Manuel Delgado Ruiz (Barcelona, 1956) se licenció en Historia del Arte y obtuvo el grado de doctor en Antropología por la Universidad de Barcelona, de cuyo Departamento de Antropología Social es profesor titular desde 1986. Estudioso de la construcción de la identidad colectiva en el ámbito urbano, ha desarrollado investigaciones sobre la emigración en Cataluña, la exclusión y la violencia social, entre otros asuntos. Aunque no practica la política activa, es voz habitual en el debate público catalán, siempre desde posiciones de izquierda marxista crítica; una ubicación que hoy rehúyen muchos, ora por cuestiones de marketing ora por la falta de ese convencimiento real que jamás tuvieron, y desde la cual proclama Delgado su desconfianza hacia lo que él llama “la izquierda domesticada”, pero también su escepticismo ante los planteamientos y fines reales de las nuevas fuerzas que están irrumpiendo en el panorama político catalán y estatal. Se acercan sin duda las elecciones municipales más disputadas y trascendentales de la historia del régimen constitucional inaugurado en 1978, y el recuerdo vuela hacia otros comicios locales, los de abril de 1931, que pusieron fin a la monarquía de la Restauración cuando el voto urbano –cuyo control escapaba a las redes caciquiles del ámbito rural– se decantó hacia los candidatos republicanos en las principales ciudades españolas. No se espera ese contundente efecto tras los sufragios del próximo mayo, pero sí, tal vez, el inicio a escala estatal de un cambio político que algunos sueñan como radical. Sobre todo, porque el triunfo de las candidaturas populares en muchas ciudades crearía una interesante dinámica de contrapoderes, además de constituir un buen laboratorio práctico para las nuevas políticas a desarrollar. Manuel Delgado admite la posibilidad de que así ocurra, pero solo en el caso de que “las alternativas de nuevo cuño como Guanyem o Podemos confirmaran las pretensiones rupturistas con que concurren a las elecciones. Cabe desear que sea así, pero cabe también temer que, queriéndolo o no, acaben siendo una especie de reset del sistema, es decir, un rejuvenecimiento de una izquierda domesticada que las estructuras dominantes necesitan a su servicio. De hecho tanto Guanyem como Podemos son corrientes que podríamos denominar ciudadanistas, que aspiran no al derrocamiento del capitalismo, sino a su reforma moral”.

Los activos de Guanyem

Guanyem Barcelona es la candidatura popular de cuyo manifiesto inicial Delgado fue firmante. Sin embargo, se muestra muy escéptico hacia dicha formación: “A pesar de que estuve en su proceso de constitución y formé parte de su núcleo inicial, ahora me siento un poco distanciado del proyecto, sin duda como consecuencia de la desconfianza que me produce la proximidad de Iniciativa per CatalunyaVerds (ICV).”

No obstante, Guanyem tiene activos indudables: así el trabajo colectivo de las organizaciones que impulsan la candidatura, tanto como la notoriedad mediática de Ada Colau. Para nuestro entrevistado, la candidatura “recoge una amplia tradición de luchas sociales. Si se analizan sus raíces se verá que nos llevan no solo a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) y el 15M, sino a lo que fue V de Vivienda y otros movimientos que, antes de la crisis, ya estaban fuertemente implicados en la lucha contra la especulación inmobiliaria y los procesos de reapropiación capitalista de las ciudades. Y antes de ello, esa misma genealogía nos llevaría al mismo movimiento okupa y en concreto a experimentos como fue Miles de Viviendas en Barcelona. De hecho, muchas de las personas que aparecen hoy comprometidas con Guanyem se incorporaron a la lucha política y social en el contexto de las grandes movilizaciones antiglobalización de principios de la pasada década”.

También le parece evidente que “la eficacia comunicadora de Ada Colau resultará estratégica”, aunque no duda el entrevistado de que el rostro más visible de la PAH sea la candidata ideal, puesto que “ese eco mediático de que goza no ha hecho sino amplificar sus cualidades naturales para el liderazgo, en el mejor sentido del término”.

Guanyem, inequívocamente soberanista

Otra de las características de Guanyem es su condición de “opción política explícitamente soberanista, como lo son todas las fuerzas con las que ha pactado presentarse a las próximas elecciones municipales en Barcelona, alguna de ellas con una importante inclinación independentista como es el Procés Constituent. Por otra parte, hay personas en la coordinación de Guanyem –en algún caso probables candidatos de cabeza– que se han pronunciado inequívocamente a favor de la independencia de Catalunya”.

La cuestión no es baladí para Delgado, que se manifiesta abiertamente como partidario del derecho de autodeterminación de la sociedad catalana por razones “de pura democracia”, como ha dicho y escrito en más de una ocasión. Pero, además, nuestro interlocutor figura entre quienes defienden la relación inextricable entre “el proceso de emancipación nacional en Cataluña” y la “oportunidad no solo de cambiar de Estado, sino para cambiar también de sociedad. Para eso es indispensable que esa dinámica no quede usurpada por la derecha nacionalista y continúe siendo, como hasta ahora, de índole masiva y popular y sea liderada desde la izquierda y, si es posible, desde la izquierda revolucionaria. Es difícil, pero en cualquier caso constituye una oportunidad que sería imperdonable despreciar”.

El desencuentro con la Crida Constituent

De cara a los comicios de mayo de 2015, el movimiento municipalista ha dado lugar a dos plataformas electorales de vocación soberanista, la ya citada Gaunyem y la Crida Constituent, que cuenta con el respaldo de la Candidatura d’Unitat Popular (CUP). “La ventaja de la Crida Constituent respecto de Guanyem –avierte Delgado– es que, si ambas estarían empatadas en cuanto a legitimidad combativa, la primera tendría una cierta experiencia municipalista por el papel que la CUP ha ocupado desde las últimas elecciones municipales en un buen número de ayuntamientos catalanes.”

La falta de entendimiento entre ambas se debió a “ciertas desavenencias relativas al código ético que debía regir en el ámbito de la acción institucional, o al menos así se publicó. Desde el principio, la presencia de ICV y la imagen que se ha podido proyectar de que Guanyem es su marca blanca, han jugado un papel importante. Si antes he mencionado los principales activos de Guanyem, la vinculación con ICV y el papel de esta como soporte económico de la candidatura son sin duda su principal debe”.

Sobre el lerrouxismo de izquierdas

Delgado recuerda a uno de los personajes más destemplados de la Segunda República, el inefable Alejandro Lerroux, llamado el “Emperador del Paralelo” (un político pendular que no tuvo reparo en defender posiciones de extrema izquierda o las adversas según fueran sus necesidades electorales), para criticar a los sectores de izquierda que identifican tozudamente el soberanismo con la burguesía capitalista. En tal tópico “ha consistido eso que se ha dado en llamar lerrouxismo, que ha sido uno de los instrumentos predilectos de la reacción para dividir a las clases populares en Cataluña. La burguesía capitalista catalana, incluyendo la nacionalista, ha sido siempre no solo españolista, sino soporte fundamental de los gobiernos españoles, incluyendo los de la derecha neofranquista. El catalanismo conservador no ha sido, hasta ahora, nunca soberanista y menos independentista. Ha sido la izquierda comunista la que ha tenido en todo momento como programático el principio de soberanía, es decir, el derecho a la autodeterminación”. Y añade: “Por otra parte, hasta la conversión de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) al independentismo a principio de la década de 1990 y a lo largo del siglo XX, el independentismo había sido casi exclusivamente marxista-leninista.”

Motivos de decepción

A pesar de su proyección en la política estatal, el objetivo primordial de los comicios de mayo consistirá en impulsar nuevas opciones para solucionar los problemas locales. Nuestro interlocutor ha escrito en más de una ocasión que Barcelona se está convirtiendo aceleradamente en una “ciudad vitrina”, cada vez más clasista y difícil para las clases populares. Una urbe cuyo gobierno municipal se escuda bajo consignas higienistas para destruir la memoria y las redes espontáneas de contestación popular. Así que preguntamos, ¿podrá Guanyem invertir esa trayectoria?: “Me resulta difícil pensar que Guanyem pueda romper y acabar con ese modelo de ciudad cuando se presenta aliada de quienes fueron sus responsables. En efecto, ICV es no solo una de las fuerzas presuntamente de izquierdas que convirtieron Barcelona en una ciudad en manos del capital, el mercado y el turismo, sino que fueron clave en orden a dotar esa colosal usurpación de ingredientes de legitimidad política y a inyectarle una de las características que lo hacen singular, que es un cierto discurso basado en las virtudes cívicas y una especie de patriotismo o nacionalismo urbano específicamente barcelonés.”

En suma, otra andanada más de Delgado contra la “izquierda domesticada”.

La movilización de los abstencionistas, clave del éxito

Descendemos ahora al terreno físico donde habrá de disputarse la contienda electoral. En la zona norte de la ciudad de Barcelona –distritos de Nou Barris, Sant Andreu y Sant Martí– existe un amplio arco de barrios populares, y por cierto muy densamente poblados, donde existen desde hace décadas organizaciones vecinales muy activas; sin embargo, en contraste, esos mismos barrios tienen los índices de participación electoral más bajo de la ciudad. ¿La clave del triunfo de Guanyem estriba en la movilización electoral de una masa abstencionista por costumbre, pero ahora especialmente sensibilizada con la importancia de las urnas, ya que ese entorno popular es el que sufre la crisis con mayor rigor? “Sin duda, la gran virtud de Guanyem, y por extensión de otras fuerzas parecidas como Podemos, es su capacidad potencial para movilizar a una clase obrera que hasta ahora había permanecido en buena medida desmovilizada y desmotivada”, aprecia el entrevistado. Y añade: “No es solo que los partidos históricos de la izquierda habían sido impotentes para arrastrar a ese proletariado, sino que ni siquiera movimientos como el 15M lograron atraerlo, puesto que fueron básicamente movimientos de clase media.”

De cualquier modo, aunque se consiguiera esa gran participación popular (que sin duda favorecería a Guanyem), cabe pensar que el voto en la ciudad de Barcelona estará muy fraccionado: ERC tiene importantes expectativas; Convergència i Unió (CiU) y Partit del Socialistes de Catalunya (PSC) probablemente desciendan, pero conservarán sus fortines electorales tradicionales; Partido Popular (PP), Ciutadans y CUP tendrán también su pellizco. Parece plausible pensar que la alcaldía no solo se ganará en las urnas, también en las negociaciones posteriores. Una tesitura en la que “solo cabe esperar que Guanyem y las fuerzas que la acompañan hagan lo que ojalá se hubiera hecho antes, que es pactar y gobernar con la izquierda independentista”.

Deslegitimidad y tergiversación

No quiero concluir la charla sin preguntarle al profesor Delgado cuáles son, a su juicio, los principales problemas de legitimidad de la democracia española, que él achaca a su continuidad con el régimen precedente: “Fue una herencia directa del régimen franquista, gestionada desde el principio por el propio franquismo y que ha servido para perpetuar en lugares de poder a las mismas instancias políticas, económicas, religiosas, militares, etc., que lo habían detentado protegidas por la dictadura. Toda la llamada transición no fue sino una simple transacción. Da vergüenza contemplar la complicidad que en todo ese proceso asumió la izquierda histórica.”

¿Y qué puede decirnos acerca de la tergiversación del sentido más profundo del término “democracia”? Porque la derecha clama por el desarrollo de la sociedad civil y la reducción del Estado… siempre y cuando se trate solo de desregular la actividad económica (incluso en aquellos sectores que precisan de controles técnicos indispensables para el interés público), pero aborrece cualquier intento de reforma legal y constitucional que incremente la influencia directa de la ciudadanía sobre el poder. Desde esa perspectiva, se me antoja, la política se ha convertido en una religión en la que todos somos iguales por el solo hecho de ser creyentes (así dice la ley), pero en donde la actividad inherente a dicha igualdad, como es el ejercicio de la ciudadanía, está forzosamente mediada por una suerte de casta sacerdotal, la de los políticos: “En eso consiste el neoliberalismo –asiente nuestro entrevistado–: un capitalismo que le exige al Estado la reducción al máximo de su papel de arbitraje económico y atención pública, pero que le asigna un papel clave como su cooperador institucional, tanto por lo que hace a la represión de sus enemigos –reales o imaginados– y la contención asistencial de la miseria, como a la producción simbólica y de efectos especiales al servicio del buen funcionamiento de los mercados.”

“Por otra parte –añade para concluir–, y por desgracia, ese mismo principio que enuncias como consubstancial a la derecha es también la divisa de la izquierda ciudadanista, sobre todo en su variante libertaria, que también preconiza el desarrollo de la sociedad civil y la reducción del papel del Estado. En eso consiste su constante invocación a nociones de esencia liberal, como la misma de ciudadanía, ignorando su misma función excluyente de una parte importante de nuestras clases populares, que están constituidas por miles de no-ciudadanos, es decir, por trabajadores extranjeros. Además, los  políticos no conforman en realidad ninguna casta sacerdotal. Son más bien una elite de gestores, pero no tienen el papel de mediación con instancias inefables e invisibles que es lo que caracteriza cualquier forma de sacerdocio. Ese papel, en nuestra sociedad, le corresponde sobre todo a los intelectuales y a la llamada «gente de cultura», cuya función es la producción y distribución de significados. Eso incluye la casta universitaria, a la que sin duda pertenecemos los líderes de Podemos y yo mismo.” Buen ejercicio el de criticarse también a uno mismo, sin duda alguna.

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