En la madrugada del pasado 24 de enero terminó un mito del periodismo en lengua castellana: el diario español El País abría su portada con una imagen que seguramente no habría sido considerada “fit to print” (adecuada para ser publicada) por The New York Times ni siquiera si hubiera sido auténtica.
La desagradable fotografía de un paciente entubado no correspondía en absoluto al presidente venezolano, Hugo Chávez, sino que se trataba de una captura del mismo video que semanas antes ya se había tratado de colar como gran exclusiva desde el interior del Centro de Investigaciones Médicas y Quirúrgicas de La Habana donde el mandatario convalecía de la extirpación de un grave tumor cancerígeno. Algo que tardaron pocos minutos en denunciar miles de internautas de todo el mundo.
Ante semejante ridículo periodístico, El País quitó el calamitoso scoop de su página web y ordenó la retirada de los quioscos de todos los ejemplares ya repartidos de su primera edición “con un gran esfuerzo logístico”, según diría después. Algo que no evitó que la versión internacional del diario se repartiese por toda América y dejase boquiabiertos a sus lectores. Porque, aun en el caso de que hubieran logrado una verdadera instantánea del hospitalizado jefe de Estado, ¿qué interés periodístico ofrecía esa flagrante violación de la intimidad de quienquiera estuviese en ese trance? El pie de foto reconocía que el diario “no había logrado verificar de forma independiente las circunstancias, el lugar o la fecha en la que se había realizado la fotografía”, así que ¿qué valor informativo aportaba?
La rectificación del otrora referente indiscutible de excelencia periodística empeoró aun más, si cabe, el desastre: la responsable última del error, explicó El País, no era su dirección, sino Cuba, “dadas las restricciones informativas que aplica el régimen” y que le hicieron imposible “verificar” su exclusiva. Tres semanas más tarde, cuando Caracas difundió unas fotos verídicas de Chávez en su lecho postoperatorio, el periódico insistió en que su convalecencia era “un secreto amparado por los siete velos del exclusivo (…) hospital diseñado para atender a la añosa jerarquía cubana”. Volvía a argumentar así que la culpa de aquella desgraciada información la tuvo el secretismo de los gobiernos cubano y venezolano. Y comenzaba la noticia sardónicamente: “Un Chávez rozagante, de sonrisa forzada”, para sembrar de nuevo dudas sobre la veracidad de las instantáneas.
Pero pocos de sus avezados lectores se tragaron tamaño bulo. ¿Acaso un Gobierno occidental difundiría o confirmaría semejantes imágenes de un estadista propio? ¿Cómo puede pretender El País hacer creer que Washington habría sancionado fotos de Reagan durante su intervención quirúrgica, tras el atentado que sufrió, o que Londres habría hecho otro tanto si Thatcher hubiera sido fotografiada cubierta de cascotes en el Grand Hotel de Brighton? ¿Cómo puede reiterar que esa foto, de haber sido auténtica, era un documento periodístico impecable?
Sin embargo, a muchos veteranos no sorprendió ese comportamiento editorial de El País, conociendo su actual empeño en denigrar a todos los gobernantes izquierdistas latinoamericanos… y antecedentes tan significativos como los que comenzaron hace ya casi 13 años, el 13 de abril de 2002, cuando publicó el editorial “Golpe a un caudillo”.
En esa fecha, el periódico que se ha autoproclamado “la conciencia moral del país” (como declaró a The Nation el exresponsable de Internacional y actual corresponsal en México, Luis Prados) y que enarbola su titular de portada del 23-F (la intentona de Tejero de acabar con la democracia española) “Golpe de Estado; El País, con la Constitución” como una heroica proclama antigolpista, escribió:
“Sólo un golpe de Estado ha conseguido echar a Hugo Chávez del poder (…) este caudillo errático ha recibido un empujón. El Ejército, espoleado por la calle, ha puesto fin al sueño de una retórica revolución bolivariana […de] un autócrata peligroso para su país y el resto del mundo. Las fuerzas armadas (…) han obrado con celeridad al designar como jefe de transición a un civil, Pedro Carmona Estanga, presidente de la patronal venezolana…”
Y siguió:
“Aprovechando la ola de hartazgo de tanta gente con la corrupción del anterior sistema de partidos, Chávez arrasó en las urnas, para hacer luego un uso abusivo de ese poder (…) Su final se veía venir (…) El régimen chavista ha sido tan desastroso que ni siquiera ha sabido gestionar con eficacia esta riqueza nacional [el petróleo], que le convierte en el cuarto exportador mundial (…)
“Sería bueno que Chávez y algunos de sus colaboradores detenidos rindieran cuentas de sus desmanes autoritarios y corruptos ante los tribunales de su propio país. Su experiencia, como la de Fujimori, debe servir para que se difunda la lección de que la democracia no son sólo votos, sino también usos”.
Sólo habían pasado siete años desde que un sondeo mostrase que el 82% de los españoles creía que la Prensa había jugado el papel preponderante en la democratización del país… y el buque insignia de esa Armada ya estaba traicionando sus principios. Porque El País, a través de su precoz director y después consejero delegado, Juan Luis Cebrián, siempre alardeó de tener “talante progresista” y democrático a ultranza. Aunque eso se convirtiera pronto en mero apoyo incondicional al PSOE de Felipe González, incluso pasando por alto la mayor parte de los escándalos de corrupción y de guerra sucia antiterrorista del presidente socialista… que acabaría siendo gran amigo (igual que Cebrián) de oligarcas y tiburones de las finanzas.
No obstante, aquel elogio del golpismo en Venezuela, siempre que fuera en favor del ascenso al poder por la fuerza del jefe de la patronal –y admitiendo sin rubor: “La sombra de EE UU (…) se puede presentir detrás de lo ocurrido”–, fue superado en 2007 por otro editorial que provocó la sublevación masiva de sus propios redactores. El 10 de octubre de ese año, el diario de Cebrián sentenciaba por escrito:
“Ernesto Guevara, el Che (…) perteneció a esa siniestra saga de héroes trágicos, presente aún en los movimientos terroristas de diverso cuño, desde los nacionalistas a los yihadistas, que pretenden disimular la condición de asesino bajo la del mártir (…)
“Sus proyectos y sus consignas no han dejado más que un reguero de fracaso y de muerte, tanto en el único sitio donde triunfaron, la Cuba de Castro, como en los lugares en los que no alcanzaron la victoria, desde el Congo de Kabila a la Bolivia de Barrientos (…)
“Gracias a su desafío armado, las dictaduras militares de derechas pudieron presentarse a sí mismas como un mal menor, cuando no como una inexorable necesidad frente a otra dictadura militar simétrica, como la castrista (…)
Y terminaba esa lección magistral sobre el “aventurero armado” de “objetivos y métodos fanáticos” aseverando:
“Hasta el punto de que hoy ya sólo conmemoran la fecha de su ejecución en La Higuera los gobernantes que sojuzgan a los cubanos o los que invocan a Simón Bolívar en sus soflamas populistas”.
Tan preclara interpretación de los regímenes genocidas latinoamericanos inflamó un incendio intelectual de tal magnitud en el seno de la propia Redacción central de El País que más de dos terceras partes de sus periodistas (250) suscribieron una protesta formal que el diario tuvo que divulgar en cumplimiento de su Estatuto. Pero Cebrián nunca rectificó y su posterior trayectoria demostró que sentía devoción empresarial por regímenes “simétricos”, esos sí con decenas de miles de cadáveres en fosas comunes pero a cuyos líderes nunca calificó de “caudillos”… término empleado tanto para el Che como para Chávez y que fue precisamente el que se arrogó el dictador Franco como de su exclusiva propiedad.
Ese fue el caso, tres años más tarde, de su inconfesable alianza con Álvaro Uribe, presidente colombiano por el que quebró su solemne promesa pública de transparencia periodística, su acuerdo formal rubricado con el creador de Wikileaks, Julian Assange, y su compromiso deontológico y democrático con los lectores de El País.
Durante el llamado Cablegate (la filtración por Wikileaks, a partir de noviembre de 2010, de 251.287 cables confidenciales dirigidos al Departamento de Estado por 274 embajadas de EEUU y de otros países), El País gozó junto a otros grandes medios de comunicación internacionales de la exclusiva de su estudio previo y posterior publicación, sin que el resto de la Prensa mundial pudiese conocer más que lo que esos medios decidían divulgar. El director de El País, Javier Moreno, llegó a decir que había “un periodismo antes y otro después” de esa megafiltración y anunció a bombo y platillo que su periódico ponía a disposición de los lectores todos los correos relevantes, ordenados por países y con un buscador diseñado especialmente para ello.
Afortunadamente, el diario francés Le Monde también disponía de la exclusiva de Wikileaks, ya que gracias a ese periódico descubrimos dos cables importantísimos que El País siempre omitió. Uno, que el servicio secreto presidencial colombiano Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) cometió actos de espionaje en España que incluían seguimientos y violación de las comunicaciones a ONGs consideradas opositoras por el Ejecutivo de Uribe. Otro, aun más grave, revelaba que el asesinato de civiles era algo habitual en el Ejército de Uribe, tal como reconoció en 2009 al entonces embajador estadounidense, William Brownfield, el general designado por el Ministerio de Defensa para investigar dichos crímenes, Carlos Suárez.
En un despacho diplomático clasificado como “confidencial” y titulado Iniciativas de derechos humanos encuentran resistencia en militares, Brownfield comenta lo que le ha contado el general de división Suárez, nombrado inspector general por el entonces ministro de Defensa y hoy presidente colombiano, Juan Manuel Santos, para investigar los llamados “falsos positivos”: las ejecuciones extrajudiciales de civiles cometidas por miembros del Ejército colombiano que luego presentaban a sus víctimas como guerrilleros muertos en combate para inflar las cifras y recibir a cambio ascensos y prebendas. Suárez no duda en calificar esos asesinatos masivos de «fenómeno generalizado» y subraya que el entonces comandante del Ejército, el general Óscar González, se opone a su investigación y ha «tratado de intimidar a testigos para que no declaren».
Más aún. El general encargado de la investigación de esos miles de asesinatos de jóvenes en paro, indigentes o discapacitados mentales que desaparecían para pasar a engrosar luego las listas de supuestos «guerrilleros» abatidos por el Ejército, no duda en confiarle al embajador de EEUU que Uribe «continúa midiendo el éxito militar en términos de muertos», y que la insistencia por parte de algunos mandos militares en usar el número de cadáveres como medida de éxito es la causa de los falsos positivos.
Pero el único diario en español que gozaba de la exclusiva de los cables de Wikileaks no publicó ni una línea de esa filtración que indiscutiblemente vinculaba a Uribe con crímenes abominables, mientras ofrecía páginas y páginas de anécdotas menores de otros mandatarios y de temas irrelevantes sobre Colombia. El País ni siquiera incluyó ese cable (09BOGOTA542) en su presuntamente exhaustiva recopilación de todos los correosfit to print del Cablegate, pese a que no cabe duda de que disponía de él… y pensaba que nadie más lo reproduciría.
O sea, que el periódico más importante en lengua castellana, autoproclamado referente de periodismo independiente y deontológico, estaba encubriendo gravísimos crímenes, quizá incluso de lesa humanidad, que finalmente han acabado por ser investigados por la Corte Penal Internacional. Además, que la empresa matriz de ese diario, Prisa, tuviera también importantes intereses económicos en Colombia (pues era propietaria de Caracol Radio, la emisora más importante del país, y estaba buscando participación accionarial en el Tercer Canal de televisión) hacía aún más sospechoso ese comportamiento antiperiodístico.
Ese fue uno de los motivos por los que Assange le retiró a El País la exclusiva de sus filtraciones, y después se la pasó para la lengua castellana al diario izquierdista Público.
Sin duda, han sido los intereses económicos de Prisa en América Latina los que han sesgado enormemente la cobertura informativa de El País en toda la región, pues también en el caso de México (donde es socia al 50% de Televisa Radio) el diario que tanto fustiga a los gobernantes latinoamericanos de izquierda se ha mostrado extraordinariamente tolerante con los presidentes mexicanos durante la brutal guerra con el narcotráfico que ha causado decenas de miles de muertos. Y han sido los enormes apuros económicos en los que la gestión de Cebrián sumió a Prisa, que llegó a tener una deuda acumulada de casi 5.000 millones de euros, los que han mediatizado gravemente la línea editorial del periódico.
Para hacer frente a semejante agujero negro, Prisa se vio obligada a vender muchas de las joyas de la corona del grupo de comunicación y, en noviembre de 2010, entregó el control accionarial de la compañía a dos tiburones de Wall Street, Nicolas Berggruen y Martin Franklin, a cambio de una inyección de 650 millones de euros a través de un fondo de capital-riesgo creado especialmente para la ocasión: Liberty Acquisitions. No obstante, todas esas operaciones sólo han rebajado la deuda hasta casi 3.500 millones de euros, por lo que ha sido también necesario convertir en capital parte del gran crédito puente suscrito con varias entidades bancarias para comprar el 100% de la compañía de televisión Sogecable (una de las decisiones más ruinosas de Cebrián), de forma que Banco Santander, Caixabank y HSBC se han convertido en accionistas de referencia, además de acreedores, de la empresa, cuya Junta de Accionistas está ahora copada por consejeros vinculados al sector financiero y a los fondos especulativos.
En definitiva, todos esos intereses económicos están dando cuenta de la línea editorial original, progresista en el ámbito de la Transición política española. Aunque la progresiva derechización de El País ya se puso en marcha hace más de una década, cuando Cebrián decidió desembarazarse de los profesionales más veteranos, a los que llamaba despectivamente “la generación de mayo del 68”. Como consejero delegado, impuso una renovación de cuadros doctrinaria bajo el peregrino argumento de que todo periodista con más de 50 años debe jubilarse, y El País se fue desprendiendo uno a uno de los más experimentados y avezados integrantes de la Redacción original, sustituidos por jóvenes ambiciosos y a menudo neoliberales, como los que se hicieron con las riendas de la sección Internacional.
El giro derechista del periódico fue, por supuesto, detectado por la mayoría de sus lectores, muchos de los cuales dejaron de leerlo (la difusión del diario ha caído de 453.000 a 365.000 ejemplares), pero quedó eclipsado por la deriva ultraderechista de casi toda la prensa de difusión nacional en España. Además de la fidelidad inquebrantable de El Mundo al Partido Popular y de ABC a la Monarquía, diarios como La Razón y La Gaceta rozan la ideología fascista… y a veces la predican. En cambio, la izquierda se ha quedado sin presencia en los quioscos, sobre todo desde que nos vimos obligados a cerrar la edición en papel de Público, que hemos mantenido vivo en formato digital (www.publico.es).
La situación mediática española se ha escorado todavía más hacia la derecha con la mayoría absoluta del PP en el Congreso de los Diputados, y el medio público por excelencia, Radio-Televisión Española (RTVE), ha abandonado cualquier pretensión de neutralidad para abrazar sin rubor los programas, contenidos, presentadores, locutores y tertulianos claramente derechistas. En las cadenas locales de TV, espacios como El gato al agua, en Intereconomía, o ahora El cascabel al gato, en 13TV, de Antonio Jiménez, no ocultan sus preferencias antidemocráticas. Y las televisiones públicas autonómicas controladas por el PP, como Telemadrid o Canal Nou de Valencia, han exhibido una línea ideológica tan descaradamente partidista que han acabado por perder gran parte de su audiencia y entrar en procesos de descapitalización y de despidos masivos de sus trabajadores.
En este panorama hispano, la derechización de El País queda semioculta por el fragor de la batalla con la que el PP trata de controlar todos los medios de comunicación. Pero, vista desde América, es más que evidente.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.