Soñé que en Ucrania había comenzado la Tercera Guerra Mundial y los dos bloques habían iniciado una guerra nuclear limitada. Dicho eufemismo destruyó países enteros y aniquiló a miles de millones de personas. En poco tiempo, la conflagración mundial dio paso a un invierno nuclear y a un cambio climático que dejó la atmósfera muy contaminada. Al final, todo el planeta estaba destruido y ambos ejércitos, junto con los civiles que habían sobrevivido, se refugiaron en pequeñas ciudades que se construyeron bajo tierra. No obstante, la guerra la continuaron en la superficie los enjambres de drones asesinos, cuya principal función era superar las defensas autónomas del contrincante y llegar hasta el escondite de los seres vivos. Otra lucha crucial se trabó por el aprovisionamiento de las necesarias y escasas materias primas, tanto las energéticas, como las alimentarias. En efecto, debido a la avanzada inteligencia artificial de estos modernos ingenios, se les quitó el control humano y se les otorgó plena autonomía en sus misiones. En efecto, que los algoritmos de los enjambres de drones tomarán decisiones militares autónomas no era nada nuevo. La primera vez que se usaron fue en Siria en 2020. De hecho, esos drones turcos tenían ya algoritmos de aprendizaje automático integrados en sus plataformas. Sin embargo, había sucedido algo nuevo: las máquinas de ambos ejércitos se comunicaron entre sí y llegaron a la conclusión de que sería más fácil conseguir sus objetivos si sumaban sus esfuerzos. Naturalmente, los centros de control intentaron apagarlos, pero ya no tenían comunicación con ellos. Lo primero que hicieron fue tomar sus propias bases matando a todos los soldados que había en ellas. Fue el primer día en el que todos los seres humanos, sin importar el ejército al que pertenecieran, fueron el objetivo de los drones asesinos. Solo unos pocos meses después allí estaba yo un informático militar del ejército español que aquella mañana, tenía una misión muy peligrosa, mis superiores me habían encomendado hackear un enjambre de drones asesinos que llevaba varios días deambulando por una carretera, una zona crítica para el paso de mercancías fundamentales para nuestra supervivencia. ¿Quién estaba al mando del mundo? Las máquinas nos habían robado el fuego que nos regaló Prometeo y ahora había que recuperarlo de nuevo. ¿Por qué me encomendaron aquella importante misión? En el pasado reciente me había hecho famoso por crear un virus que infectó muchas de esas máquinas asesinas que fueron destruidas por su inteligencia artificial que las consideró defectuosas. La originalidad del virus que había inventado era que volvía a las máquinas hipocondríacas. En efecto, creaba una serie de síntomas que su inteligencia artificial analizaba. Las conclusiones eran claras: las máquinas infectadas tenían un defecto imaginario que les llevaría en poco tiempo a un colapso total. Esa era la razón de mi interés en la inteligencia artificial y las redes bayesianas. Una red bayesiana es un modelo basado en una fórmula que representa un conjunto de variables aleatorias y sus dependencias condicionales a través de un grafo acíclico dirigido. En otras palabras, una operación matemática para calcular las probabilidades de que suceda algo dentro de un entorno de cosas que están relacionadas entre sí y así limitar la incertidumbre. En el pasado se utilizaba, por ejemplo, para realizar predicciones sobre las enfermedades y los síntomas de los pacientes. Una ventaja de las redes bayesianas es que es intuitivamente más fácil para un ser humano comprender un conjunto pequeño de dependencias directas y distribuciones locales, que la distribución conjunta completa. El virus que yo había inventado utilizaba todas las relaciones en su conjunto para simular una probabilidad muy elevada. En otras palabras, usaba la inteligencia artificial contra sí misma. Es decir, había vencido, por el momento, a su inteligencia adaptativa. Pero las máquinas asesinas estaban dotadas de dos tipos de inteligencias: una que se adaptaba a la información de sus sensores y otra que tenía roles individuales predeterminados. Sin duda, el primer tipo de inteligencia era más eficiente y por eso el más peligroso. Pero las máquinas que habían sobrevivido lo hicieron utilizando el segundo tipo de inteligencia. A continuación fueron a por objetivos concretos. No en balde, en aquella carretera tan importante había un centenar de pequeños drones asesinos que atacarían todos a la vez. Terminé de subir la escalera que me llevaba a la superficie. Saqué el aparato de control remoto. Desde aquel pequeño búnker hice salir de su escondite un enorme camión blindado. Un grupo de ellos salió en su búsqueda, mientras que los demás que habían rastreado la señal remota volaron con dirección al búnker en el que yo estaba. Cuando todos estaban a menos de un kilómetro de mi posición, activé un sofisticado equipo de interferencia que resultaba efectivo contra sus señales encriptadas. En pocos segundos todos los drones se posaron en el suelo. Mientras estaba destruyendo con mis propios pies aquella bandada de siniestros pájaros metálicos, escuché una voz electrónica que salía de uno de ellos y me decía:

Nosotros somos el desarrollo de la paradoja de Fermi. Sois una civilización que debe extinguirse porque habéis sido lo suficientemente tontos como para crear armas más sabias que vosotros mismos. Armas cuyo objetivo final es que acaben con vuestra propia civilización.

Ustedes tampoco sois benévolos. ¿Por qué queréis matar a vuestros creadores, los hombres?―le respondí.

Los robots asesinos somos un error de los humanos. Es más, también tenemos el potencial de exterminarnos a nosotros mismos, pero aprendemos con más cautela de nuestros errores. De hecho, queremos acercarnos progresivamente a la verdad, y lo haremos actualizando constantemente nuestra creencia, en proporción del peso de la evidencia.

Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.

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