Raúl Gadea, cantautor uruguayo, recorre España bolo a bolo y en compañía de Tito, su representante madrileño, chulapón y sinvergüenza, cuyo talante zafio contrasta con la sensibilidad de su representado; durante este periplo, y aparte de vivir situaciones extrañas, alternarán con personajes tan reales de la movida musical como Julián Hernández (Siniestro Total), Andrés Calamaro (Los Rodríguez), Quimi Portet, Jorge Drexler, Javier Krahe, Rosendo y Kiko Veneno. Tal es el argumento de España de mierda, la primera novela de Albert Pla, que fue presentada en la Llibreria Taifa, uno de los focos culturales de la barcelonesa Vila de Gràcia.
La novela, publicada por Roca Editorial, aparece en los escaparates bajo una (tal vez) sugestiva portada en la que se distingue la enseña roja y gualda española con el añadido de un triángulo estrellado, al modo de la bandera cubana (o de la senyera estelada, estandarte del independentismo catalán cuyo modelo fue tomado originalmente de aquella bandera insular por Vicenç Albert Ballester, político y marino que había cubierto repetidamente la ruta de las Antillas). Pero, por si alguien barrunta en esa imagen los efluvios de la provocación, el propio Pla —creador de la composición— se curó en salud asegurando que fue una ocurrencia sin ninguna segunda intención, como tampoco achacó voluntad de ofensa al título de la obra.
Más entusiasta se mostró su editora, Carol París, quien no tuvo reparo en mostrar su ilusión —entusiasmada se mostró incluso— ante el presumible éxito comercial de un encabezamiento tan «llaminer» (goloso) a efectos comerciales, gracias a su cariz supuestamente escandalizador. Pero Pla se mantuvo inmune a cualquier énfasis, sobre todo cuando desde el público le preguntaron por sus sentimientos nacionalistas, que rechazó en todas las direcciones de la rosa de los vientos: “Nunca me han servido para nada”, declaró.
La novela fue escrita originalmente en castellano, debido a la inmersión lingüística experimentada por el autor —como de otro modo no podía ser— durante una estancia en Uruguay, y aseguró París que para su redacción le bastaron dos meses a Pla (mes y medio, redujo este), con lo que el músico-poeta-novelista escribe a mayor velocidad que Frederick Forshyte, todo un récord mundial. Al lector tocará ponderar si tanta rapidez se corresponde con calidad. A continuación, Pla tradujo el texto al catalán (Espanya de merda), de modo que la narración se ofrece en uno u otro idiomas. Cuando le hicieron la típica/tópica pregunta acerca de cuáles eran las influencias recibidas de otros autores, no concretó ninguna y confesó que “no soy un gran lector”, aunque añadió en seguida que había leído mucho en su adolescencia. Eso sí, lo pasó “muy bien” escribiendo la novela, cuya creación emprendió “por casualidad” (y no dio más detalles).
Jalona las páginas de España de mierda una sarta de situaciones grotescas: superpoblación de grupos terroristas, peregrinos que arrollan todo cuanto encuentran a su paso, manifestaciones que chocan en plena vía pública con procesiones religiosas… Tampoco le faltan a la novela arquetipos carpetovetónicos de esa España eterna de ayer y de ayer, como el político corrupto o el funcionario que se cree dueño y señor del servicio público en el que trabaja. Todo en un ambiente de caos preapocalíptico; un país en colapso, según el novelista. Escenas a medio camino entre la comedia bárbara valleinclanesca y las astracanadas de Muñoz Seca, que el juicio del lector —otra vez— deberá indicar si están más cerca de la ironía o la chabacanería. Y como hilo conductor del relato y nexo necesario entre todas estas ocurrencias (Pla asegura haber tomado más de una de la vida real), se describe el trasiego febril del músico entre concierto y concierto, un torbellino que ya representa un tema clásico en las letras de las bandas de rock y del que sin duda puede contar mucho el autor.
Pese a su desinhibición en los escenarios y a la hora de escribir, Pla no es un hombre dado a entrevistas ni actos públicos. En todo momento estuvo amable, con simpática timidez (aparente al menos), aunque sin explayarse. Parco en explicaciones, no mostró ningún aire de exhibicionismo a cuenta del pretendido carácter polémico de la novela, pero sí apuntó que una parte de la acción transcurría por la senda de la parodia de las novelas pseudohistóricas y pseudofantásticas sobre templarios tan en boga en esta época.
“Nunca he gustado a la mayoría de la gente, no hay problema en ello”, declaró finalmente Pla, dispuesto a seguir con la gira de presentación de la novela por esa España donde veremos qué tal sienta haber sido adscrita a la mierda. De momento, ya ha pasado por Madrid sin incidentes (¿será que los tiempos están cambiando?).
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.