En el verano de 2008, el periodista vasco Íñigo Domínguez, viajó en un descapotable por toda la costa del Mediterráneo español, desde Portbou a Tarifa, para realizar unos reportajes sobre un país que flotaba en la burbuja (que estaba a punto de reventar) de los nuevos ricos, el despilfarro y la especulación inmobiliaria. Todos esos reportajes, que son una verdadera road movie berlanguiana, con alcaldes megalómanos, mafiosos del Este, guiris borrachos y destrozos irreversibles del paisaje, se fueron publicando en el diario El Correo. Ahora, la editorial Libros del K.O. los recoge en un libro titulado Mediterráneo Descapotable, viaje ridículo por aquel país tan feliz. Íñigo Domínguez estuvo en Barcelona y pudimos conocer de primera mano las opiniones del autor.
Conocimos a Iñigo Domínguez cuando lo entrevistamos a principios de 2014 con ocasión de la publicación de su magnífico libro Crónicas de la Mafia (Libros del K.O.), allí supimos de su calidad humana y de su maestría como narrador. Más tarde volvimos a conectar con él, esta vez por vía telefónica, cuando la presentación del citado libro fue suspendida en la embajada española de Roma, un veto mojigato e incomprensible, por querer ser más papistas que el Papa, y nunca mejor dicho. Íñigo Domínguez es el corresponsal en Roma de El Correo, y lo es desde 2001, pero antes trabajó en Venezuela, Grecia y los Balcanes. Claro que en los tiempos que vivimos en esta profesión, donde conseguir que te paguen el bonobús es tarea harto complicada, admiramos la capacidad de convencimiento del periodista para que sus jefes le pagaran unos viajes con la excusa de hacer unos reportajes para publicar en la época estival, esa época donde en control de los jefes se relaja, donde el prosaico día a día de la información política y económica se toma un respiro, y a veces podemos encontrar los mejores y más sugerentes reportajes, esos que superan la barrera del tiempo y la actualidad y se quedan para siempre, y este es el caso. En sucesivos veranos, Íñigo Domínguez hizo un crucero por el Mediterráneo, un viaje en el Transiberiano y este, que fue el primero, viaje en descapotable, (un Peugeot 207 azul prestado por la marca) de Portbou a Tarifa. Claro que lo más exótico que ha conseguido el periodista es que lo mandaran de enviado especial a las islas Seychelles. Pero luego vino la crisis, y el presupuesto para viajes desapareció, fue cuando el reportero decidió “viajar” al interior de la Mafia y, con múltiples lecturas, documentación y testimonios, escribió el libro que citamos arriba.
Es raro que un país donde la obra fundacional de su literatura fue una especie de road movie, Don Quijote de la Mancha, no se prodiguen los libros de viajes o de memorias viajeras. Mediterráneo descapotable es un libro divertido, con ironía, con mucho humor, casi llegando a la carcajada, pero como en el libro de Cervantes, esconde un profundo espanto y melancolía. Estructurado en diecisiete etapas, cada etapa tiene un título que la define. Como la seis, Salou-Vandellós, que el narrador la titula “Autovía al surrealismo”, o la dieciséis, Torremolinos-Marbella, que lleva el título de “La costa ostentórea”. Pero las risas se tornan amargas, y la rabia y la vergüenza nos invade en el apéndice del libro, donde Íñigo Domínguez se pregunta: ¿Cómo acabó todo?, ¿Qué ha pasado en estos siete años? Y la respuesta no puede ser más desoladora, respuesta que se plasma en un amplio informe de los casos de corrupción que, como la proliferación de las rotondas, una ardilla puede cruzar España saltando de uno a otro en este parque temático del trinconeo patrio. Ese apéndice, para futuras ediciones, no haría más que crecer. Aunque ya sale Rodrigo Rato, como es lógico no recoge las últimas aventuras del artífice del “milagro económico” español. Y qué decir del amiguete de juventud y veraneos del expresidente José María Aznar, el sin par Miguel Blesa, que sin tener ni idea de bancos y por obra y gracia de su conmilitón fue nombrado presidente del Consejo de Administración de Caja Madrid, con el apoyo de Izquierda Unida y Comisiones Obreras, que todo hay que decirlo.
Uno se pregunta por qué estos trabajos largos raramente se hacen en la prensa, salvo honrosas incepciones, Íñigo Domínguez nos dice: “Yo tengo la idea del periodismo un poco lento, justo lo contrario a la tendencia del periodismo actual, que nos dice que hay que ir más rápido. Hoy corremos más que las noticias, y a veces ni las vemos”. El reportero llevaba años fuera de España, y como si un viaje iniciático se tratara, fue descubriendo cosas de su propio país que desconocía: “La idea era explicar cómo se pasaba el verano en España, pero yo tenía una cierta intuición, de que en mi país estaba pasando algo un poco raro, podrido y pestilente. Yo llevaba años fuera de España, pero cada vez que volvía notaba todo más raro y la gente más loca. Esa obsesión por comprarse pisos, o creer que te forrarías alquilándolos. Todos mis amigos se apuntaban a un gimnasio y bebían agua mineral, o de repente entendían de vinos cuando en su vida habían entendido de vinos. Leían las páginas de tendencias de los periódicos, les preocupaba la moda; todos con cochazos…, yo notaba que había algo ahí. Como desafío, mi idea era levantarme cada mañana y ver qué encontraba para escribir, qué me atraía. Si uno se pone encuentra historias hasta debajo de las piedras, pero nos da tanto miedo no tener para llenar, que al final te agarras a lo seguro. Fue cuando llamé a mi primo, Javier Salinas, que es escritor y vive en Barcelona”. Salinas acompañó al reportero sólo en algunos tramos del viaje, y cual Sancho Panza (volvemos al Quijote), era el que debía poner en antecedentes al soñador hidalgo que venía de la Península Itálica. Pero la mayor parte del viaje la pasó el reportero solo, hablando con la voz metálica y femenina de un artilugio que nunca antes había visto, y que parecía fruto de las artes nigromantes del gigante Malambruno, se trataba del GPS. Era novedoso el navegador del automóvil, y en aquel año de 2008 no existían prácticamente las redes sociales en España, y aún las cámaras analógicas eran las preferidas para tomar fotografías. Pero ¿cómo estaba el Mediterráneo de entonces?: “Pues cada vez que íbamos bajando, se ponía peor, la verdad. Era un paisaje visual, que aunque en aquel momento aún no se habla de la crisis, porque empezaba tímidamente, notabas que había una gran crisis detrás, como una gran tormenta que se avecinaba. Todo era como un decorado que se estaba resquebrajando”: Y hablando de resquebrajamientos calatravianos, sólo citar la Ciudad de las Artes y las Ciencias, que en su delirio, el expresidente de la Generalitat valenciana, Francisco -“trajecitos”- Camps dijo en la Facultad de Arquitectura de Miami que era un hito comparable con la época romana.
La familia de Íñigo Domínguez es vasca, y él nació y se crió en Castilla, por lo que su conocimiento de la costa mediterránea española era escasa antes de emprender el viaje: “Para mí era nuevo, incluso como lugar. Esto contribuyó por mi fascinación por algunos sitios. Cuando llegué a Benidorm, siempre había oído hablar que era muy feo, pero me pareció fascínate, me parecía increíble que ese sitio existiera y que no hubieran hecho allí películas de ciencia-ficción. Con esos rascacielos…, o en Marina D’Or…, lugares increíbles con esa capacidad superlativa por el urbanismo, por el feísmo, con todo… me fascinó”. Pero la crisis económica acechaba, y los pelotazos urbanísticos comenzaban a aflorar: “En las páginas de economía de los periódicos se preocupaban, pero sólo hablaban de los indicadores que decían que se estaba parando el mercado de la construcción y venta de pisos, pero allí se veía todo como una crisis pasajera. Recuerdo que estando en Puerto Banús, lugar de estupidez masiva, con yates, lujos…, bueno creo que siempre ha sido así, una capitalidad clásica de esto, no es que fuera nuevo de entonces. Pues estando en un quiosco vi una pared grandísima llena de revistas del corazón de todo el mundo, y en un rincón, había cuatro periódicos. Compré uno y daba la noticia de la quiebra de la constructora Martinsa, era una noticia importante, pero estaba allí pérdida. El último reportaje se publicó en el diario el 30 de agosto, y el 15 de septiembre quebró Lehman Brothers, y entonces fue oficial la crisis”.
Una forma de contar la realidad más cercana, para que sea creíble, a veces necesita del recurso literario de un personaje. Íñigo Domínguez creó al clásico “viajero” para este libro, refiriendo así a él mismo, en tercera persona, como lo hiciera Camilo José Cela, en su Viaje a la Alcarria, antes de que el Premio Nobel se convirtiera en una parodia de sí mismo. De hecho el libro de Íñigo Domínguez se abre con esta cita del libro de Cela: “El viajero, de nuevo sobre la carretera, recién descansado, piensa en las cosas en las que no pensó en muchos años, y nota como si una corriente de aire le diese ligereza al corazón”. Y como viajero, el reportero se llevó una guía muy particular, una guía que comenzaba explicando la muerte de Rocío Jurado: “Me llevé una guía de España en inglés, para ver cómo se lo contaban a los extranjeros. Eran curiosas muchas de las cosas que decía. Era una guía del 2008, pero era una reedición de 2007, y tenía un párrafo, por ejemplo, que recojo en el libro y que decía: “La deuda nacional y de las familias está aumentando y gran parte del crecimiento económico se basa en dos fuentes poco de fiar a largo plazo como el turismo y la construcción”, y pasaba a relatar los desastres urbanísticos de la costa. ¡Es increíble!, hablaban ya de estadillo de la burbuja inmobiliaria mientras en España no lo decía nadie, o sólo lo sabían los enterados”. Claro, después de la noticia de la muerte de la más grande, nada bueno auguraba el futuro de este país.
¿Y el epilogo o apéndice de tu libro?: “Pues no se acababa nunca. Empecé a tirar y a sacar porquería, todos los escándalos de corrupción que han salido; sólo en Valencia tuve tal atasco que no salía de allí. Me ha sorprendido ver que todo comenzó en esos edificios feos que yo había visto, o en esos barrios enteros de adosados en que no vivía nadie en medio de un secarral. En esas cajas de ahorro que daban créditos a ríos a constructoras y amigos, que a su vez les ayudaban. Todo… creó esos edificios, creó a esos políticos, creó la financiación ilegal de los partidos, y esos bancos con esos agujeros que luego se hundieron, y los llamados bancos malos que absorbieron a estos bancos que se hundieron, que a su vez pusieron a un señor que se llama Rato…, y sale el libro y a la semana detienen a Rato…, seguimos todavía en esto y el libro es actual por todo ello”. Actual y necesario, diría yo, necesario para estar informados y atentos ante estos casos, casos que empiezan en los ámbitos más bajos, en el pequeño ayuntamiento, pero siguen hasta en los grandes palacios.
Pero ante todo estamos ante un libro muy divertido, con imágenes como esta: “… un berrido rompe el silencio de sobremesa: “¡Hoootia copóóón ya!”. El viajero creía que estas expresiones sólo existían en Makinavaja, no en la vida real. Proviene de un chalé, donde juegan a las cartas. Un amigo que vivió en Mazarrón ya le advirtió sobre el habla local. Hasta le envió un diccionario autóctono: bujero, lomismico, pallá, paná, zagala, amoto… Se quejaba de que había gente muy bruta y quería irse, pero acabó en Salamanca, donde sigue luchando con los paletos. Están por todas partes, bajo el barniz moderno de metrosexuales y cibercafés. Pero el viajero no cree en tópicos.” El capítulo dedicado a Marina D’Or (o Mordor), una señorita le intenta vender unos apartamentos en un complejo nuevo que se llamará Marina D’Or Golf, y con la afición a los números elefantiásicos, éste tendrá: “Son diecinueve millones de metros cuadrados, más que Valladolid o Valencia”. El lector se imagina a la agente inmobiliaria emocionarse por momentos cuando le explica al viajero las reproducciones de la Plaza de San Marco de Venecia, la torre Eiffel y otras tantas maravillas del mundo que por obra y gracia del cartón piedra adornaran el ansiado paraíso; hasta un restaurante temático dedicado a la prisión de Alcatraz, y esto sí que es visón de futuro. Claro que el: “¿Pe-pe-pero esto qué es? que balbució el viajero al ver un folleto con esquiadores, fue contestado por la señorita con: “Un hotel alpino con un kilómetro de pistas de esquí”. ¿Una pista de esquí en pleno Castellón? No se olviden, esto no es una novela fantástica, es un libro de reportajes periodísticos de un largo viaje. Pocos han ido a la cárcel de los muchos que han protagonizado la corrupción y el despilfarro, y las heridas irreparables al paisaje están ahí. Aún estamos pagando todo aquello, pero la memoria es corta, y en las elecciones que se avecinan, veremos qué pasa con aquellas personas que imputados en casos graves de corrupción, aún van en las listas electorales de partidos de todo color político; desde Lloret de Mar en la Costa Brava, a las Baleares, pasando por Valencia, Murcia o Tarifa, por no hablar de tierra adentro. Porque, barbaridades con el paisaje, como dice Íñigo Domínguez, se han hecho en todas partes, claro que en otros países las hicieron en décadas muy anteriores, parece que aquí no acabamos de “crecer”. Y en terminando esta crónica, más que reseña, no es baladí hacerlo de esta manera: “… como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que, por las de mi verdadero don Quijote, van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna. Vale”.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.