Pedro Trigo López es un «moncadista», superviviente del asalto al cuartel de Montcada (julio de 1953), data inicial de la Revolución cubana. A sus 88 años viajó a Barcelona para dar a conocer su libro de memorias, Pedro Trigo López: semilla de revolución, elaborado a partir de sus conversaciones con el escritor Alberto Valenzuela Carreño. La obra fue presentada en el Centro Galego de Barcelona (el biografiado es hijo de emigrantes gallegos y mantiene estrechos lazos con la tierra materna de sus padres).
Pedro Trigo López no fue un moncadista, sino que lo es. Historia viva del siglo XX con independencia de la opinión que merezca al lector la Revolución cubana, pues pocas veces se tiene la oportunidad de charlar con alguien que se ha codeado con personajes ya legendarios como Fidel Castro y Ché Guevara. Un revolucionario de los de fusil en mano y mañana incierta, y un idealista en sentido pragmático, de los que le agarran la cola a la Idea y la arrastran a la tierra.
Además de todo eso, Trigo López es un entrañable conversador. La firmeza de su voz y la calidez con que envuelve sus anécdotas le ganan a uno la confianza casi sin quererse dar cuenta; una vez abre la boca el mundo está perdido, sólo importa lo que vaya a decir él. Y a medida que discurre, la sensación de que para una anécdota contada, debe de haber otras mil sin contar, invade de curiosidad al corazón. Una muestra: la primera vez que Trigo López conoció al Ché Guevara. Se ve que éste y Fidel Castro se habían enfrascado en una discusión acerca de los costes de los uniformes con que iban a vestir a los milicianos, cuando Trigo López, confiado en que sería bien recibido dada su amistad con Fidel, entró a la misma sala donde los revolucionarios mantenían su acalorada charla. Trigo López se acercó entonces a ellos con la intención concreta de contarle algo a Fidel. Al verlo el Ché, fruncido el ceño, lo primero que hizo fue increparlo: «¿Cómo tiene usted la vergüenza de interrumpirnos?», y al cabo le echó de allí, histérico y malhumorado. Pedro Trigo López, sin embargo, atesoraba con tanta alegría este recuerdo, trasluciéndose en las arrugas que aparecían en sus labios risueños, que pude compartir la dulzura de su nostalgia y me conmovió. Simple y trivial, el solo hecho de que en esta anécdota aparezcan dos titanes de la historia como el Ché y Fidel, ¿qué duda cabe?, fascina hasta al más pancista. Así y todo, contado pierde su jugo: falta la gracia del acento de Pedro Trigo López y carece de ese arcano seductor con que reviste su manera de hablar:
¿Cuándo llegó a Cuba su familia?
En la década de los 20. Creo que sería marzo o abril de los años 20.
¿Cuándo conoció a Fidel?
A principios de 1951, en el ayuntamiento de Santiago de las Vegas, en un acto que dimos del Partido del Pueblo Cubano Ortodoxo. Yo era delegado de la Asamblea Provincial. Hice una denuncia de una cadena de fincas, adquirida por el presidente Carlos Prío. Éste desalojaba a los campesinos, que vivían en aquella fincas. Las convirtió en una sola finca: el Rocío. Lanzó a la calle, con los animales, a un campesino que llevaba más de 18 años de arrendatario. Inclusive, la guardia rural le dio una paliza. En denunciando ese hecho, se me acercó un joven, alto, corpulento, y me dijo: «Todo lo que has dicho es verdad». Yo pensaba que era un policía. Me armé de valor y le dije: «Pues sí, todo lo que digo es cierto y no tengo reparos, y lo diré siempre». Entonces me respondió: «Me has dado una gran idea. Yo soy el doctor Castro». Fue ahí cuando nos conocimos.
¿Cómo fueron estos comienzos que surgieron a partir de «la idea»?
A partir del golpe de 10 de marzo, Fidel dijo que tendríamos que ir a la creación de un movimiento verdaderamente revolucionario, mediante las armas, en pos del derrocamiento del gobierno de Batista. Pero no sólo para eso, sino para arrancar de raíz todos los males que acusaba nuestra pseudo-república desde el año 1902. Y desde ahí me vinculé estrechamente con Fidel. Creamos células insurrecionales. No deberían de ser de más de diez personas. Estaban integradas por obreros, campesinos e intelectuales honestos que estuvieran en disposición de empuñar las armas en un momento dado. Yo estuve en una de las cinco primeras células insurreccionales. Así formamos células en las provincias de La Habana, Artemisa, Matanza y Palma Soriano. Yo conocía a los responsables, pero no a los demás que las integraban. Fidel decía que no había que conocer todos los nombres por si caíamos, por si nos torturaban, para que no habláramos.
EEUU se plantea el desbloqueo de Cuba. ¿Está a favor? ¿Cree que puede relajarse la política socialista a modo de injerencia?
¿Cómo no voy a estar a favor del desbloqueo? Pero mire, estamos debidamente preparados. Tenemos una juventud muy formada. Si en cincuenta años no nos han podido someter, mediante atentados y bloqueos, ya hoy podemos decir que estamos preparados. No tenemos miedo a que puedan afectarnos en cuanto a nuestra ideología y principios.
¿Qué opinión tiene el gobierno de Venezuela?
(Solemnemente). Lo único que te puedo decir es que echo mucho de menos a Hugo Chávez.
Si se hubiese dedicado a la política oficial, Fidel Castro podría haber llegado a ser presidente de Cuba. Y, sin embargo, arriesgó todo, su vida y su patrimonio, por la revolución.
De no haberse producido el golpe del 10 de marzo, Fidel hubiese sido elegido como diputado al Parlamento Cubano. Y allí hubiese promulgado muchas leyes revolucionarias. Pero se entregó en cuerpo y alma a la revolución. Y hoy, que conste, sigue siendo el mismo Fidel que yo conocí el año 1951.
¿Es cierto que el Ché y Fidel tuvieron desavenencias muy graves?
En absoluto. Sólo que Fidel no quería que el Ché se marchara a Bolivia. Fue el Partido Comunista Boliviano el que falló al Ché, pero no Fidel, quien le apoyó económica y militarmente cuanto pudo.
Mario Benedetti le pidió a Fidel que aboliera la pena de muerte para que EEUU fuese el único país de América donde se ejecutara a personas. ¿Qué le parece esto? ¿Cree que es necesario que exista todavía la pena de muerte?
En lo personal, Fidel si puede abolirla lo hace. Pero por otras razones, muy complejas, por los esbirros, por todo el aparato militar represivo, no pudo. Te voy a poner un ejemplo. Una doctora, luchadora y anti-baptistiana, Esterlina Vilanés, la cogieron los esbirros de la dictadura y por la vagina le introdujeron una gavilla. Le produjeron una hemorragia interna, que si no es por el doctor Antonio Fresno y Albarrán hubiese muerto. Esto ocurrió antes del triunfo de la revolución. Luego, estos esbirros fueron juzgados por un tribunal y fusilados. De todos modos, yo no estoy de acuerdo con la pena de muerte. Hemos de evitarla por todos los medios. Pero a la sazón, en aquella situación, había que hacerle justicia a todos aquellos que fueron torturados. ¡Entre ellos, mi hermano! Mi hermano Julio Trigo, que fue hecho prisionero y asesinado. Mire, usted cree que si me entregan a quien asesinó y desbarató la cabeza de mi hermano, ¿no lo haría fusilar?
¿Nos podría obsequiar con alguna anécdota personal del Ché?
Un periodista, Antonio Llano Montes, le pregunta al Ché: «Tengo entendido que todas las semanas va un camión lleno de carne a su casa y descarga allí». El periodista claramente estaba haciéndole un reproche, porque todo el mundo sobrevivía apenas con la cartilla de racionamiento. A esto reaccionó el Ché con toda su catadura moral: le garantizó al periodista que no volvería a pasar por su casa y, a partir de ahí, volvería a «la libreta». Por este tipo de actos puede conocerse al Ché.
Después del Ché y Fidel Castro, ¿ya no hay más líderes?
No, quizá no. Quizá el último haya sido Hugo Chávez.
José Carlos Ibarra Cuchillo
Pensamiento filosófico.