Ya los antiguos filósofos griegos se afanaron en la búsqueda de la verdad. Para ello utilizaron como mejores herramientas sus experiencias personales y el razonamiento abstracto. En los tiempos de la antigua Roma los jurisprudentes se devanaban los sesos por crear un sistema jurídico lo más perfecto y ordenado posible. Para ello se apoyaban en las llamadas cuatro virtudes cardinales: la justicia, la prudencia, la fortaleza y la templanza. En otras palabras, con esas virtudes intentaban ordenar la conducta de los hombres y crear una vida de acuerdo con la moral. Más tarde, el cristianismo con su libro de cabecera―la Biblia― nos otorgó una cotidianidad de esos valores morales para el uso doméstico y en general para la vida en comunidad. Sin perjuicio de todas las sombras o huecos que estos sistemas de conocimiento y conducta que el hombre ha creado para juzgarse a sí mismo y su vida en comunidad, tienen, y las inevitables injusticias que provocan, al menos, son obra del conocimiento y de la propia experiencia del ser humano. Sin embargo, debido al colapso de los sistemas judiciales modernos ―por ejemplo el de España― es de sobra conocida la práctica del «copia y pega» de algunas sentencias judiciales. Vivimos en la época de la posverdad. En este contexto aparecen los primeros modelos de lenguaje con técnicas de aprendizaje tanto supervisadas como de refuerzo. Por supuesto que no se puede poner puertas al campo y hay que reconocerles su gran utilidad a dichos avances de la tecnología. No obstante… ¿No cabe pensar que un día no muy lejano los ChatsGPT serán en realidad los que redacten las sentencias judiciales? Ese día, seremos juzgados por un algoritmo. Es decir, un programa que comete errores y está entrenado para disimularlos. Algo que no tiene ni quiere tener experiencias. Por lo tanto, carece de espíritu y de factor humano. Por el contrario, si puede manejar millones de datos y usarlos a su gusto. Entonces nadie estará a salvo. Nuestra especie habrá perdido la llama de Prometeo. Lo que inevitablemente llevará a creer a la inteligencia artificial que juzga, tarde o temprano, que somos todos culpables y si nos mantiene con vida será a condición de que estemos todos encerrados. No olvidemos que desde su atalaya moral nos verá bajo el prisma de nuestros defectos. Ya que ella misma nunca llegará a sentir la emoción de cometer algún pecado, y mucho menos tener el sentido del humor suficiente y la experiencia humana necesaria para mirarnos a todos, por ejemplo, con la ternura que lo hace Billy Wilder al final de «Con faldas y a lo loco», porque de lo que no cabe la menor duda es que «nadie es perfecto».

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Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.

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