Antonio Maura era el presidente del partido conservador y su liderazgo estaba plenamente consolidado. Era el dirigente más valorado y consiguió unificar en torno a él a todo el partido.
Alejandro Lerroux llegó a decir de Maura que todos los diputados estaban en condiciones de igualdad, con la excepción de Maura, cuya primacía quedaba reconocida. Ortega y Gasset, que era muy crítico con Maura llegó a admitir “que era el único político español que ha sentido una honda repugnancia ante la realidad política de España en su persona”.
Maura era un gran orador y era capaz de trascender los intereses de su partido ante los problemas nacionales. Maura accedió al poder con un programa que trato de llevar a la práctica.
Maura pensaba que el sistema político de la Restauración carecía de verdadero apoyo popular y decía “La inmensa mayoría del pueblo español está vuelta de espaldas, no interviene para anda en la vida pública: De los que quedan eliminad a las muchedumbres socialistas, anarquistas y libertarias: restad las masas carlistas y las masas republicanas de todos los matices; subdividirlos entre las facciones gubernamentales y decidme la fuerza verdadera que le queda en el país a cada una”.
La misión del partido conservador debía ser para Maura el llenar de vida a las instituciones establecidas. Maura decía “que uno de los primeros y más importantes orígenes del mal que aqueja a la patria consiste en el indiferentismo de la masa neutra. Yo no sé si su egoísmo es legítimo, aunque sí sobran causas para explicarlo. Lo que digo es que no se ha hecho un ensayo para llamarlos con obras”.
Maura tuvo una gran disciplina y muy exigente con su partido a pesar de que ya en este momento hubo consideró que se inclinaba de manera excesiva a favor de la derecha del partido. En treinta y tres años de gobierno hubo tan sólo dos crisis ministeriales en Hacienda y otras tantas en Guerra, debidas a motivos de salud.
El tono derechista de su gabinete vino dado por la presencia de Rodríguez Sampedro que había firmado en el año 1904 el acuerdo con el Vaticano y el marqués de Figueroa, que destacaba por su matiz antiliberal. La figura más representativa del ala derechista del partido fue Juan de la Cierva
Juan de la Cierva era un hombre voluntarioso pero dotado de gran capacidad de trabajo, pero era poco hábil y tendía a multiplicar la tendencia a la confrontación que siempre caracterizó a Maura, empeorándola a base de rudeza. Representaba el principio de la autoridad, pero en otras ocasiones actuaba como la autoridad en estado puro y, por tanto, parecía carente de principios.
Juan de la Cierva impuso por la fuerza la entrada en Valencia de un arzobispo al que se oponían los republicanos locales. En otra ocasión, donde se demuestra el carácter derechista del gobierno de Maura fueron sus relaciones con los medios clericales más ultramontanos.
Un gobierno de estas características podía haber tenido una clara oposición de los liberales, pero esta no se dio por la debilidad del carácter de su líder Moret y la escisión del partido, del que se desgajó una rama democrática que tuvo como principales dirigentes a López Domínguez y a Canalejas.
Hasta casi el final del gobierno de Maura, el liberalismo no fue verdaderamente una oposición peligrosa para los gobernantes conservadores.
Alfonso XIII tampoco intervino en este periodo como era cosa habitual en él. Esto era debido a que Maura se hiciera respetar, aunque a menudo su coincidencia de superioridad le hiciera adoptar un tono intemperante.
Sin embargo, Alfonso XIII no dejó de pronunciar frases malintencionadas respecto al gobierno. Les dijo que en las elecciones no había dejado que llegaron a las Cortes más que sus amigos y a los enemigos de la monarquía.
El gobierno de Maura tuvo una gran actividad legislativa cuya influencia perduraría hasta bien entrado el año 1909, donde se habían aprobado 264 disposiciones, aunque sólo la mitas de manera completa, por las dos Cámaras.
Se realizó la ley de protección a la industria nacional en el año 1907 y ese mismo año, consciente de que la eficacia de nuestra defensa ha de radicar sobre todo de nuestra fuerza naval, Maura hizo aprobar un plan por el cual mandó construir tres acorazados, tres cruceros y veinticuatro torpederos.
Para completar su política industrial aprobó en el año 1909 una ley de fomento de las industrias y comunicaciones marítima, lo que también revestía la misma finalidad de estímulo a la siderurgia. Las medidas de desgravación del vino o de la regulación del mercado del azúcar tenían el mismo propósito nacionalista que las ya aprobadas anteriormente.
Hubo también medidas de carácter social que seguían las realizadas a final del siglo XIX, pero fueron de carácter bien intencionado. La ley de colonización interior fue y siguieron otras de emigración, sindicatos agrarios, creación del Instituto Nacional de Previsión, tribunales industriales, descanso dominical, persecución de la usura, inamovilidad de funcionarios que tuvieron un carácter modernizador del país.
Como ministro de la Gobernación, De la Cierva reorganizó la policía, persiguió el bandolerismo todavía que era importante en algunas zonas del sur del país y dictó normas moralizantes que motivaron la ironía de Ortega y Gasset.
Destaca en el ámbito político la reforma electoral del 1907, que era imprescindible para modernizar el país Esta nueva legislación introdujo importantes novedades como el voto obligatorio, la regulación de la composición de las Juntas de Censo Electoral para que actuaran imparcialmente, la determinación de la validez de las actas con intervención del Tribunal Supremo y la proclamación automática del candidato que careciera de contrincante.
Maura mostró en su proyecto de ley contra el terrorismo toda su vertiente autoritaria. La ley hubiera permitido la supresión e centros o diarios anarquistas y la expulsión de quienes defendieran estas doctrinas.
Las consecuencias de esta ley que hubiera manejado De la Cierva como ministro de Gobernación hubieran sido demoledoras si se hubieran aplicado en la Semana Trágica de Barcelona.
Maura renunció a la aprobación de dicha ley y esto levantó las suspicacias de los liberales. Para Maura era mucho más importante la aprobación de la Administración local que la ley sobre el terrorismo.
Maura dijo “Yo no conozco asunto de mayor gravedad y trascendencia que el de la reforma de nuestra Administración local. Para mí éste es el problema capital de nuestra política palpitante, el centro, la parte más viva de toda la preocupación con que un hombre público español ha de mirar el porvenir… Se elevará el pensamiento con magnificencias oratorias y grandes resonancias doctrinales a las más altas concepciones científicas; se hablará de organizaciones nuevas de los poderes públicos; llegarán los legisladores a mejores aciertos, pero el pueblo no obtendrá ni gozará sino de aquello que consienta el estado de la Administración local”.
La propuesta de Maura era típicamente regeneracionista y consistía en afirmar que el despertar de la masa neutra debería empezar por el municipio, sólo evitando la intervención excesiva de la Administración central se lograría la regeneración del sistema político.
El contenido de la reforma consistía en una considerable ampliación de la autonomía municipal, aunque tuviera otros aspectos que estaban muy de acuerdo con la mentalidad de la época y sobre todo de pensamiento conservador. Se introducían fórmulas de representación regional a través de Mancomunidades provinciales.
Maura había hecho todo lo posible por evitar el triunfo de Solidaridad Catalana y en las Cortes empezó pro afirmar que no servía más que para la negación. Él no podía el reconocimiento de cualquier tipo de personalidad regional que supusiera hacer girones a la Patria.
Sin embargo, pese a la existencia de un republicanismo catalanista fue Cambó quien ejercería el liderazgo de Solidaridad Catalana, lo que facilitó un acercamiento.
Los puntos de partida de Maura y Cambó eran diametralmente opuestos, ya que mientras Maura quería un nuevo aliento para la España oficial, Cambó deseaba hacer aparecer la Cataluña real, que el representaba, con unas instituciones peculiares. Maura llegó a decir que “vosotros pugnáis contra las mismas cosas que yo quiero extirpar, y aunque no lo queráis habéis venido a este Parlamento para ser colaboradores míos”.
La reforma de la administración local sólo podía provocar la independencia del electorado allí donde se dieran las condiciones previas necesarias como en Cataluña. En el resto de la península no era posible excepto en algunas ciudades. Sin embargo, nunca llegó a aprobarse dicha reforma de la Administración local.
La mayor parte de la prensa estaba contra Maura y entre los liberales de Moret habían mostrado su voluntad de llegar a un acercamiento con los republicanos en contra del predominio de la supuesta reacción. Sin embargo, nada hacía prever la caída de los conservadores, que esperaban conservar el poder por un periodo largo de tiempo al equivalente que tuvo Sagasta en el año 1885.
La caída de Maura y la Semana Trágica
La situación de Barcelona era habitualmente explosiva debido a la fuerte contestación social, la protesta nacionalista, el republicanismo modernizador, la ineficacia policial y la propaganda anarquista.
El gobernador civil de Barcelona, Ángel Osorio y Gallardo decía “en Barcelona la revolución no necesita ser preparada, lo está siempre asoma a la calle todos los días; si no hay ambiente para su desarrollo, retrocede; si hay ambiente, cuaja”. Esto se decía a las actuaciones políticas erróneas, como sucedió en el año 1909.
Un incidente con los indígenas en las cercanías de Melilla tuvo como consecuencia la necesidad de solicitar refuerzos al gobierno, y el ministro de la Guerra, en vez de usar las unidades destacadas en Andalucía, llamó a filas a los reservistas catalanes.
La guerra de Marruecos había sido y sería en el futuro muy impopular entre las clases humildes por lo que ir a Marruecos era equivalente a revolución. La protesta se generalizó ante una decisión del gobierno de Maura que nadie entendió y todas las fuerzas políticas catalanas solicitaron al gobierno de que se retractará de sus medidas.
El embarque de las tropas causo un profundo malestar que acabaron en una auténtica protesta anticlerical cuando las señoras de la buena sociedad ofrecieron escapularios y medallas a los soldados en el momento de embarcarse en los buques, de los que era propietario un conocido personaje del mundo católico.
El veintiséis de julio se produjo la huelga general, que en un principio fue pacífica y unánime. El gobernador civil, Osorio y Gallardo, quiso evitar la entrega del poder a las autoridades militares y acabó dimitiendo. El ministro de la Gobernación, De la Cierva mintió conscientemente al describir lo sucedido como si se tratar de una revuelta nacionalista.
La ausencia de un poder civil como la mala interpretación de los hechos realizado desde Madrid tuvieron consecuencias pésimas. La revuelta que carecía de una dirección hizo que la protesta se corriera como un incendio.
Pronto surgieron violentos incidentes, cuando los huelguistas empezaron a atacar a los tranvías que seguían funcionando. Se pasó a una oleada de ataques a edificios religiosos.
En estos ataques tomaron parte jóvenes dirigentes del republicanismo radical, pero no se les puede achacar este problema, pues hubo mucho elemento que actuó por su cuenta.
Los participantes en estos sucesos vienen a demostrar que no era una revolución como denunciaba el gobierno de Maura, ni siquiera un movimiento con un objetivo preciso. Un testigo decía que “no había habido unidad de pensamiento, ni homogeneidad de acción, ni caudillo que lo personificara, ni tribuno que la enardeciera, ni grito que la concretase”.
Las clases conservadores se sintieron aterrorizadas, pues 63 edificios habían sido incendiados y habían muerto un centenar de personas. Para el intelectual Joan Maragall analizó que una ciudad quemada como era Barcelona encerraba grandes enseñanzas y que no podían ser olvidada y decía ”Bendita seas, tempestad pasada, porque haces levantar los ojos a la luz nueva”.
La represión tuvo una brutal dureza con más de un millar de personas arrestadas y diecisiete condenas a muerte, todas ellas sometidas a los tribunales militares, siendo al final cinco los ejecutados.
La figura más reconocida fue el pedagogo Francisco Ferrer y Guardia, cuya muerte levantó oleadas de protesta en los medios de la izquierda liberal europea. Lo sucedido se analizaba como que por venganza se había resucitado a la Inquisición y que los medios clericales se habían vengado en la persona de Ferrer y Guardia.
Se centraron en la figura de Ferrer y Guardia los clericales debido a su dedicación a la enseñanza y a la competencia que les hacía en un campo que la iglesia consideraba como suyo. Torrida de Mármol llegó a escribir un libro sobre los inquisidores españoles y en Londres contra la nueva inquisición española.
La reacción de las clases conservadoras fue mezquina y carente de toda ponderación. Para Joan Maragall que estos fusilamientos eran una barbaridad y quiso escribir un artículo titulado “La ciudad del perdón”, pero muchos catalanes le hicieron desistir.
Los errores del gobierno de Maura a la hora de hacer frente a esta situación fueron muy graves, pues no sólo hizo mal recurrir a los reservistas, sino que había dejado a Barcelona con una guarnición militar insuficiente y con muy escasa moral.
Con la ejecución de Ferrer y Guardia, llevada en contra de la opinión de algunos dirigentes conservadores, como fueron Eduardo Dato y Salmerón, no sólo se cometió un error jurídico sino también político.
El principal responsable fue el ministro de Gobernación el ultraconservador, Juan de la Cierva, quien llegó a clausurar el Centro Excursionista de Cataluña y mandó a paseo a Cambó, cuando éste le pidió que moderara la represión.
El error político no residió sólo en eso, sino que inevitablemente lo sucedido deterioró gravemente el sistema de la Restauración. Moret al frente del partido liberal, no había mostrado una discrepancia fundamental por lo hecho por el gobierno de Maura, pero sin embargo le llevó a solicitar la inmediata dimisión del gobierno.
Morete dijo que la mayoría conservadora había sido modélica, pero ahora se debía de prescindir de Maura y de su ministro de la Gobernación, Juan De la Cierva. Con esto se pretendía provocar discrepancias entre los apoyos al gobierno conservador.
Maura respondió atribuyendo a los liberales de haberse aliado con la cloaca revolucionaria y De la Cierva llegó a relacionarlos con los atentados reales.
Alfonso XIII no tomó la iniciativa de poner reparos a la actuación de Maura, pero pronto apreció la magnitud del enfrentamiento cuando se dio cuenta que había es ministros militares, pertenecientes al partido liberal, que decían de sí mismos tener de monárquicos el canto de un duro.
Como consecuencia de esto, Alfonso XIII aceptó la dimisión de Maura que éste no había llegado a presentar. El rey explico que no podía pretender prevalecer contra media España y más de media Europa.
Cambó en sus memorias decía que Alfonso XIII le dijo que fue Maura el que le había abandonado. Esta interpretación no deja de tener fundamento sólo en el seño de un sistema político como el que había en la Restauración.
La dimisión de Maura fue a la vez dolida e indignada, llegando a afirmar que “se le había roto el muelle real”. Fue éste el primero y más importante agravio de los agravios que fueron deteriorando la imagen de Alfonso XIII.
La crisis del año 1909 tuvo la suficiente trascendencia para empezar a cambiar el país. En un sistema de liberalismo oligárquico la última instancia en la acción política no residía en las Cortes, que se formaban siempre a la imagen y semejanza del presidente del Gobierno en el poder, sino en el Rey.
Dentro de las reglas no escritas, el monarca tenía derecho a prescindir de Maura y éste, además no podía quejarse de que lo hiciera, entre otros motivos porque había aceptado tanto la Constitución como esas reglas no escritas.
La mayor parte del partido conservador no seguiría a Maura, en parte por falta de acuerdo con su postura respeto a Ferrer y Guardia y, en parte, por reconocer que estaba violando las reglas de juego habituales en el sistema político español del momento.
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Fuente: https://www.nuevatribuna.es/articulo/sociedad/historia-politica-espana-gobierno-antonio-maura-semana-tragica/20240605175152227605.html