Aristóteles apareció de repente con su túnica, y se marchó ipso facto de allí, y fue a una sesión de cine en un centro comercial super elegante, de lunes por la tarde, es cierto. Lo que no se puede negar es que asistió a su proyección en una sala completamente vacía. Allí, con cierto tedio comenzó a contemplar la historia de Quique, Clara, y del pequeño Lucas, unos incautos turistas que van a visitar el Himalaya y acaban todos defenestrados por unos bandoleros. De esa macabra y errática forma, el pobre Quique —que es el único superviviente— termina rescatado por unos monjes budistas que tienen que cuidarlo toda una estación hasta que pueda volver a la ciudad más próxima. La llegada del maltrecho extranjero perturba la convivencia de aquella primitiva comunidad. Eso también tiene otra lectura, la de que en el fondo, esa sociedad ancestral, también oculta sus carencias e incluso sus heridas. La pregunta que parece plantear a los espectadores dicha cinematográfica narración, es la siguiente: ¿Dejaríais el veredicto sobre el crimen de vuestra propia familia, al arbitrio de unos monjes tibetanos? En el caso de un crimen penal se ve claro. La justicia divina no satisface a todo el mundo. Cada persona quiere una justicia humana e individualizada. Para eso está la Policía, el Código Penal y los jueces. Pero qué pasa si eso se lleva al plano económico…? Un exceso de justicia humana e individualizada, en este caso va en perjuicio de la justicia general y por lo tanto, hace que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres. En efecto, lo que pasa cada vez de manera más acentuada en nuestra propia realidad. La brecha de la desigualdad está fomentada y defendida por el concepto de justicia particular que está en directo conflicto con la justicia social. El liberalismo económico en su mayor expresión no tiene límite, es solo justicia particular o lo que es casi lo mismo: justicia privada.. ¿Dejaríais la prosperidad económica del mundo en manos de unos multimillonarios que sólo piensan en sí mismos? Pues es igual de raro que un juicio penal en manos del Dalai lama. No en vano, el fondo monetario internacional acaba de vaticinar que la inteligencia artificial va a acabar con el cuarenta por ciento de los empleos actuales y eso parece una crisis y una oportunidad. Sin embargo, para algunos pocos no se aventura complicado alcanzar un solitario nirvana económico, en lugar de caminar a un mundo más solidario. La tecnología no suele ir en detrimento de los dueños del mundo, por lo que quizá será mejor ir acostumbrándose a tener que vivir en un lugar cada vez más injusto y por ende, más violento individual y colectivamente. En ese preciso momento, terminó la película y el Aristóteles que había ido al baño mientras tanto volvió al foro de Davos, pero no le dejaron entrar en la rueda de prensa. De repente, tuvo ganas de salir corriendo. De hecho, A continuación, acogió la budista idea de retirarse al Tibet a vivir en una sociedad espiritual, y realizar oraciones para desaparecidos turistas ricos que se perdían buscando el nirvana, mientras  comprobaba a diario que se encontraba en un mundo cada vez más mediocre, cuyo dolor invitaba de forma cada vez más clamorosa, a una reflexión sobre la necesidad de medidas globales para la instauración de un orden civil y económico más justo.

Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.

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