Hace ya 27 años que el cineasta canadiense Denys Arcand estrenó El declive del imperio americano, una intimista y sincera aproximación a esta agonía social que arrastramos desde hace décadas. Con su humor incisivo e inteligente, la película –y su continuidad en Las invasiones bárbaras (2003)- sigue conservando buena parte de su vigencia. Así lo prueban muchos de sus diálogos, como aquel en el que uno de sus personajes afirmaba: “El Papa no tendría derecho a hablar de otra cosa que no fuera masturbación o próstata”. Me viene hoy a la memoria esta escena a propósito de la insistencia con que la Iglesia Católica, Apostólica y Romana se empeña –pese al pregonado celibato- en seguir colándose en nuestras camas.
Aunque, claro, tampoco resulta extraña esta obsesión neurótica del clero por la sexualidad si pensamos en el papel extravagante que se le otorga al eros en las Escrituras. De hecho, las perversiones de Sade se quedan en cuentos infantiles al comprobar cómo la figura central de la doctrina católica, Jesús, se nos presenta como el fruto no solo de un encuentro adúltero aprovechando el sueño inocente de José, sino de toda una relación zoofílica. Eso sí moderada por la inocencia de una paloma (¿o sería palomo? ¿O estaríamos ante un caso de lesbianismo animalístico?), evitando así la voluptuosidad pagana de Zeus, capaz de transformarse en toro por los favores íntimos de Europa.
Esta freudiana obsesión por el sexo ajeno retorna estos días con especial virulencia en España. Ahí están las arremetidas del cardenal de Madrid Antonio María Rouco para que el ministro de Justicia Alberto Ruiz Gallardón deje a las mujeres sin capacidad para decidir su libre maternidad; o se impida el derecho a vivir legalmente en pareja con quien se quiera, con independencia de qué tenga entre las piernas tu amante. Ataques cardenalicios reforzados por ese gran monologuista que es el obispo de Alcalá de Henares. Porque estos días, Juan Antonio Reig también nos ha desvelado cómo detrás del aborto o el matrimonio gay se esconde una conspiración marxista que, frustrado su anhelo de revolución social, habría encontrado en la revolución sexual una nueva oportunidad para sus planes destructivos.
En cualquier caso, esta fijación erótica no es monopolio del clero español, ni en general de la Iglesia de Roma. En Catar, por ejemplo, la peculiar moralidad islámica del emirato llevó al presidente de la Fifa Joseph Blatter a recomendar a los deportistas y aficionados homosexuales que viajen al país en 2022 para asistir al Mundial de Fútbol, que se abstengan de toda actividad sexual. Consejo del que, pese a su conocida heterosexualidad, debería tomar buena nota Iñaki Urdangarín para evitar esos juegos de palabras sobre su condición de duque empalmado, si finalmente su carrera profesional le acaba conduciendo a esos confines tan alejados de los juzgados de Palma.
Como no es menor, por ejemplo, la obcecación demostrada por el pastor evangelista brasileño Marco Feliciano, para quien, por cierto, los católicos –incluyendo, supongo el obispo Reig- no dejan de ser unos libertinos “entregados a la prostitución”. Este simpático religioso, que además es diputado y preside la comisión parlamentaria de Derechos Humanos, se siente llamado a combatir la “dictadura gay” que, en su opinión, atenaza Brasil.
En fin, resulta llamativa esta insistencia de las más variadas iglesias a colarse en la cama ajena y, desde la abstinencia, dar sermones sobre lo que ignora. El Papa solo debería hablar de masturbación y próstata, afirmaba el personaje de Arcand. “Es lo que conoce”, le comentaban en la escena. “También sabe de bancos”, replicaba en el diálogo… pero eso ya lo dejaremos para otro día.
Periodista cultural y columnista.