El patriarcado existe. Es tangible, condiciona la vida del conjunto de la humanidad, mata como mínimo a cientos de miles de mujeres en todo el mundo cada año y define unas relaciones de opresión que vertebran todas las sociedades humanas actuales. Su existencia la padecen miles de millones de mujeres, aunque mujeres las haya de clase burguesa (una minoría) y de clase trabajadora (la mayoría). No sé si es pertinente hablar de víctimas del patriarcado, porque la noción de víctima a menudo implica ver cómo pasiva a quien lo es. Además, si hay alguien activo en la lucha contra el patriarcado, son precisamente las mujeres. Y prácticamente sólo las mujeres, aunque los hombres también muy a menudo somos en cierta medida víctimas y también ejecutores en otras ocasiones.
Es innegable que las mujeres hace muchos años hicieron un paso al frente en la lucha contra la opresión patriarcal. A menudo bajo las risas, a veces condescendientes, de los hombres que, desde la comodidad del sofá o de la teorización sobre no sé qué, nos hemos quedado más bien calladitos y quietecitos. También es cierto que, a medida que las mujeres han hecho de la opresión patriarcal un problema social y que lo reconozcamos como tal, algunos hombres hemos empezado a tomar una cierta conciencia de ser víctimas del patriarcado. Nos hemos querido mostrar solidarios con quienes cargan el peso de su explotación, que son las mujeres. Ahora bien, en general la historia de nuestra resistencia termina aquí. Y no es demasiado heroica, que digamos.
En muchas situaciones flagrantes de opresión, yo soy de los que pienso que la ausencia de compromiso, de toma de parte, te hace cómplice del poder. De quien oprime y explota. Opino que el silencio, la pasividad, comporta complicidad. Aunque sea un silencio y una complicidad por comodidad. Quiero pensar que la mayoría de los hombres no violamos, y me gustaría poder decir que de manera consciente tampoco maltratamos ni oprimimos a las mujeres que vamos conociendo a lo largo de la vida, como compañeras, amigas, colegas, amantes, etc. Pero incluso si no hacemos nada de eso, también estoy convencido de que no ser activos como hombres oponiéndonos al patriarcado nos hace cómplices. Porque, para ser objetivos, nos educa para capitalizar los espacios públicos frente a las mujeres, para delegar en ellas la responsabilidad sobre los ámbitos domésticos, y un largo etcétera de cosas que todos conocemos.
Por tanto, no basta con dar golpecitos en la espalda de nuestras compañeras, amigas, etc., y reconocer que nosotros también nos sentimos golpeados por el patriarcado. Es imperioso, pienso, que como hombres definamos también nuestra lucha en contra de esta estructura de poder y dominación. Y cuando digo como hombres, lo digo conscientemente. No debemos pretender ser los más «feministas» ni querer ocupar los espacios de lucha que las mujeres han construido en gran medida solas. La huelga feminista del 8-M nos dio una buena y merecida lección. Nuestro papel como hombres no era el de ser caras visibles, llevar megáfonos y pancartas, por mucho que nos costara no hacerlo. Suplantar y arrinconar, monopolizar el espacio público es, precisamente, uno de los roles que el patriarcado nos asigna y que debemos combatir.
Quizás un primer paso que como hombres podemos hacer de lucha contra el patriarcado es, precisamente, repensarnos como hombres. Un repensarnos que debemos atrevernos a hacer públicamente, no sólo en privado. Remarco esto de hacerlo públicamente porque seguramente supone negarnos a nosotros mismos tal como nos define, desde pequeños, el propio patriarcado. Y eso, los hombres heterosexuales no lo hemos hecho nunca, o casi nunca. Menciono algunos ejemplos que, en ningún caso, quieren ser exhaustivos. Uno es el miedo. Los hombres debemos ser seguros y evidenciarlo. Convencidos de nosotros mismos y, especialmente en público, actuar como tal. Además, debemos ser capaces de dar seguridad a las mujeres, a las asambleas bendiciendo sus opiniones o en un disturbio con la policía o … Así lo dictamina el patriarcado: sin miedo y con las ideas claras. Estoy seguro que los hombres no somos así en absoluto. Tenemos miedo, a menudo nos sentimos perdidos y mantenemos muchas inseguridades. Debemos romper, pues, el molde patriarcal y atrevernos a no reproducir, de manera forzada y artificial, unos estereotipos que nos vienen impuestos.
Otro ejemplo. Debemos asumir que no somos el centro del mundo. Para empezar, somos apenas el 50% de la humanidad, como mucho. Debemos reconocer que la duda, la autocrítica constante son una herramienta básica para avanzar en todos los aspectos de la vida. Aunque se contrapongan con la seguridad (falsa) de la que hablaba más arriba. De hecho, la ausencia de preguntas sobre lo que hacemos y pensamos básicamente lo que conlleva es abocarnos al dogmatismo. Luchar contra estos estereotipos y estas actitudes nos ayudará, en espacios colectivos, a valorar mucho más la horizontalidad, la búsqueda de consensos obtenidos mediante la construcción conjunta de propuestas y el convencimiento, en oposición al autoritarismo, la jerarquía y los liderazgos.
No me quiero alargar. Sabemos de qué hablamos. Meditémoslo, los hombres que nos autodenominado libertarios no haremos honor a lo que decimos ser si no nos repensamos activa y colectivamente en contraposición los esquemas patriarcales. Tenemos que ser valientes y hacerlo. De lo contrario, seguiremos siendo cómplices, aunque sea por inacción, del patriarcado.
Arqueólogo, doctor en Prehistoria y profesor de la UAB. En 2014 fue elegido secretario general en Cataluña del sindicato anarcosindicalista CGT. Forma parte de los nuevos dirigentes anarcosindicalistas en relación con los movimientos sociales y el independentismo. En Terrassa formó parte de la Asamblea de Okupas.