorar el éxito de una manifestación por la cantidad de personas que asistieron. Es un mecanismo comprensible, un ejercicio de lógica contable. Ante el innegable poder de convocatoria, no sólo en Barcelona, si no en otras muchas ciudades del estado español, aquellos medios de comunicación que cargaron sus tintas y sus micrófonos contra el Movimiento 15-M, juzgando que había dilapidado el apoyo de la opinión pública -¿qué demonios será la opinión pública?- tras los hechos del Parlament, ahora volverían a loar el comportamiento pacífista y cívico de los indignados. No obstante, si el 19-J hubiera servido para reunir sólo a 20 personas, la razón de sus demandas no habría menguado. “Lo mejor es que nadie que se haya desencantado con el sistema, volverá a ser abducido. Ahora sólo podemos crecer y ser más”, afirmaba convencido un muchacho, en volandas del optimismo. En cambio, mucho más interesante por lo que posee de enigma hoy en día, es la dimensión cualitativa del asunto, esto es: la posibilidad de una organización que afiance en las asambleas de los barrios un corpus común de actuaciones, de trabajo, de autogestión.