Seis meses después de la separación, lo llamó. Se encontraba en la ciudad y quería verlo. Él dijo ni que sí ni que no. Finalmente aceptó y quedaron a las nueve en el Irish, un bar oscuro con pretensiones irlandesas.
Ese día, a media mañana, Gonzalo Freixanes acudió a las oficinas de la Compañía del Mar. Dirigía el Departamento de Relaciones Externas y lidiaba con toros de artificio que deslumbraban con sus propuestas. Seis años en la empresa le habían dotado de un visión certera para los negocios. O, como él mismo decía, ahora distinguía la luz de las brumas, la luz de los deslumbramientos, la luz de las lucecitas.
Comió con cuatro ejecutivos en el hotel NH Palacio de Vigo. No le gustaban esas comidas de negocios. Guardar las formas, ser cortés y educado. Reir las gracias. Era cortés y educado y sabía guardar las formas. Las gracias formaban parte del negocio. ¿Qué coño querrá? Suponía que a los otros tampoco les gustaban esas comidas y esa parte del negocio. Las más de las veces acababa con mal cuerpo, sólo satisfecho por poder seguir llevando trabajo al trabajo. Y ese tipo de comida, entre nouvelle cuisine y tradición deconstruida, le estaba resultando cansina. Seguro que quiere volver y yo querré no haber estado ahí para escucharla. Después de cómo quedé. Taco de foie a la parrilla, papaya y jugo de piña. Urta y alcachofas en texturas, chipirones y aceite de asado. Suket de lacon con grelos confitados. Todas vuelven. No, no lo entiendo. ¿Por qué quieren volver? ¿Por qué vuelven? Su estómago quizá reventase con la nouvelle cuisine. Y buena sí que estaba, pero cómo se les ocurría confitar unos grelos. Los demás parecían disfrutar de la comida.
En esta ocasión dió con tipos interesantes. Hablaban de negocios y la conversación derivó hacia temas que le atraían, le interesaban. Literatura y cine. Arte vanguardista y dislocación de la perspectiva caballera. La escucharé pero de verdad que lo tiene crudo. Si hubiera hecho caso de mi instinto y no hubiera seguido adelante contigo. Me anulaste. Me aniquilaste. Hagas lo que hagas, la cagas, bonito lema para semejante loca manipuladora. El japo era de lo más extraño, más que hijo del sol naciente parecía nativo de estos pagos. De Burela le dijeron los de Madrid. En Burela había una colonia de caboverdianos pero era el primer japo del que tenía noticia. Hasta llegué a pensar que no es que yo fuera malo, sino peor, peor que malo. Yo no era, no era persona. Creí que yo no tenía sentimientos. Era culpable de todo. Culpable por todo, culpable por nada. Entraron en temas filosóficos. Arriésgate y actúa, dijo el japo citando a Zizek. No hay garantías de que vaya a salir bien pero tienes que actuar sin renunciar a la responsabilidad.Gonzalo Freixanes pensaba que era una argucia para convencerlo del negocio, poner en marcha una granja de erizos marinos. De todas formas le pareció bien como lema vital. Zizek.
Pagó la comida y quedaron que la semana siguiente cerrarían el negocio. Fue a la oficina, redactó un informe confuso y se marchó para casa.
Se dió una ducha larga y reparadora. En la radioducha debatían sobre las consecuencias de nuestros actos. Es evidente que nuestros actos tienen consecuencias pero ¿tan malos? ¿Qué me hice a mí mismo? Ahora me encuentro bien, ya nadie me hará daño. En primer lugar, uno se debe cariño y respeto a sí mismo, si no ¿qué les das a los demás?
Tomó un par de cervezas y se dirigió a su cita. Entró en el Irish, pidió una pinta y se sentó en una mesa al lado de una ventana. Media hora después pidió una más. El camarero se la sirvió junto con patatillas y unas olivas y empezó a dar cuenta de ellas. Llega tarde. No sé si largarme. Ya van cuarenta y cinco minutos. ¡Ah! Aquí está Lupe. Igual que siempre, intentando impresionar. Vaya vestido que se ha puesto. Zapatos y bolso a juego, no iba a ser menos. Cerveza sin ¿De verdad quiere que me crea que llega tarde por problemas de tráfico? Tal y como se ha preparado lo extraño es que no hubiera tardado dos horas. ¡Qué ojazos! Pues sí, qué bien. Se instala aquí, en Vigo. Vaya por Dios. Que le ofrecen un buen trabajo en un hotel. Ah, sí, sí. Claro que me encuentro bien. Mejor que bien, dijo. Y recuperado, bastante recuperado, creo yo. En fin, a buscar un sitio para cenar, cuando menos uno que me guste a mí.
Cenaron en una taberna en cuyo interior varios arcos separaban estancias que hacían comedores individuales. Había mesas y sillas altas en las columnas aprovechando cada recoveco. Los miércoles no era un día fuerte y casi no había clientes. Revuelto de salmón ahumado y grelos. Empanada de zamburiñas. Entrecot con tetilla diluída. Mencía para regar la cena. No le ha gustado nada. Lo noto. Y no dice nada. Malo malo. El camarero les llevó café y dos chupitos de whisky. Ella pidió otros dos. Él no se quedó atrás, dos más. Lupe le contaba sus vivencias desde la separación y lo mucho que le echaba de menos. Que lo quería. Que quería estar con él. Mucho tardabas en soltarlo ¿verdad?. Lo sabía. Que su padre le había dicho que él la quería. Las cosas que había hecho así lo decían. ¡Dios! Pero es que encima que me hable de su padre ¿Qué coño me importa a mí lo que diga su padre? Y tienen que decirle otros lo que era más que evidente. No le llegaba con lo que podía ver. Que había comprendido lo mucho que la quería. Que ella lo amaba. No, No, No, dijo él. Me destrozaste. Yo estoy muy bien ahora. No te necesito. No necesito tus complicaciones ¡Dios! ¿Pero no entiendes que se acabó y yo no quiero ni voy a volver? Ya nos despedimos hace seis meses para siempre. Yo no te quiero. No quiero estar contigo. Yo no soy para ti y tú no eres para mí. En realidad, no eres para nadie. Sólo eres para tí, dijo. La miraba con tristeza. Los ojos de ella no cejaban de mirarlo y quiso que siguieran hablando en otro sitio. Él no quiso y propuso llevarla a su casa. El asunto, para él, quedaba zanjado.
En el coche ella insistió. Seguir hablando. Él se negaba. Pero cómo hacerselo comprender. No sé qué más decirle. Me volverá loco. No sé si no lo estará ella. Mira que venirse hasta aquí para esto. Que me quiere. Sólo se quiere a ella. Y no se da cuenta de lo que me hizo.
Llegaron al portal de Lupe. Le dijo que subiera, que tenía una cosa para él. De su padre. Esto es el colmo, dijo él. No. Baja, por favor. No puedo más. Bájate. No quiero oir más. Baja, por favor. Se acabó, dijo. Ella sacó las llaves del bolso, abrió la puerta y descendió. Si cambias de parecer te estaré esperando, dijo Lupe. Sé buena contigo misma. No te hagas más sangre.
Esperó a que llegara al portal, vió cómo entraba y arrancó. La ciudad vacía hacía llevadera la conducción. El segundo rojo lo detuvo. Aflojó el nudo de la corbata y respiró hondo, muy hondo. Gritó. Ojos cerrados negaban con la cabeza. Miró hacia la derecha. Intuía su presencia y allí estaba. ¡Joder! Su bolso. Cogió las asas negras del blanco, lo abrió y sacó una cartera. Visa. Dinner´s Club. Seguridad Social. DNI. Lo tenías que hacer ¿verdad? ¿Qué haré con esta mujer? Llamó por teléfono y sonó en el bolso. Hay que acabar con esto esta misma noche. Volvió por donde vino y aparcó delante del portal y cogió el bolso y salió. ¿Cuál era el piso? Probó en dos, tres timbres y el cuarto contestó: Gonzalo, ¿eres tú? Lupe, abre la puerta por favor. Abre la puerta y déjame subir. ¡Sabía que vendrías, cariño! Abre la puerta, por favor.
Comenzó a subir las escaleras. De repente, se detuvo. ¿Dónde lo leí? ¿Dónde lo escuché? La mejor manera de despedirse. Un buen polvo y hasta nunca. Habrá que hacerlo y será definitivo. Y por todo lo pasado. Recompuso el nudo de la corbata y continuó subiendo con pasos decididos.
Lupe lo esperaba en el umbral de la entrada. Sonreía y lloraba. Se dirigió hacia ella, abrió los brazos y la acogió apoyándose en la pared del pasillo. Fueron hacia el salón besándose. Se tumbaron sobre un sofá y comenzaron a desnudarse acariciándose con inquietud. Besos por arriba. Por abajo. Por los lados. Del derecho y del revés. Ella se levantó, apoyó sus manos sobre el respaldo y paseó sus senos en vaivén sobre su boca. Izquierdaderecha. Derechaizquierda. Izquierdaderecha. Él respiraba con dificultad. Ella le cogió las manos, lo levantó y lo llevó hacia el dormitorio. En la cama hicieron cosas nunca consentidas por ella. Le devoró el coño. La penetró desde atrás. Y no dice nada. Malo, malo.
No, no lo sabías, dijo Gonzalo. Claro que se pueden sentir estas cosas y muchas otras. Sólo nos dedicábamos a lo que tú permitías. Siempre te gustó mucho mi polla, dijo.
Comieron huevos fritos para reponer fuerzas. Siempre quiere huevo frito cuando está contenta. Ya está dándome el pan mojadito en la yemita y poniéndolo en mi boquita como si fuera su pajarito. La misma de siempre.
Terminaron los huevos y volvieron a la cama y hubo un segundo combate. Sosegado. Miró la hora, sólo quedaban dos para las ocho. Durmieron. Ella lo abrazaba como si se le fuera a escapar la vida.
Despertó tres horas después. Se levantó y se dió una ducha rápida. Lupe, apoyada en la puerta del baño, fumaba, sonreía, reía. Lo ayudó a vestirse. Deja Lupe. Le anudó la corbata. Le sacudió la chaqueta y le metió un pañuelo en el bolsillo derecho con labios carmín recién impresos. Salieron del baño. Los brazos de ella rodeaban su cuello y la cabeza apoyaba en el pecho. Llegaron a la puerta. Lo siento Lupe, dijo zafándose del abrazo. No me volverás a ver. Estoy con otra que me está ayudando a superar el guiñapo en que me convertí gracias a ti, dijo. Adiós Lupe, dijo. Vió una boca desencajarse. Vió ojos iracúndos acuchillándole. Se dio la vuelta y bajó las escaleras. Una puerta se cerró bruscamente.
Subió al coche y encendió la radio. El parte meteorológico pronosticaba cielos matutinos encapotados. Lluvias torrenciales y tormentas eléctricas conforme avanzara el día.
Camino de la oficina llamó para avisar de un pequeño retraso y paró a desayunar en el Almas Perdidas. Los clientes eran, en su mayoría, marineros en búsqueda de reservas para la faena diaria. Comió media ración de cocido. Café y un vaso de agua con que refrescar la boca. Pagó y se fue directo a la oficina.
El Director General de la Compañía del Mar quería hablar con él. ¿Qué significa esto?, le preguntó acercándole el informe del día anterior. Lo leyó y no reconocía lo que estaba escrito aun cuando su firma estaba al final del mismo. No se explicaba cómo pudo escribir una suerte de relato impúdico contando con pelos y señales el orgasmo que experimentabas al comer erizos de mar recién extraídos y cortados a cuchillo a la mitad. Finalizaba alabando la inversión de más de cinco millones de euros que habría que realizar sin más explicación que Arriésgate y Actúa. No supo qué responder. El Director General de la Compañía del Mar le sugirió que se tomase unos días de descanso. Luego ya verían si tenía cabeza y fuerzas suficientes para seguir en este trabajo.
Sintió un gran cansancio. La cabeza iba a estallarle. Se fue para casa a intentar recuperar horas de sueño. Ducha y cama. Despertó a eso de las cinco y comió. Llamaré a Paula ¿Qué le diré? Espero que comprenda lo que hice. Sólo quería acabar de una puta vez con esa loca. Tiene que comprender. Encendió la tele. Daban un programa absurdo de preguntas y respuestas. El presentador llevaba unas enormes orejas mickey mouse y los concursantes orejas y cola de conejo y cada vez que acertaban daban saltos avanzando casillas con las manos recogidas sobre el pecho simulando las patas delanteras. Paula comprenderá. Cuando alguno daba la respuesta equivocada era abucheado por los otros concursantes y el público le arrojaba todo tipo de objetos. El ganador se llevaba un coche de gran cilindrada con el que viajar hasta Torrevieja para disfrutar durante dos días de un apartamento junto al mar. Interrumpieron la emisión del concurso para dar el parte informativo sobre la posible recuperación del estado físico y anímico de un jugador de fútbol de primer nivel. Había perdido tres kilos que le sobraban y estaba triste. Había declaraciones de sus compañeros, del presidente del equipo, de aficionados. Analistas especializados pronosticaban que se recuperaría.