Casi 13 millones de personas en España se encuentran en riesgo de pobreza y exclusión social, según desvelaba un informe de la EAPN-ES el pasado lunes. De estos, un 14% son trabajadores, lo que nos permite afirmar que desde hace años el trabajo ha dejado de ser garantía de seguridad y estabilidad como lo había sido tradicionalmente para dejar paso a la consolidación de una nueva figura, la del trabajador pobre. La plataforma Església pel Treball, que aglutina Cáritas, Delegació Pastoral Social, Mans Unides y otras entidades de carácter religioso catalanas iniciaban el pasado junio la campaña ‘’No cualquier trabajo, sino un trabajo decente’’, con la que critican la precarización del trabajo en un contexto de ruptura del Estado del bienestar y de aumento de las desigualdades sociales en el que muchos ciudadanos, aun y estar dentro del mercado laboral, no pueden cubrir sus necesidades básicas y llevar una vida digna.
Dessirée García, responsable del programa de formación e inserción sociolaboral de Cáritas Diocesana de Barcelona, nos explica qué significa un trabajo decente y cuáles son las medidas propuestas que deben llevarse a cabo para que sea posible un cambio en la cultura laboral.
Durante décadas los conceptos de trabajo y pobreza habían sido excluyentes. Ahora nos encontramos con que en 2016 hubo más de 380.000 personas trabajadoras en Catalunya que no llegaron a final de mes, lo que supone un 12% del total de los trabajadores, según datos d’Església pel Treball Decent. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
El análisis que hacemos desde Cáritas es que a raíz de la crisis económica, que no golpea igual a todos, lo que entra en crisis también es el Estado del bienestar. En el momento en que este se rompe y se adoptan medidas que apuestan por la flexibilidad en vez de por la seguridad, nos encontramos con que de golpe uno de los factores que te permitía salir de la pobreza, que es el trabajo, si bien es cierto que a menudo la exclusión social se seguía manteniendo pero al menos la pobreza quedaba neutralizada, ahora ya no lo hace.
A partir del 2008 un gran número de personas son expulsadas del mercado de trabajo de un día para otro, y se da también la cronificación del paro, el hecho de no poder trabajar porque durante años hay una destrucción muy fuerte de puestos de trabajo, especialmente en las personas vulnerables. Es cierto que el arquitecto, aunque sea en una categoría inferior, ahora puede entrar en el mercado de trabajo, pero esto no pasa en determinados factores de la población, lo que hace que emerja esta clase trabajadora pobre que no puede llegar a final de mes para cubrir sus necesidades básicas.
¿El surgimiento de la figura del trabajador pobre se ve también agravado por la reforma laboral del 2012?
Sí, y con las condiciones que se están creando de nuevo. Antes hablábamos de los mileuristas como precarios, y ahora las personas desearían ser mileuristas. Antes los mileuristas eran la clase trabajadora más baja, y en cambio ahora emerge esta clase con unos sueldos que no llegan al salario mínimo. Por tanto, vemos que hemos hecho un paso atrás porque se ha flexibilizado el trabajo y porque ha habido un tiempo de mucha destrucción de ocupación y no se han puesto los mecanismos necesarios para que algunas de las personas puedan volver al mercado de trabajo, y han quedado descartadas.
Aun así no paramos de recibir mensajes de que se está reactivando la economía.
El mercado de trabajo se mueve, lo que pasa es que, si bien decimos que estamos saliendo de la crisis económica, no todo el mundo sale de la misma manera, y la crisis social continúa. En Cáritas, del 2015 al 2016, hemos visto que de este 12% que había en Catalunya, las personas que hemos atendido suponían un 15% en 2015 y un 16% en 2016, y por lo tanto ha habido un aumento. Estamos cuatro puntos por encima del 12%. Los índices económicos cambian, el mercado de trabajo se mueve, pero otra cuestión es en qué calidad. Hay un gran grosor de personas que siguen sin entrar, y los que entran lo hacen en muy malas condiciones.
Por ejemplo como que uno de cuatro contratos mensuales sean de muy corta duración.
Por ejemplo, o como dice un estudio del Banco Mundial, que del 2006 al 2016 la parcialidad no querida ha pasado del 10% al 30%. La parcialidad es buena si la quieres, porque encaja dentro de tu proyecto vital, pero cuando no es querida significa que hay personas en precario con una jornada que no les permite llegar a fin de mes pero que a menudo tampoco les permite buscar un trabajo mejor o complementario, porque sus horarios son extraños y porque su trabajo es esporádico, y más cuando ven que un trabajo con contrato indefinido es dificilísimo de obtener. Entonces están en la disyuntiva de quedarse con lo que ya conocen o hacer el salto para ver si se puede mejorar, la cual genera mucha angustia.
Desde Cáritas criticáis que si el trabajo antes generaba seguridad, ahora tiene el efecto contrario.
Nosotros creemos que se deben dar una serie de condiciones para que haya un trabajo decente, que lo entendemos como uno con un salario que permita cubrir tus necesidades, pero también con unos derechos laborales, una negociación colectiva que permita hacer escuchar tu voz dentro el ámbito laboral, y unas coberturas sociales que te permitan seguir cubriendo estas necesidades en momentos en que puedes tener un rendimiento más bajo o que estés fuera del mercado de trabajo.
Antes estas condiciones permitían que el trabajo fuera un ascensor social para mejorar tus condiciones y las de tus padres, las del entorno o clase social en la que habías nacido, porque el trabajo debe ser un factor que te permita volver a la sociedad. Por eso una condición también muy importante es que las personas tengan proyección dentro de las empresas. Las empresas deben entender que a las personas nos pasan cosas, que por ejemplo no es excepcional que tu hijo se ponga enfermo y tengas que acompañarlo al médico, y por tanto tienen que crear mecanismos internos que lo acepten y lo normalicen. Y eso no ha de significar necesariamente que sean menos productivas, porque está demostrado que trabajadores contentos hacen empresas más productivas y competitivas. Cuando hablamos de trabajo decente es poner en el centro la persona, una expresión muy desgastada ya, que no todo el mundo se la cree, pero que no por eso deja de tener sentido.
¿Cuál es el perfil más común del trabajador pobre que atendéis en Cáritas?
Básicamente es una persona con una educación básica, con la primaria, orientada al sector servicios, de restauración, doméstico o cuidado de personas, y además situada en un entorno acusado por la temporalidad, la parcialidad, y en sectores que además son estacionales. Acostumbra a ser también una persona con hijos, tenemos una gran presencia de madres solas, por tanto familias monoparentales, o a menudo también, aunque no sean monoparentales, que por cuestiones culturales el marido tiene menos posibilidades de encontrar trabajo que la mujer, pero no se hace cargo de los hijos, y por tanto la mujer sigue teniendo dificultades de conciliación para poder entrar al mercado laboral. Además también se da una gran parte de trabajo en negro, de ese 16% del que hablábamos un 2%, más o menos, se mueve en horas en negro, con el cual también se da la dificultad, ante la inseguridad, de dejarlo para pasar a la economía formal.
En cuanto a edad, nos encontramos con un 39,5% de paro juvenil y un 14,9% en mayores de 55 años.
Jóvenes tenemos pocos, porque es difícil conectar con ellos, y es más difícil que tengamos hijos de padres que ya son atendidos, desde el punto de vista laboral, aunque puede que sean atendidos por temas familiares, como por desestructuración.
Llevamos desde el 2008 diciendo a los jóvenes que no hay trabajo, y después de tanto tiempo escuchando este mantra, están desmotivados, decepcionados, desincentivados, y por lo tanto cuesta moverlos, y lo entendemos. La edad sigue siendo uno de los factores de exclusión, pero ahora, en cambio, lo que está marcando la exclusión y lo que dificulta la entrada al mercado de trabajo es el tiempo de paro, porque si eres joven sin experiencia o llevas desde 2008 sin trabajo, la exclusión no se da tanto por el hecho de ser joven como por llevar tanto tiempo fuera del mercado. Y eso es exactamente lo mismo que pasa con personas de 55 años y más, porque en este punto, si no han conseguido volver al mercado de trabajo, cuesta mucho entrar, la barrera es muy grande.
Para combatir esa situación, decías, se debe poner a la persona en el centro de las políticas laborales. ¿En qué se traduce esta demanda?
Si realmente estamos saliendo de la crisis, ahora lo que se debe hacer es repartir mejor los beneficios, y para hacerlo apelamos a los tres agentes donde está la competencia, la administración, los sindicatos y la patronal. Creemos firmemente que se deben subir los salarios, el mínimo y el medio, y con todo lo sucedido con los recortes, reclamamos mayores coberturas sociales en épocas en que no se trabaja o cuando el trabajo no cubre las necesidades. La renta garantizada es un gran paso en esta dirección.
En cuanto al modelo productivo, tienen la obligación de crear uno que sea estable y de valor añadido, que permita que todas las personas puedan estar dentro de la sociedad, que nadie quede fuera, y en cuanto a la formación, las empresas deben asumirla y trabajarla. Si nosotros, como país, decidimos que queremos basar nuestra economía en el turismo, tenemos que trabajar para que una persona pueda comenzar siendo un camarero y acabar pudiendo dirigir un hotel o un restaurante de lujo, por ejemplo.
Que los trabajadores puedan progresar en su trayectoria laboral.
Las personas tienen que ver que no están en un trabajo durante dos meses y luego se irán y tendrán que volver a adaptarse al sistema de otra empresa, siempre con la desazón de saber que no pueden planificar nada a largo o medio plazo porque no saben lo que ingresarán. Y de la misma manera las empresas, en el momento en que invierten en una persona, están capitalizando el conocimiento de esa persona, y si cada 15 días cambian de personal, cada 15 días tendrán que invertir y formarlo, y por tanto, en el fondo, pierden dinero.
Poner la persona en el centro significa todo esto, y poner también medidas de conciliación. Por ejemplo en la restauración, donde los horarios son complejos, debe haber medidas de flexibilidad que ayuden a los trabajadores. Hay a quienes les va a ir bien que los llamen para hacer suplencias, y otros que necesitarán mayor estabilidad para hacer su proyecto de vida, porque tienen otra edad u otras responsabilidades. Y lo mismo pasa con los autónomos o con la pequeña y mediana empresa, con lo que debe haber un apoyo de cobertura. La pyme seguramente debería tener ciertos beneficios y ventajas fiscales para que en vez de darse jornadas laborales de 12 horas, con ocho legales y cuatro en negro, se puedan hacer dos turnos sin que les salga caro, y lo mismo con los falsos autónomos, las empresas están contratando ahora a trabajadores como autónomos porque les sale mejor. Y la combinación de todo esto marcará la inteligencia, la calidad y la supervivencia de una empresa, porque en el fondo la que se adapta es la que pervive. Hay que corregir estos errores del sistema para que tanto empresas como personas puedan tirar adelante. No podemos seguir adaptándonos al contexto a costa de las personas trabajadoras.
España es el segundo país de la UE en qué más se ha disparado la desigualdad social desde el estallido de la crisis, por detrás de Chipre, y 20 veces más que la media europea, según un informe de Intermón Oxfam. ¿Crees que hay voluntad política para frenar esta tendencia?
Yo no diré si la hay o no, pero lo que está claro es que hasta ahora no se ha abordado el tema, y la dirección para salir de la crisis ha recaído sobre una parte en concreto. Con eso no digo que no haya empresas que no hayan sufrido, pero la mayor carga ha ido a costa de las coberturas sociales y las coberturas laborales de los trabajadores, y eso es lo que después ha creado la desigualdad social. Estos veinte puntos no han sido gratuitos, es algo que ya tenemos, es una realidad, estamos a tiempo de corregirla, pero hagámoslo ya, lo que no podemos hacer es esperar más. Si los índices económicos están estables, ahora se debe abordar la crisis social que aún pervive, y eso significa abordar los últimos de los últimos, ver porque el sistema no les deja entrar en el mercado laboral, y darles las coberturas para que puedan hacerlo.
Para que haya un cambio integral en la cultura laboral se tendría que ir más allá de las políticas autonómicas y estatales, a nivel europeo y hasta mundial. Hace unos días el FMI alertaba a España por la lenta subida de los salarios, pero advertía que debían seguir aplicándose las mismas políticas que hasta ahora. ¿Cómo puede abordarse un cambio si las directrices vienen dadas por organismos como el FMI o el BM?
En Cáritas estamos haciendo una reflexión en este sentido, y lo tenemos muy claro, el modelo económico capitalista que tenemos, donde el beneficio último es el beneficio económico, no pone la persona en el centro, y habiéndose roto el equilibrio de la posguerra, lo que está es generando desigualdades, y esto podemos cambiarlo. Se debe abrir el concepto de beneficio, hacia el beneficio social y ambiental. Podemos obtener beneficio sin ser insostenibles y sin dañar al medio ambiente. El capitalismo salvaje solo tiene en cuenta el económico pero en el fondo, como sociedad, lo que tenemos en nuestras balanzas es un saldo negativo. Nos estamos equivocando. Por eso estamos haciendo un proceso de selección de propuestas para impulsar medidas dentro del tercer sector, en el campo de la economía social, para que el sistema económico actual pueda avanzar, ser sustituido, matizado o modificado, no lo sabemos.
Desde Cáritas hacéis hincapié en tener una visión más amplia del trabajo que aborde, además del aspecto económico, también el social, el familiar y el psicológico. ¿Estos cambios pasarían también por reformular la visión que se tiene del trabajo?
Sí, es importante. Estamos en un momento de transición, y es cierto que no todas las personas podrán trabajar, pero hasta que no se demuestre lo contrario, toda persona debe tener derecho y acceso al mercado de trabajo. Antes se concebía el trabajo como la única cosa que centraba la vida de las personas, y este concepto se debe flexibilizar. Habrá personas que quizá no podrán trabajar nunca, desde un punto de vista remunerado, pero si desde un punto de vista de voluntariado. Por ejemplo siempre se ha pedido que el trabajo doméstico se monetice, porque realmente parte del sistema productivo se basa en este servicio que hacen principalmente las mujeres y que no está siendo remunerado.
El concepto de trabajo se debe ampliar porque a las personas nos pasan cosas a lo largo de la vida y ya no vale que el trabajo sea el centro, ni tampoco la distribución de ocho horas de trabajo, ocho de descanso y ocho de ocio, porque la economía y la sociedad van tan rápido, con las nuevas tecnologías y una serie de cambios que ha habido, que este esquema tampoco funciona. No podemos entender la trayectoria laboral de las personas de forma lineal, porque la vida tiene subidas y bajadas, entradas y salidas, y lo que se debe hacer es adaptar las estructuras tanto administrativas como empresariales, sociales y hasta comunitarias a la vida de las personas. Se debe ampliar el concepto para entender que a veces ponemos más peso a nuestra vida familiar y que otras no tenemos responsabilidades y por tanto podemos dedicar 15 horas al trabajo, al voluntariado y a la actividad comunitaria. La distribución varía y las estructuras son las que se deben flexibilizar, no las personas.
Eso se reflejaría con que, por ejemplo, las horas de trabajo se vayan reduciendo a medida que aumenta la edad del trabajador.
Sí, en entender que cuando eres joven a lo mejor no necesitas tanta flexibilidad, pero cuando tienes criaturas sí, o que necesitas a lo mejor trabajar desde casa porque debes cuidar a la madre o al padre que se ha roto una pierna, o que hayas decidido no tener criaturas pero te gusta mucho el ciclismo y quieres trabajar cuatro días y tres no. Hay que entenderlo y normalizarlo. Ahora que el mundo está tan hiperconectado y va tan rápido, las posibilidades son tan grandes que no podemos seguir basándonos en las estructuras anteriores, porque están en crisis.
Después también hay que tener en cuenta que hay personas en exclusión social que a lo mejor no tienen acceso a las nuevas tecnologías, que aunque tengan móviles y Facebook no saben utilizar las herramientas para buscar trabajo, para conectarse al mundo, para formarse.
En este aspecto entran entidades como la vuestra.
Para nosotros, la clave es que las personas se empoderen, que si alguien ha estado quince años cuidado a su madre enferma y no ha podido trabajar, que lo que haya aprendido durante ese tiempo sea también aplicable al mundo del trabajo. Las personas deben tomar las riendas de su vida, y nosotros lo que hacemos es decirles que vayan a su ritmo, que nosotros estaremos ahí para cuando lo necesiten.
Por otro lado, también hacemos cosas que la administración no ve. Si por ejemplo cogen a una persona para una oferta de trabajo en un restaurante, pero le dicen que debe llevar sus propios utensilios y no puede pagarlos, o si no puede comprarse la comida porque estaba yendo a un comedor social pero no le encajan los horarios con el trabajo, no está en igualdad de condiciones con los otros trabajadores, y a lo mejor tiene que decir no al trabajo. Nosotros intentamos dar cobertura si tiene que hacer inversiones en material de trabajo o comida, para que vaya a trabajar con su tupper, como hace todo el mundo. A menudo la administración esto no lo ve o no le da respuesta, ya sea porque no tienen recursos, pero aquí es donde deben crearse recursos, porque es esto lo que da el tiro de salida en igualdad de condiciones para conseguir trabajo.
¿Crees que el trabajo volverá a recuperar las funciones, más allá de las económicas, de generar seguridad y bienestar?
Dependerá de cómo actúen los tres actores implicados. Tenemos ejemplos de países muy desregulados y sabemos cómo están, y tenemos experiencia de países donde ha habido acuerdos y estas coberturas están desarrolladlas. Está en manos de estos tres agentes y de la sociedad, de lo que podamos reclamar para que realmente vayamos hacia un modelo u otro.
Es inevitable preguntar cómo influye en estas previsiones la situación de incertidumbre política en la que nos encontramos estos días, ante la posibilidad de una declaración de independencia.
Nosotros seguiremos apelando a que esta situación de incertidumbre se aclare cuanto antes mejor y de la mejor forma. Obviamente, por como es el sistema, la incertidumbre siempre perjudica el mercado de trabajo, pero cómo le afectará, realmente no sé decirte.
(Sabadell, 1995). Estudió Periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona y escribe sobre cultura, género y política. Actualmente, trabaja como escritora, traductora y Community Manager "freelance".