En Grecia se está muriendo gente de pena. Me lo ha contado el periodista Antonio Trives que acaba de pasar allí tres meses. Antonio se fue a documentar la situación de refugiados y migrantes en Grecia para nuestra fundación, porCausa.
Durante estos meses ha estado colaborando con voluntarios independientes a la par que recogía las historias de las personas que recibían la ayuda. Hay cientos de miles de refugiados y migrantes bloqueados en un espacio sin ley ni esperanza, un no-lugar, que está constituido por el Estado griego. La gente empieza a estar desesperada. Llegaron a Grecia pensando que podrían rehacer su vida, ahí o en cualquier otro país de la Unión Europea. Gastaron sus ahorros, les tomaron las huellas dactilares en Grecia, ahora no pueden ir a otros países europeos y no tienen dinero suficiente para volver a Siria, donde muchos de ellos preferirían ir a morir cerca de sus familiares en lugar de morirse literalmente de pena donde están ahora.
En Grecia no les dejan trabajar. Muchos están en campos de refugiados. Los campos de refugiados que se pagan con dinero de la Unión Europea o con lo que mucha gente de buena voluntad aporta a ONG consolidadas o agencias de la ONU que son las que en principio trabajan en los campos. En los campos no hay nada que hacer. No tener nada que hacer es deprimente. En los estudios sobre los parados de larga duración es uno de los temas que sale recurrentemente, y una de las causas principales de depresión. Y no se trata de no quieran hacer nada, es que no les dejan hacer nada. Ningún refugiado, refugiada o migrante vino a Europa a vivir de la caridad. ¿En serio podemos llegar a pensar que gente que se ha expuesto hasta niveles insospechados, que se ha enfrentado con la muerte más de una vez y de dos durante su periplo, lo ha hecho para acabar metida en un campo cerrado y vivir de la beneficencia?
Trives estuvo en un campo que estaba todo hecho con contenedores de acero. ¿Cómo se crea una comunidad en un pueblo hecho con contendores de acero? La gente hace milagros con lo que encuentra, mostrando una fuerza y una ilusión titánicas. Un trozo de manta aquí para prologar el espacio, una cazuela rota para meter brasas y hacer un mini fuego, la cocina es un bidón gigante de acero corroído.
Los refugiados y migrantes de Grecia se mueren de pena. Se matan de pena. Si, han leído bien: Se están suicidando. El otro día uno directamente se quemó a lo bonzo en el campo de Quíos en Grecia. También los hay que se matan con una droga conocida como la mata pobres. Es muy barata y te mata en seis meses. Aquí es una muerte que comparten refugiados y griegos desesperados en situaciones de precariedad que no podemos ni imaginarnos. Globalización del dolor y la desesperación, frente a eso sí que somos todos iguales.
Lo más grave de todo es que tiene solución, porque es un problema provocado por unas políticas migratorias irracionales, reactivas y sin sentido. Estamos invirtiendo miles de millones de euros al año para gestionar el tema de los refugiados y los migrantes. Son los datos oficiales de la Unión Europea analizados por el prestigioso think tank O.D.I, donde se habla de una inversión de 17.000 millones en tres años, solo para empezar a hablar. ¿Se imaginan lo que se puede hacer con 17.000 millones de euros? Pues lo que estamos haciendo es matar personas con ese dinero. Las matamos en diferido, ni una gota de sangre en nuestras manos. Las matan por ejemplo los libios en los campos gestionados con ese dinero, y esto son datos oficiales de la embajada alemana en Níger. Las matamos de pena. Las matamos a través de la mal entendida solidaridad mandándoles mantas y dando dinero para que no tengan nada que hacer en los campos de refugiados en los que están recluidos. Las matamos por no exigir a nuestros gobiernos que gestionen bien nuestro dinero, y no exigir a esas ONG en las que hemos depositado nuestra confianza que se unan en un único clamor, no peticiones individuales, no, una sola petición, que exija otro modelo migratorio que sea humano y respetuoso con los derechos del hombre.
*Lucila Rodríguez Alarcón es periodista, directora general Fundación porCausa. Artículo del Centro de Colaboraciones Solidarias