Política y culturalmente, Estados Unidos puede estar más dividido que nunca, pero aún hay temas que unen a la gran mayoría de la población —sea de derechas o izquierdas, hombre o mujer, urbana o rural—: el amor al baloncesto, el gusto por la pizza y el odio a las compañías de seguros sanitarios.
La fascinación pública por el asesinato a plena luz del día de Brian Thompson, consejero delegado de UnitedHealthcare, en Nueva York el pasado 4 de diciembre, no tiene que ver con el atractivo físico del presunto asesino —Luigi Mangione, de 26 años— o con el hecho de que este supiera burlar a la policía neoyorquina, notoriamente corrupta e incompetente, escapándose en bicicleta.
No, la fascinación que genera el episodio apunta a algo mucho más básico: todos nos podemos imaginar el móvil del asesino. Cualquiera que haya tenido interacción con alguna de las aseguradoras privadas del país ha maldecido sus altísimas cuotas y sus tácticas perversas, obviamente pensadas para no cumplir con su obligación: ayudar a sus contribuyentes a sufragar los gastos astronómicos que se suelen cobrar por los servicios médicos en este país.
A pesar de la reforma impulsada por Barack Obama, en Estados Unidos sigue habiendo unos 26 millones de personas sin seguro médico, un problema que causa unas 45.000 muertes al año. De los que sí tienen seguro, más de la mitad experimenta problemas, dada la frecuencia con la que las compañías de seguros les niegan a cubrir los gastos incurridos, cada vez más a golpe de algoritmo. La deuda médica colectiva del país asciende a 220 mil millones de dólares y causa 650.000 bancarrotas al año.
Desde la detención del Mangione, el 9 de diciembre, los medios norteamericanos se han esforzado en explicar un enigma aparente: ¿qué puede haber llevado a un vástago de una familia acomodada e influyente, con diplomas de prestigiosos centros educativos —incluida la Universidad de Pensilvania— y un futuro prometedor, a adoptar el modus operandi de un anarquista del siglo XIX?
No han escaseado las especulaciones. Parece que, a pesar de su joven edad, Mangione tuvo bastantes interacciones con el sistema médico dados sus muchos problemas físicos, incluido una deformidad vertebral que le producía un dolor insoportable. Al mismo tiempo, sus muchas y diversas lecturas —que comentaba en línea y con amigos— apuntan a un malestar espiritual quizá igual de doloroso. Mangione estaba inquieto, en busca de algo: leyó con cierta admiración a Ted Kaczynski, mejor conocido como el “Unabomber”; hizo surf en Hawai; estudió cómo ponerse en forma; viajó a Japón para escribir y meditar en las montañas; criticó la alienación de la vida tecnologizada y el poder de las grandes empresas.
Curiosamente, los mismos medios que han dedicado docenas de artículos a perfilar a Mangione se han negado a compartir el breve texto manuscrito que llevaba consigo cuando fue detenido, y que en un primer momento solo el periodista Ken Klippenstein se atrevió a publicar íntegro en su Substack.
El texto, conciso y coherente, está dirigido al FBI y pensado para facilitarle el trabajo. Mangione lo abre diciendo a los agentes que no pierdan el tiempo en buscar a cómplices porque él preparó el atentado solo, valiéndose de su pericia como ingeniero informático (hasta construyó su propia pistola con una impresora 3-D.) También explica su móvil: subraya que “alguien tenía que hacerlo”. En este sentido, da dos datos clave. Primero, “los Estados Unidos tienen el sistema sanitario más caro del mundo, pero ocupamos la posición 42 en términos de esperanza de vida”. Segundo, UnitedHealthcare, la compañía de seguros más grande del país, goza de unas “ganancias inmensas” que se han generado a costa del “abuso de nuestro país”.
Aunque son “muchos los que han iluminado la corrupción y la codicia” que nutren el sistema —“yo no pretendo ser la persona más cualificada para exponer el argumento entero”, admite— la conclusión es clara: “los problemas simplemente permanecen”. “A estas alturas” —concluye—“ya no es una cuestión de conocimiento, sino de juegos de poder. Evidentemente, soy el primero en afrentar esto con una honestidad tan brutal”.
El contraargumento obvio es que Brian Thompson y la empresa que dirigía solo son síntomas de un problema mucho más sistémico: la ausencia de un sistema sanitario público para la gran parte de la población que no puede recurrir a Medicaid (que cubre a los más pobres) o Medicare (que cubre a los jubilados). Si la mayor parte de la sanidad está en manos privadas y administrada con fines de lucro, es porque el Congreso lo ha permitido. El vacío que deja Thompson lo ocupará otro igual.
Aun así, la acción de Mangione, si es que se confirma su autoría, ha tenido un poder simbólico excepcional, y no solo porque el joven se ha atrevido a convertir en realidad una fantasía de venganza que muchos hemos acariciado en algún momento de frustración extrema.
Lo llamativo del caso es que se resiste a cualquier explicación reductiva. Si el presunto asesino no hubiera sido un joven italiano-americano bien educado sino, por ejemplo, un musulmán, un hombre afroamericano o un inmigrante latino, el asesinato se habría explicado recurriendo a los prejuicios de siempre y la consabida demonización del colectivo en cuestión. De forma similar, si Mangione hubiera tenido una clara afiliación política —en lugar de rechazar, como lo parece haber hecho, posiciones de derecha e izquierda a favor de un descontento generalizado y un enfoque en la autoayuda—, también habría sido más fácil desactivar el potencial simbólico del asesinato.
Lo curioso, sin embargo, es que las circunstancias concretas en las que se produjo el asesinato de Thompson lo convierten en una acción casi bipartidista que ha logrado trascender las profundas grietas que dividen este país. El mismo hecho de que este acto, a todas luces descabellado e ilegal, nos ha parecido a muchos comprensible —y que Mangione se convirtiera, de un día para otro, en héroe popular—, revela la profunda falta de lógica de un sistema sanitario incomprensible, cruel e inhumano.
Fuente: https://www.lamarea.com/2024/12/14/el-enigma-de-luigi-mangione/