Emociones. Las emociones forman parte de nuestro comportamiento cotidiano. Influyen poderosamente en nuestras acciones, en nuestra percepción de la realidad. Lo saben bien los expertos en marketing y manipulación de masas. Hay toda un área de actividad económica dedicada a ello, tanto para promover el consumo como para influir en nuestras actitudes políticas. El nacionalismo se sustenta casi completamente en una adscripción emocional. Pero no es la única tendencia política que se basa en emociones. Prácticamente toda la acción colectiva parte de respuestas emocionales a experiencias concretas. Por eso tiene relevancia que, más allá de nuestras vivencias particulares, se produzcan impactos que ayuden a generar percepciones que contradigan el alud de mensajes que promueven el consumismo y la sumisión.

Este inicio de curso ha venido marcado por el estreno del filme El 47, que narra la historia de una lucha vecinal exitosa: el rapto de un autobús de esta línea para demostrar que se podía llegar con él a la parte alta del barrio de Torre Baró, en Barcelona. Una de las muchas luchas vecinales que proliferaron en la década de 1970 y que jugaron un papel esencial (junto a la lucha en los centros de trabajo) por decantar la transición política y marcar una parte de su agenda. Lo explica con buena información y argumentación Xavier Domènech en Lucha de clases, franquismo y democracia. Obreros y empresarios (1939-1979). Es indudable el éxito del filme. No sólo entre la gente que vivió esta experiencia u otras similares, sino también entre gente mucho más joven. El único cine que existe actualmente en Nou Barris, el distrito del que forma parte Torre Baró, ha tenido llenos que hacía tiempo que eran desconocidos. Mucha gente joven ha acudido a verla, y el mismo presidente del Gobierno ha dado cuenta de su visión haciendo un claro guiño a su electorado.

El filme acierta en su parte emocional, al explicar la situación y la vida cotidiana del barrio, así como los propios dilemas del protagonista. Y tiene un potente final con la canción que canta la hija de Manolo Vital (en realidad, Vital tenía un hijo, y la chica, que parece que ha sido uno de los referentes para los productores, es en realidad su nieta; pero este es un recurso narrativo aceptable). Ciertamente, el componente de transmitir la marginación de los barrios y la lucha están conseguidos. Y la respuesta del público indica que hay mucha gente dispuesta a sentirse interpelada por estas pequeñas odiseas de gente corriente.

La importancia de las expresiones artísticas, de filmes, novelas, manifestaciones culturales y lúdicas para generar respuestas sociales es indudable. Y, por eso, la izquierda transformadora debe ser capaz de integrar esta intervención cultural como un instrumento esencial. Sabemos, por experiencia, que lo que más ayuda a generar convivencia, a generar espíritu colectivo en los barrios, a neutralizar los discursos del miedo y el racismo que tan bien explota la extrema derecha, son precisamente las actividades sociales que generan redes, conectan al vecindario, rompen barreras, y dan sentido de colectividad. De ahí la importancia de filmes como este, que pueden dar lugar a pases colectivos y a debates interesantes; ayudan, así, a crear otra historia. Hace un par de días, en el local de una Asociación Vecinal de otro barrio, vi anunciado un pase de La estrategia del caracol, el filme colombiano que en cierta forma conecta bastante con El 47, y que indica que es un momento para promover este tipo de acciones.

Líderes. La historia del 47 está contada casi exclusivamente desde el punto de vista de un líder vecinal. Los líderes, las personas que encabezan movimientos sociales, son esenciales. Ayudan a dar la cara, a canalizar ansias colectivas. Ello tanto en el plano local como en el de la política en general. Suelen ser personas dotadas de un carisma que las hace atractivas, de empeño y capacidad, de saber actuar en el momento oportuno. Tienen, sin embargo, su cara B. Muchos de estos líderes son personas con egos mal educados, con una cierta tendencia a considerarse indispensables, a ser celosos de otros posibles «competidores». Y cuando estos defectos se imponen, pueden acabar generando un efecto negativo sobre los propios movimientos que lideran, sobre todo al bloquear la renovación de movimientos y dificultar el crecimiento del núcleo de activistas. Una vez, un aspirante a líder del distrito (con pocas posibilidades de lograrlo) me preguntó cuántos líderes reales teníamos (él debía saber qué lugar ocupaba en el ranking). Mi respuesta fue decirle que había un montón (y sugerirle que, como mucho, podía llegar a ser uno más). Y es que allí donde mejor funcionan las organizaciones no es donde predomina un líder carismático, sino donde se reúne un grupo de gente con capacidades diversas, con confianza para discutir y decirse las cosas sin ambages, con voluntad de cooperación y abiertos a incorporar a más gente (y, por fortuna, hay bastantes buenos ejemplos en muchas entidades y organizaciones). Los líderes necesitan ser educados en beneficio de la colectividad.

A menudo, lo peor no es «el» o «la» líder, sino el entorno próximo, el núcleo de colegas que lo admiran y el que yo llamo «club de fans» acrítico que lo jalea. Contribuyen a reforzar las peores actitudes de sus ídolos, y casi siempre establecen un círculo de protección que impide debates, renovación, consideración de estrategias alternativas. En un momento en el que promover la acción colectiva ya es difícil de por sí, el personalismo de las políticas y el predominio del líder constituye una de las peores rémoras a la hora de favorecer la organización social. Tanto a pequeña escala como al nivel político global, hay en estos momentos bastantes situaciones donde el peso excesivo de estos líderes condiciona un debate sereno y una renovación y apertura necesaria.

No es sólo una cuestión «interna», de personalidades y dinámicas grupales. La hiperrepresentación de los líderes es también un reflejo de una sociedad donde la individualización forma parte del trabajo habitual de los medios, de su necesidad de personificar en un individuo una labor de conjunto. Esto no sólo engendra tendencias ególatras, sino que expone a los líderes de izquierdas a una extrema vulnerabilidad. Porque sus fallos, sus imperfecciones, van a ser objeto de un acoso sostenido por sus detractores, que habitualmente cuentan con un arsenal de instrumentos para atacar los puntos débiles. En este sentido, El 47 se sitúa en este mainstream de individualización; crea la figura de un líder solitario (o con unos pocos amigos) y esconde toda su militancia política, sindical y vecinal. Parece que el secuestro del autobús sea la mera acción de un llanero solitario cuando, en realidad, fue una acción planificada y que contaba con antecedentes en otros dos barrios del distrito. Por personalizar, el filme incluso ensalza la persona de Pasqual Maragall, un individuo interesante pero que no tuvo participación alguna en las movidas vecinales de Nou Barris.

Heroínas. El liderazgo suele estar asociado con la heroicidad. El héroe es el individuo que arrostra un peligro para proteger, salvar, promover a la comunidad. La figura de Manolo Vital en el filme responde a este esquema. Él protagoniza casi todas las acciones en solitario y, al final, es detenido (en realidad, fueron detenidas bastantes personas pues, al llegar el bus a Torre Baró, se montaron en él para ir a exigir al Ayuntamiento que pusiera la línea en servicio; de camino secuestraron un segundo bus y acabaron detenidos antes de llegar a su destino). Es una representación del héroe muy masculina y bastante guerrera. Es la que le gusta al director de El 47, Marcel Barrena, una figura que ya explotó en su anterior filme Mediterráneo.

Sin duda, para luchar contra las injusticias hace falta asumir riesgos y tener valor. Como el que tuvo mucha gente en el franquismo trabajando en la clandestinidad. Cualquiera que lo hiciera se exponía a una represión brutal y, pese a ello, lo hacía. Hay indicios de que la derechización a la que estamos expuestos vuelve a exigir este tipo de heroicidad; basta ver las brutales demandas de cárcel que afrontan el grupo de científicos que coloreó el parlamento, o la persecución que sufren los jóvenes de Futuro Vegetal.

Hay otras formas de heroicidad menos vistosas, pero que exigen en quien las afronta un alto grado de firmeza moral, de aceptar que su comportamiento va a tener unos costes para su persona, de poner la dignidad por encima del conformismo. Hay mucho de heroísmo en las acciones de mujeres que afrontan abiertamente procesos judiciales por abusos sexuales y violaciones donde, casi siempre, su actuación recibe una sanción brutal de las huestes machistas. Es ejemplar el heroísmo de Gisèle Pelicot afrontando a cara descubierta un proceso durísimo. Y lo fue en su momento el de Nevenka Fernández, una señora de derechas que afrontó un durísimo calvario para denunciar el comportamiento de un rijoso y prepotente alcalde. Hay mucho que aprender en muchas luchas feministas, de una heroicidad pacífica que afronta no sólo la represión física, sino una represión social que impacta sobre la propia identidad. Es el mismo tipo de heroísmo que deben afrontar muchas personas inmigrantes cuando son objeto de un asfixiante trato racista (hace pocos años, la colectividad islámica de mi barrio tuvo que aguantar, incólume, un año de agresiones de todo tipo para conseguir abrir un modesto espacio de rezo). O las personas trabajadoras que exigen derechos laborales o padecen acoso en su lugar de trabajo, y de los que sólo emergen noticias cuando consiguen salir triunfantes de un largo proceso judicial.

La mayor parte de luchas sociales exigen perseverancia, resistencia, y casi siempre afrontan un ataque psicológico de los poderosos en sus diversas acepciones. La construcción de personalidades dignas, capaces de resistir a estos ataques, debería formar parte de un proyecto de izquierdas. Porque realmente necesitamos actitudes heroicas, pacíficas, resistentes, menos vistosas que los guerreros pero, a la larga, mucho más efectivas.

Acción colectiva. La acción colectiva es esencial para el progreso social. Implica tanto la organización y la lucha como la creación de un denso tejido social, que ayuda a las personas a sentirse parte de la sociedad, a respetar y ser respetadas, a ser partícipes de un proyecto colectivo. Es patente que parte de la dinámica social actual está destruyendo las condiciones y la cultura de la acción colectiva. Es el resultado de numerosos factores, no sólo de la fragmentación del proceso de trabajo y de la diversificación de condiciones laborales, sino también el producto de la brutal transformación de las técnicas de comunicación social y, además, del papel individualizador que genera el sistema educativo. Las redes sociales, especialmente las que atañen a las clases trabajadoras, se han debilitado en el momento que más falta hacen, cuando está en cuestión una parte del sistema de servicios públicos y de bienestar, cuando muchos empleos vuelven a ser la basura (en condiciones laborales y salarios) que siempre fueron, cuando los cambios demográficos exigen recomponer un colectivo ahora también fragmentado por cuestiones de etnia y nacionalidad, cuando es evidente que hay que construir un nuevo modelo inclusivo para hombres y mujeres, cuando la crisis ecológica empieza a asomar sus graves implicaciones… Hace falta organización. Hace falta reconstruir espacios de sociabilidad. Hace falta desarrollar espacios de reflexión colectiva. Y, aunque sea de forma modesta, las creaciones artísticas que se pretenden «sociales» podrían ayudar a reconstruir un imaginario perdido.

En este sentido, películas como El 47 aportan poco o nada. Las pocas secuencias donde aparece una actividad colectiva son más bien de sonrojo, realizadas por alguien que desconoce cómo funciona una asamblea, una organización colectiva, y que no se ha preocupado mucho por documentarse. Con el líder-héroe basta. Se pierde con ello lo más esencial de la historia de muchos barrios, la conversión de un mero espacio de residencia en una colectividad viva. Que aún resiste en bastantes sitios. Y que es esencial consolidar.

Y, también en esto, hay alguna cuestión a comentar. La acogida de mucha de la gente que vivió de cerca estas luchas ha sido en general oscilante entre la emoción de sentirse reconocidos, de que alguna de las muchas luchas sea vista por mucha gente, y un cierto mosqueo por no estar bien explicada la colectividad de la lucha. Pero es también curioso que se haya reivindicado con fuerza la pertenencia de Manolo Vital a CCOO y al PSUC y se haya casi omitido la referencia al movimiento vecinal de Nou Barris, del que fue uno de los impulsores y que en estos años protagonizó muchas movidas, lo que dio identidad a todo el distrito. Es, sin duda, una cuestión menor, pero no baladí. A menudo, la construcción de colectivos genera unas identidades fuertes de grupo que conectan, a su vez, con la adscripción a unos determinados liderazgos. Esto es bastante inevitable, pero acaba resultando paralizante. Especialmente en estos momentos donde asistimos a diferentes identidades, las de la vieja izquierda, especialmente la del PCE-PSUC (la izquierda radical, muy numerosa y activa, se ha diluido tanto por la pronta desaparición de los diferentes grupúsculos como por el hecho que la gente más activa se integró en diferentes movimientos sociales) y también la nueva del 15-M, de la PAH, de Podemos. Son identidades que ayudan más a fraccionar que a construir, y que constituyen una parte de los problemas de la izquierda organizada de hoy.

No hay que despreciar nada. Pero recomponer la acción colectiva exige, también, otra serie de liderazgos, otro modelo de heroísmos, otra construcción emocional, otra construcción organizativa. ¿Seremos capaces?


*Fuente: https://mientrastanto.org/238/notas/de-emociones-lideres-heroinas-y-accion-colectiva-el-47-como-excusa/

Barcelona, 1949. Economista, profesor y activista social. Profesor de Economía en la Universidad Autónoma de Barcelona. Especialista en Economía laboral. Miembro del equipo editorial de la Revista de Economía Crítica y de la revista digital Mientras Tanto.

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