De pronto, la imagen que le devolvió el espejo fue la de una desconocida. Solo había entrado al baño para lavarse la cara y atusarse un poco el pelo antes de ir al colegio. Sin embargo, su reflejo era el de una extraña. Giró la cabeza hacia otro lado para enseguida volver a fijar sus ojos frente al cristal, pero el resultado fue el mismo. No había visto jamás a aquella persona que le devolvía la mirada. Sintió una enorme inseguridad, e incluso miedo. De pronto, todo era diferente y no parecía que fuera a cambiar. ¿Qué estaba pasando?

El día siguió su curso habitual, sin embargo, la sensación de extrañeza consigo misma derivaba en una cierta torpeza a la hora de desarrollar sus actividades de una manera fluida. Sus compañeros de clase la notaban distante y respondieron del mismo modo ante aquella actitud. En casa, mostraba la inseguridad que sentía a modo de enfado hacia sus padres, que tomaron una actitud sorprendentemente permisiva. Después de un día así, tuvo una sensación de soledad bastante desagradable, algo que no recordaba haber sentido antes. Se acostó con la esperanza de volver a despertar por la mañana, como si el día que ahora terminaba no hubiera tenido lugar.

Sin embargo, era desconcertante sentir cómo, a diario, su aspecto iba cambiando. Sus manos, antes más bien pequeñas y blancuchas, estaban adquiriendo un tono azulado, los dedos se alargaban y no era capaz de hacer que las uñas dejasen de crecer. Lo mismo estaba ocurriendo con sus pies y apenas lograba calzarse alguna de sus zapatillas. Ya no quería ni mirarse al espejo, le aterrorizaba la simple idea de hacerlo.

Cuando unos días más tarde sintió aquel horrible dolor en la frente, no fue capaz de ahogar su llanto. Pese a la negativa, su madre no dudó en entrar en la habitación donde encontró a su hija hecha un ovillo bajo el edredón. Sabía lo que le estaba ocurriendo, entonces se preparó para enfrentar el momento que había estado temiendo desde que supo que su pequeña venía al mundo. A regañadientes, consiguió sacarla de su refugio y ahí estaba, tan azul como se había temido. En cambio, el cuerno de su frente aún estaba por terminar de formarse. Lo que más le impresionó, fueron sus ojos. De un color verde esmeralda que ocupaba casi la mitad de su rostro y que absorbían toda la luz de aquella estancia, dejándola en penumbra.

Fue entonces cuando madre e hija sostuvieron la mirada, hasta olvidar el sonido de las palabras que ya no necesitaban para comunicarse. A través de sus ojos, fluía un precioso diálogo. Por vez primera, ella se sintió profundamente hermanada con su madre. Mientras sostenían la mirada, la vio deshacerse de la supuesta piel que la cubría de pies a cabeza, para dar lugar a un cuerpo azulado de enormes ojos turquesa y un cuerno centelleante que se alzaba desde su frente.

De la mano, salieron de aquella oscura habitación dirigiéndose al espejo del lavabo. Su madre se echó a un lado, quería dejarle espacio al momento que supondría el paso definitivo para ella. Así fue como ante su reflejo, surgió de su pecho un manantial de maravillosos destellos de colores, que formaban la imagen de quien había sido ella hasta aquel día en que dejó de reconocerse. En un instante, aquella presencia de fugaz luminiscencia desapareció y la figura que vio en el espejo, entonces, dotó de absoluto significado su hasta ahora frágil concepto de sí misma. Y por fin, se reconoció y abrazó a quien realmente era.

Su madre le proporcionó una piel artificial con un aspecto corriente, ya que tal y como le confesó, era mejor no llamar la atención. El mundo estaba así organizado y funcionaba basándose en la apariencia que se había consensuado para lograr una homogeneidad y de este modo evitar conflictos. Sin embargo, por este motivo la lucha interior de los seres que habitaban la tierra derivaba en devastadoras disputas entre ellos. Así, lo más importante era que ella conociera y aceptase su individualidad. Entonces, la concordia se abriría paso poco a poco en un planeta en el que las diferencias que nos caracterizan, suponen nuestra mayor riqueza.

marta pérez fernández revista rambla

Amante de la música y las letras. Apasionada por el dibujo y el deporte. Estudié música, comencé con cuatro años y toqué el violín hasta cumplir los dieciocho. Desde entonces, Londres, Barcelona y Madrid han supuesto grandes experiencias vitales. Escribo porque tengo mucho que decir y necesidad de comprender.

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