Nada se libra del machismo sociológico. Ni las acrobacias: el primer hombre bala del mundo fue, en verdad, una mujer. O para ser más exactos, una adolescente de catorce años. Se trata de la trapecista Rossa Matilde Richter, más conocida por su nombre artístico de Zazel, que un 10 de octubre de 1877 salió propulsada 6,1 metros por un cañón junto al Westminster Aquarium de Londres, proeza que según cuentan las crónicas atrajo la curiosidad hasta del mismísimo Príncipe de Gales. Luego llegarían otros artistas que mejorarían el record de distancia. Entre ellos destacó en los años 40 y 50 del pasado siglo el catalán Luis Raluy, cuya fama sería reconocida por Europa, África y América, y a quien estos días el circo que dirige su hijo le rinde merecido homenaje en Barcelona con su nuevo espectáculo Boom!
Hoy la arriesgada osadía de aquellos hombre/mujer bala con los que el circo se adelantó poéticamente al futurismo de Marinetti, nos llega con ese aroma inocente y exótico de lo que nos resulta lejano. Y eso que el número, lejos de pasar al olvido, parece más de moda que nunca al menos en el gran circo de la política valenciana. Para comprobarlo solo basta con observar cómo los inquilinos de la calle Quart de Valencia, donde el PP tiene su sede, insisten un día sí y otro también en introducirse en ese cañón que les catapulte lo más lejos posible dentro de lo que ya parece una peculiar estrategia de huida hacia adelante.
Ahí está para demostrarlo la reciente ocurrencia del diputado Andrés Ballester, respaldada por la mayoría del grupo parlamentario, de recoger firmas para solicitar el indulto del corrupto exalcalde de Torrevieja, Perico Hernández, condenado a tres años de cárcel por falsedad de documentos y prevaricación. Ajeno por completo a la que está cayendo, Ballester no ha dudado por un momento en enfundarse un mono brillante, cubrirse la cabeza con un casco estrellado y meterse por la negra apertura del cañón erigido en mitad de la pista para, entre redobles de tambores, salir disparado por los aires reclamando medidas de gracia para el caciquillo.
O el estrepitoso petardazo volador de hombre bala con el que el PP en Ontinyent ha arremetido judicialmente contra el acuerdo de PSPV, Compromís y EU de destinar parte del superávit de aquel ayuntamiento a paliar los efectos del desempleo. En este caso, los concejales populares, además de salir disparados del estruendoso cañón, han caído en mitad de la pista reclamando que ese dinero se destine a pagar a los bancos, emulando así la doble cabriola mortal que los trapecistas Zapatero y Rajoy instituyeron con su reforma constitucional.
Pero, sin duda, si existe un hombre bala que destaca por encima de los demás en osadía, ese no es otro que Francisco Camps. Este veterano de la arena valenciana fue capaz de personalizar el número con unos toque de melancólico clown y unas dosis de exótico mago, hasta dejar atónito al respetable público con su último cañonazo surrealista que le catapultó oportunamente en paradero desconocido cuando la policía le buscaba para que testificara sobre las corruptelas de yerno de Su Majestad por tierras valencianas, ganando de paso tiempo para no incurrir en contradicciones con sus declaraciones. Apoteósica actuación que, por el momento, parece difícil de superar.
En cualquier caso, lo que más asombra de estos hombres bala del PP es que, mientras los artistas de los viejos circos incluían en sus actuaciones una oportuna red para amortiguar la caída, ellos prefieren ejecutar su huida cañonera sin protección aparente, a tumba abierta. A no ser, claro, que continúen confiando en la apatía resignada de los valencianos como en la mejor y más acolchada protección frente a los batacazos políticos. Solo el tiempo –y las urnas- dirán si su comportamiento es temerario Por ahora, lo único cierto es que alguien con chillona casaca con levita, chistera y grandes bigotes a lo Álvaro Pérez, se desgañita cada mañana por Valencia al grito de ¡Pasen y vean, señoras y señores! ¡Más difícil todavía!
Periodista cultural y columnista.