Este es un ejemplo raro de un obituario que contraviene la falsa convención de hablar bien de los difuntos. Lo escribió Fernando Colomo en El País el 27 de noviembre de 1991 a la muerte del actor Klaus Kinski. Como se dice comúnmente, el director español le “hace un traje” -le llama hijo de puta- al actor alemán. Precisamente la hija mayor de Kinski , Pola Kinski, declaró al semanario Stern que su padre abusó de ella desde los 5 años a los 19 años. Todo lo cuenta en su libro Kindermund (Palabra de niño) y cuenta con el apoyo de su hermana menor Nastassja.

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DESCANSEMOS EN PAZ

Por: Fernando Colomo (director de cine)

Conocí a Klaus Kinski unos días antes del rodaje de “El caballero del dragón”, en 1985. Estábamos en la Costa Brava y salimos a tomar algo al aire libre. Hablaba como si los demás no existieran, no miraba a los ojos, movía la cabeza de un lado para otro. Alabé su trabajo en “Lo importante es amar”, una de mis películas favoritas, y él me contestó que le parecía «una mierda». Me pareció obvio no hablar de su interpretación en Aguirre, película por la que no siento mucha estima, así que cambié de tercio y pasé al cine americano. Le pregunté por su trabajo en la película de mí adorado Billy Wilder, y siguió soltando «mierda». Hablamos del paisaje y de la belleza de la Costa Brava, y me contestó que odiaba las zonas turísticas. Ahí se terminó la charla. Kinski no toleraba que nadie le maquillase, él mismo se arreglaba el pelo con la mano después de pedir un fucking espejo. Su vestuario consistía en un único traje que se metía directamente por la cabeza. De esta forma, por tarde que le citáramos, siempre estaba preparado para rodar mucho antes de lo previsto. Entonces no paraba de mascullar y decir que, «¿a qué coño estamos esperando?». Si le decías que estaban iluminando, contestaba que estábamos haciendo old fashion, algo pasado de moda, «mierdas como las que hacía David Lean».

Y es que Klaus tenía una espina clavada con Lean: cuando rodó un papelito en “Doctor Zhivago” se debió sentir humillado ante un director todopoderoso, y desde entonces, en cada película, trataba de estar por encima del director.

Continuamente estaba amenazando con dejar la película. Gracias a él conseguí terminarla en el tiempo previsto, ya que trataba de quitármelo de encima lo antes posible. Siempre que salía de espaldas recurría a dobles. Así, normalmente, a media jornada se le podía mandar al hotel y relajamos un poco.

Creo que sus compañeros actores experimentaban algo parecido. A la protagonista la intentó violar en el plató, aprovechando las relaciones paternofiliales de los personajes. A Fernando Rey le rompió una costilla en un desafortunado forcejeo no previsto en el guión; y a Harvey Keitel no osó tocarlo porque éste previamente había advertido que al primer incidente le soltaba un guantazo, con el mismo brazo tatuado que exhibía en “Taxi Driver”.

Sólo Miguel Bosé hizo buenas migas con Kinski, pero esto para los que conocemos a Miguel no era de extrañar dada su extraordinaria habilidad para tratar con los animales, heredada sin duda de su padre, el legendario diestro Luis Miguel Dominguín. Pero Kinski tenía una gran sensibilidad. Un día, rodando en exteriores y después de dedicarnos los habituales insultos, se mostró especialmente sensible con un perro al que llevó comida en un plato. El día que terminó su papel fue un día clave en el rodaje. Esa noche brindé con las ciento y pico personas que componían el equipo, y el brindis fue: «Al fin solos».

Volví a ver a Kinski seis años más tarde. Fue en el último festival de San Sebastián. El destino nos colocó casi juntos, espalda con espalda. Yo, naturalmente, no le saludé. Él, seguramente, ni me recordaba. Junto a él sólo estaba la azafata designada (y resignada) por el Festival. Su aspecto era bastante deprimente, exhibía continuamente un rictus que a veces parecía una sonrisa. Definitivamente abandonado por la industria, incapaz de soportar a un tipo como él, vagaba ahora con tiempo libre por cualquier certamen que quisiera acogerlo.

Mucha gente pensaba que estaba loco. Yo no lo creo así. Era un niño mimado, consentido y maleducado. De haber sido una persona mayor, sólo le cabría el calificativo de hijo de puta. Pero ahora se ha muerto y nos ha dejado. Descansemos en paz.

Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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