Valga empezar este artículo con una disculpa y una, más que necesaria, rectificación: A pesar de «mis intentos» en crónicas anteriores, Artur Mas no pudo ser investido por mayoría simple, por el, valga la redundancia, simple motivo de que Junts pel Sí no dispone de mayoría simple en la cámara. Contar no ha sido nunca mi fuerte y es menester recordarme que el Parlament de Catalunya tiene 135 escaños, no 125, por lo que, en caso de que la CUP se hubiese abstenido en la investidura, Más hubiese seguido perdiendo por 62 a 63.

Una vez explicitado el ridículo e imperdonable error cometido, intentaré proceder de manera más precisa en esta tercera crónica, no exenta de opinión, del interminable e infructuoso atolladero en que se ha convertido el intento de formar gobierno de la Generalitat, tres semanas, ya, después de las elecciones catalanas.

El segundo debate de investidura nos ha mostrado un Artur Mas ligeramente desesperado en lograr apoyos a cualquier precio. Hasta tal punto de pedir a C’s y PSC que reconsideraran su decisión, probablemente debido a que su tendencia política está mucho más cerca de estas formaciones de lo que el proceso soberanista le impide reconocer.

Evidentemente, dos partidos que optan, respectivamente, por la indivisible unidad de España (principal responsable de su buen resultado electoral, a pesar de su escaso y desconocido programa para con la comunidad autónoma) y por la tradicional aspiración de crear un estado federal (que nunca han exprimido demasiado, cierto es) han «olido sangre» y han endurecido sus ataques contra el candidato, hasta el punto de catalogar su actuación como «locura» y, sin embargo, ofrecer acercamiento en la negociación si abandona sus ínfulas independentistas.

Por su parte, lo del PP y Xavier García Albiol es una alegoría del día de la marmota de Harold Ramispero sin aprendizaje de este último. Y Catalunya que es Pot tiene unas líneas maestras tan marcadas (principalmente el ser de izquierdas y no nacionalista) que el acuerdo es inviable.

Mas ha seguido intentando convencer, por tanto, a la CUP recogiendo parte de su exigencia de crear un gobierno no presidencialista. Para ello, ha presentado una opción (ya tratada en privado la noche anterior en el marco de las negociaciones de ambos partidos) bajo la cual se crearían tres grandes áreas (Economía y Ocupación, Asuntos Exteriores, Institucionales y Transparencia y Estado del Bienestar) regidas por tres vicepresidentes (Oriol Junqueras, Raül Romeva y Neus Munté respectivamente) que restarían poder a la presidencia.

altJunto a esta concesión, Mas se ha comprometido a convocar una cuestión de confianza pasados diez meses, que permita cambiar de presidente si no se supera.

La propuesta es más que interesante, y puede ser un punto clave en el de la CUP, apremiada, igual que Junts pel , por los plazos legales para encaminar el proceso soberanista, toda vez que el Tribunal Constitucional, como era de preveer, ha suspendido cautelarmente la resolución de «desconexión» del pasado 9 de noviembre.

Sin embargo, Artur Mas no quiere entender que su momento ha pasado y que Catalunya ha de marcar su nuevo rumbo sin él. Por muchas concesiones que ofrezca, una propuesta en la que siga siendo figura primordial del nuevo gobierno está encaminada al fracaso, ya sea a corto o a medio plazo. Su querencia al «trono«, que le ha convertido en el proindependentista que su perfil político e histórico contraría y el «desastre» de los comicios del 27S le ha puesto en situación totalmente inesperada que está repercutiendo en Catalunya, dividida ideológicamente y bloqueada políticamente.

Las reverencias mesiánicas, cargadas, también, de mártir victimismo parecen haber hecho mella en la capacidad lógica del otrora animal político que, hoy, día, se retuerce tercamente, intentando encontrar un nuevo enroque que le perpetúe en el cargo. Aunque sólo fuese por unos meses más.

Innecesario y perjudicial para una comunidad autónoma inmersa en un caos institucional, peleada con gran parte del resto de España, y con un proceso soberanista en marcha, parado por sus propias incoherencias. Mas declaró en el primer debate que sin su investidura no habría proceso, demostrando su amor y capacidad de sacrificio por una Catalunya libre e independiente.

Hasta tal punto llega la situación, que dentro de Junts pel comienza a surgir alguna voz discrepante. Magda Casamitjana, diputada perteneciente a Mes-Moviment d’esquerres, partido de excríticos del PSC integrado en la coalición, firmó un comunicado el pasado 10 de noviembre en que sugería un acercamiento a Catalunya que es Pot y su apoyo a la convocatoria de un referéndum, toda vez que considera que el 48% de votos conseguidos por las formaciones independentistas el 27S no legitima ninguna declaración de «desconexión» impuesta sobre el 52% restante.

A partir de ahora se abre un proceso de dos meses, con fecha límite el 9 de enero de 2016, en el que se convocarán cuantos debates en el pleno se pueda para proseguir las negociaciones y formar gobierno. Incluso puede darse el, improbable, caso de que Carmen Forcadell, presidenta de la cámara, inste al resto de grupos a presentar un candidato alternativo, con posibilidades reales de ser elegido.

Si pasado este plazo, no ha habido acuerdo que permita formar el gobierno de la 11ª legislatura, ésta habrá sido la más corta de la historia y se convocarían nuevas elecciones para primavera (probablemente finales de marzo), hecho que, a priori y con la presumible incidencia de los resultados del 20D, supondría un descenso de los resultados de la coalición de Mas, si insiste en personarse de nuevo como candidato (quien sabe si esta vez como número 14 de la lista).

El presidente en funciones ha demostrado interés en estos debates por la terminología náutica. Bien sería necesario hacerle entender que el capitán no siempre ha de ser el último en abandonar el barco, si, acelerando su marcha, consigue evitar el naufragio.

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