Volví al bar de la esquina. Volví a fumar ducados, con desgana. La cerveza, esa sí, entró con ganas. En las mesas tipos solitarios leen periódicos atrasados. Una pareja desgrana su vida con gin-tonics. Una chica entró, sonrió al camarero y lo besó. Sentó en la mesa junto a la máquina expendedora de tabaco. No pidió nada. Le sirvieron un oporto con manises y olivillas. Chet Baker suena bien a estas horas de la noche. Entraron dos tíos, rodearon a la chica sonriente. La chica sonriente besó a uno. El uno besó al otro. Bebieron cerveza y fumaron el tabaco de ella. En mi cabeza todo el tiempo, el relato inacabado. Pedí otra cerveza. El camarero la trajo acompañada de patatillas y olivillas. No pagué, de momento. Seguí bebiendo. La chica sonriente bebía sin sed. Acompañaba dos vidas con descuido. Entró un vendedor de discos. Paseó por entre las mesas. Nadie miró, nadie compró. Busqué en mi barbour la cartera. Por supuesto, no estaba. Rebusqué y no estaba. La chica sonriente acogió a un tercero. Lo besó. Entró una pareja. Sentaron a mi lado con cafés. La cara de ella era fea. La de él no quedaba atrás. Se les veía felices. Voy por mi quinto ducados desganado. Volví a fumar. Eso ya lo dije. La chica sonriente despidió al tercero. Nuevos acordes de rhythm & blues acogen a los parroquianos. Entran dos tipos. Van a la parte de atrás tras pedir en la barra. Se abrazan. Se sientan. Se sonríen. La chica sonriente en verdad lo es. Hoy es lunes y sonríe. Cómo no sonreír siendo lunes en el bar de la esquina. Volveré mañana. Y pasado. Al otro también.
Sigo en el bar de la esquina. Al igual que la chica sonriente. Suena el vapor de la cafetera. Pido otra cerveza. La chica sonriente sigue rodeada de esos dos. Conversan. La pareja a mi lado, los de cara fea, ya no hablan. Simplemente están. La pareja gin-tonic pide unas cañas y le dicen al camarero que después se van. Encuentro un cuaderno limpio en mi barbour. Me extraña. Siempre va conmigo. Siempre limpio. Está pidiendo algo. Algo que decir. No hago mucho caso. Hago un alto y leo El País. Ese periódico. No hay gran cosa. Voy por mi sexto ducados desganado y la tercera cerveza. Los feos felices pagan y prometen volver. Ya vamos quedando menos. Pero no. Tres octogenarios hacen acto de presencia. Piden whiskys y cañas. Observan los cuadros en exposición. La chica sonriente pide otro oporto. Esta noche de lunes está siendo intensa. De vida y bebida. Y licores. Amores y Desamores también. Y, por ahí, la rutina de un lunes en el bar de la esquina. Los octogenarios acomodan sus cuerpos en la barra. El mejor sitio del bar, de todos los bares. A pesar de ello, me gusta este observatorio desde el que escribo. Enfrente del bar de la esquina, el pabellón de deportes, la piscina. Me prometo volver a nadar. Me gusta hacer ejercicio. Llevo una temporada sin hacer nada por ello. Y me sienta bien. Mientras no llega el momento seguiré en el bar de la esquina. Encima del bar de la esquina hay un piso en el que yo amé. Sigue viviendo ahí la chica a la que amé. Supongo que el gato también. La historia acabó como empezó, sin saber por qué. Son cosas vividas. No hay que preguntarse mucho por ello. La chica sonriente habla sin parar. Tiene público para ello. La pareja gin-tonic comienza a estornudar sin parar. Alergia a la ginebra o a la tónica. Quizá a sus vidas. Yo no tardaré en dejar el bar de la esquina. Mañana me espera el trabajo de mamporrero veterinario con mi nueva veterinaria. Recorro el mundo rural. Me gusta el mundo rural. Vacunamos todo el ganado. Lengua Azul. Deseo terminar ese trabajo y encontrar otro que me diga más. Más de la vida, no creo. Que me diga más económica y realizadoramente. No quiero una vida mamporrera. Es cansada. Es cansado. La chica sonriente fuma sonriendo. En verdad, sonríe. Supongo que nació así. O la vida le enseñó a sonreír. Sonreiré ¿A la chica sonriente? A la vida, seguro. Al bar de la esquina, también. ¿A la chica sonriente? Por qué no.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.