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Jaco Van Dormael ha creado una película muy divertida en su inicio, con grandes piezas de humor visual y diálogos ágiles y ácidos, que deriva, a medida que avanza su metraje, hacía una cursilería irremediablemente insufrible.

Aún así, «El nuevo Nuevo Testamento»  es una buena película. Bien realizada, bien interpretada, con un excelente montaje y unas actuaciones solventes a pesar de la (habitualmente) exagerada emotividad del cine francés, más que pagado de mismo.

La película empieza como un tiro, sin dejarnos tiempo a asimilar que se trata de una sutil y cariñosa parodia, una ácida y gamberra crítica al fanatismo religioso y una película metafórica, donde los personajes se mueven en un mundo de feliz sufrimiento, a raíz de un hecho imposible provocado por Ea, la pequeña protagonista. No nos deja asimilarlo, porque nos lo mete por la garganta como si fuésemos foie en estado prmigenio.

Ea, precisamente, es el motor de cambio de la existencia, y la esperanza que muestra, y a la que se agarra Van Dormael, para mostrar su fe en el Ser Humano y su optimismo innato.  El director belga es un tipo muy divertido y afable, al que le encanta hacer el payaso y hacer sentir bien a la gente. Y su película es el mejor reflejo de ello.

Los seis personajes que acompañarán a Ea en su intento de escribir un nuevo testamento, son mostrados de forma equilibrada, en un intento de no restar importancia a ninguno de ellos. Y es un error. Hay personajes más interesantes que otros y la historia de Catherine Deneuve, por muy homenaje que sea a «Max, mi amor» (Nagisa Oshima, 1986), es estúpida. Equilibrar historias dispares ha de comportar que todas las historias sean interesantes. Y no es el caso.

Por eso, a medida que la película avanza, el ritmo se resiente. Saltamos de una historia a otra y los tramos dedicados a una historia más débil resultan plomizos y fragmentan y menguan nuestro interés.

Jaco intenta resolver esto con un hábil, aunque previsible, cruce de caminos, pero no es suficiente.

Por otro lado, el papel de Benoît Poelvoorde, como Dios más terrenal que nunca y completo inútil amante de la maldad, cumple su cometido como chistoso oficial. Y ya. Una actuación muy poco destacable para un personaje que debería ser capital en la trama.

Van Dormael le convierte en un payaso, en un intento de mostrar el latente humanismo del film. Dios no cambia el mundo. Lo cambiamos nosotros.

Más desagradecido es aún el papel de Yolande Moureau, como sufrida esposa del Ser Superior. Aunque la actriz ejecuta su papel a la perfección, y con un encomiable cariz entrañable, su peso en el film es poco más que realizar la función de involuntaria Deux Ex Machina que triunfa desde el desconocimiento y la bondad. Oportunidad perdida para, quizá, hacer una reflexión sobre el maltrato y la sumisión, aunque fuese de forma jocosa.

Finalmente, y lamentablemente, la historia olvida la risa y su premisa y apuesta por el «buen rollito» preciosista. La vida es bella y blablabla.

«El nuevo Nuevo Testamento» lo tiene todo para ser un éxito de taquilla. Gustará a todo tipo de público, pues telegrafía sus intenciones y tratar de hacernos pasar un buen rato por sobreexposición. Para los espectadores menos sensibles, la película se convertirá en una obra excelente, desde el punto de vista cinematográfico, pero un serio riesgo de glaucoma y lavativa emocional.

Van Dormael ha sacrificado la oportunidad de realizar una crítica simpática pero contundente de la religión y su funcionamiento respecto al concepto de divinidad y destino al decantarse por dramas humanos y optimismo mal entendido. Puede que fuese su intención, pero, no sé ustedes, un servidor está hasta la coronilla de la fiebre de «feel good movies» que pueblan cada año la cartelera, con especial reminiscencia del país del Gallo.

Acudan a verla si les gustó… «Amélie», por ejemplo. Si tienen sentido crítico y son capaces de repudiar el sentimentalismo barato y los intentos burdos de manipulación… ni se lo planteen.

estreno 9 de octubre de 2015

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