La insolidaria política migratoria de cerrojazo y expulsión masiva que defiende la extrema derecha, no pretende el cierre total, sino que las personas que entren no adquieran derechos nunca, y queden a merced de sus empleadores de manera arbitraria y autoritaria.
Desde hace algunos años observamos cómo crecientes capas de la población, en muchos casos de estratos sociales bajos, se apuntan al discurso racista y xenófobo de los partidos neofascistas en todo el mundo.
Las razones de este fenómeno son algunas complejas, y otras más simples.
El capitalismo cada vez más depredador expulsa de su sistema a sectores que antes sobrevivían, y ahora se ven en la pobreza incluso teniendo trabajo, cuya precariedad crece de manera imparable. El llamado estado de bienestar, producto de una determinada correlación de fuerzas de la lucha de clases, lleva décadas desmantelándose en los países que llegaron a disfrutarlo, y la ley de la jungla se impone de manera brutal.
Este desconcierto y angustia es sin duda uno de los mayores caladeros para evangelizar con la buena nueva que separa a los que pueden salvarse y quienes no, ya que lo que se vende es que quienes podrán salvarse serán los que disponen de una nacionalidad reconocida (por el hecho de haber nacido en dicho país), frente a los extranjeros que no disponen de ese derecho.
Si la parte del pastel que los capitalistas ofrecen a los trabajadores es cada vez más pequeña, mejor repartirla entra menos que entre más. Es pura matemática. Y como además quienes tienen la nacionalidad son los que pueden votar en las elecciones, resulta fácil de entender (que no compartir) este creciente voto a partidos de ultraderecha, hasta el extremo de que sería casi extraño que no ocurriera, en una sociedad consumista dominada por las grandes corporaciones.
Este sesgo ultraderechista de una parte del electorado suele ocurrir en situaciones de crisis y precariedad, en las que la angustia favorece a los vendedores de “verdades”, se crean chivos expiatorios en los que descargar las frustraciones, y la cultura o costumbres desconocidas se convierten en amenazas de nuestro orden primacista establecido.
Los capitalistas, que en definitiva son quienes promueven estos discursos y estos partidos, no es que no quieran que haya negros, magrebíes, suramericanos, etc. en sus países. Lo que quieren es que esta mano de obra, a la cual emplean y sobreexplotan, sea esclava, sin derechos ni económicos ni sociales ni humanos. Si se tiene empleada a una persona sin papeles, será más fácil que no reclame nada, pues dependerá en casi todo del patrón.
Los trabajadores egoístas e ignorantes que abrazan y votan estas ideologías fascistas se creen que van a sacar algún provecho, y nada más lejos de la realidad. Porque no es verdad que los capitalistas vayan a expulsar a los inmigrantes: los necesitan como mano de obra esclava y sumergida, para aumentar sus beneficios. Y esta degradación de las condiciones de trabajo, afecta de manera directa y consecutiva a la degradación de las condiciones del conjunto de los trabajadores.
Lo que se trata es de atemorizar a estas personas inmigrantes, que tendrán más dificultades para regularizar su situación, que vivirán bajo la amenaza permanente de la expulsión arbitraria, y en estas condiciones la voluntad de las personas subordinadas quedan a merced de sus empleadores o simplemente de otros vecinos que les podrán chantajear bajo la amenaza de denuncia a la policía.
Así de sencillo: el discurso xenófobo de la ultraderecha no es más que un nuevo esclavismo, que pretende dejar sin derechos a sectores crecientes de población, que son la mano de obra joven en las sociedades europeas envejecidas.
Da pena y tristeza contemplar el apoyo que unos trabajadores, ignorantes y egoístas, brindan a esta estrategia de la que nada bueno van a recibir. Y conviene decirlo alto y claro a estas capas de población.
No caigan los partidos de izquierda en tratar de acercar su discurso hacia estas posiciones, para recoger un puñado de votos. Lo que hay que recordar es que son los capitalistas, que manejan la economía mundial, quienes provocan las guerras y hambrunas en los países del llamado tercer mundo, ricos en materias primas pero esquilmadas de sus propios recursos hasta la saciedad. Para ello cuentan con la maquinaria estatal que controlan a su antojo, y con el silencio cómplice de las autodenominadas “clases medias” de las metrópolis, que de alguna manera se benefician (nos beneficiamos) de este espolio, ya que así tenemos materias primas o productos elaborados que consumimos a un precio más barato. Y esta rapiña y destrucción es la que provoca la salida desesperada de millones de personas en busca de una vida algo digna y en paz.
La insolidaria política migratoria de cerrojazo y expulsión masiva que defiende la extrema derecha, no pretende el cierre total, sino que las personas que entren no adquieran derechos nunca, y queden a merced de sus empleadores de manera arbitraria y autoritaria. Y esto con el beneplácito de los trabajadores explotados por los mismos capitalistas.
No nos dejemos embaucar, no caigamos en sus trampas. En 1948 se aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos; parece mentira que tengamos que seguir recordando, 70 años después, esta regla básica que a todas las personas debe afectar.