Risto Mejide -director creativo publicitario, licenciado en dirección de empresas- más conocido por su intervención, poco amable, como jurado en el televisivo Operación Triunfo, ofrece la siguiente carta de presentación en su perfil de Twitter:  “si cuando hablas nadie se molesta, eso es que no has dicho absolutamente nada”. Bien, Risto: “parece que no has descubierto absolutamente nada”.

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París, 29 de mayo de 1913, Théâtre des Champs-Elysées. Se está representando el ballet La consagración de la primavera, producido por Serge Diaghilev. El vestuario de los bailarines es folklórico, pero extremadamente colorido, y destaca sobre un escenario verde intenso. La danza se desarrolla mediante movimientos poco fluidos, cerrados; inversamente a lo que se acostumbraba en ballet clásico, los cuerpos tienden al interior, y a inclinarse, en lugar de a elevarse. La partitura, compuesta por  Stravinski, hace uso de disonancias; las escalas, en ocasiones meramente onomatopéyicas, la dotan de escasa armonía. Predominan los instrumentos de viento, y la percusión es salvaje y violenta. Vanguardia e innovación para un auditorio acostumbrado al romanticismo. Durante el segundo acto, es necesario contener a un público encolerizado. Diághilev no se deja hundir por los abucheos. Al contrario, es exactamente lo que pretendía. Sabe que se va a hablar de él, y mucho.

Diághilev (Novgorod, 1872- Venecia, 1929) era un hombre cultivado, ávido lector y coleccionista de libros, apasionado por la música y cantante amateur aficionado al teatro y a la pintura. Desde muy joven se relacionó con artistas, viajó por Europa y alternó las facetas de crítico y escritor con las de editor y organizador de exposiciones. No era bailarín, ni coreógrafo, ni compositor. Sin embargo, conocía bien los ingredientes necesarios para que una receta funcionara. Y era un gran publicista : “si quieres publicidad, crea un escádalo”.  Grandes artistas surrealistas le diseñaban los escenarios, a la vez que lo criticaban por relacionar sus intereses artísticos a los fines del capitalismo. La controversia estaba servida. Y la propaganda también.

Si la innovación, la ruptura con los clásicos y la polémica, le dotaron de popularidad, la fórmula para un trabajo de calidad residía en su capacidad para rodearse de los mejores. ¿Quién de nosotros no ha soñado codearse con los más grandes artistas, mientras veía Midnight in Paris, de Woody Allen?

Diseños de escenario de Pablo Picasso. Vestuario de Coco Chanel. Partituras de Falla, Ravel, Stravinsky  o Satie. Escritores de la talla de Jean Cocteau y artistas gráficos como Joan Miró, Matisse o Braque, también trabajaron conjuntamente y con Diághilev en los Ballets Rusos. Con motivo del centenario de la compañía (1909-2009) gran parte de ese material se pudo visitar en Londres, en una exposición comisariada por Jane Pritchard y Geoffrey Marsh. Ahora es posible disfrutarla también en Barcelona.

La exposición pretende transmitir el espíritu que impregnó a la compañía, y reconstruir el clima de una época de gran efervescencia artística,  a partir de gran parte de su vestuario, los decorados de seis ballets de Diághilev, y una amplia colección de diseños, dibujos, grabados, carteles, archivos y objetos varios.

Además se puede visionar por primera vez la única filmación de los Ballets Rusos existente hasta ahora. Son 60 segundos rodados clandestinamente, ya que Diáguilev prohibió de forma tajante en sus contratos que se grabara a la compañía, por considerar que el cine –entonces mudo y en blanco y negro- era incapaz de captar el clima colorista y rompedor de su trabajo.

La muestra Los Ballets Rusos de Diághilev, 1909-1929. Cuando el ballet baila con la música puede visitarse en Caixa Forum hasta el 15 de enero de 2012.

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