Como muchas de las fiestas religiosas que han llegado hasta nuestros días, la celebración del Día de Todos los Santos tiene un origen pagano. Concretamente en la celebración agrícola y en recuerdo de los ancestros que era conocida por los celtas con el nombre de Samhain. Es en estas fechas cuando un humilde nicho del cementerio de Poblenou de Barcelona recibe más afluencia de público que nunca, un nicho que durante todo el año está lleno de flores y de exvotos… aquí comienza la extraña historia del “Santet” del Poblenou.

Historia del cementerio del Poblenou

El cementerio del Poblenou de Barcelona fue el primer cementerio civil de la ciudad, cuando se prohibieron los cementerios parroquiales y, por cuestiones sanitarias, se alejaron de los centros urbanos. Claro que la especulación del suelo también tuvo algo que ver en la municipalización de los cementerios en el siglo XVIII. Este camposanto data de 1775, pero en la Guerra del Francés se quemó, aún hoy se pueden ver las paredes ennegrecidas de muchas bóvedas de los panteones neogóticos del recinto antiguo. El diseño actual es de 1819, y es obra del italiano Antoni Ginesi.

En un principio fue un cementerio de pobres, la alta burguesía seguía pagando para ser enterrada en las iglesias. Es a mediados del siglo XIX, tras la ampliación y la reforma del recinto, cuando se empezó a enterrar a los miembros de las familias más pudientes de la ciudad, como los industriales textiles, y sobre todo a los llamados “indianos”, los que hicieron fortuna en América, algunos con el tráfico de esclavos, por cierto. Pero el humilde y democrático nicho no era para ellos, y empezaron a construir elegantes mausoleos que solían encargar a los mismos arquitectos modernistas que les diseñaban sus casas, esto unido al concurso de buenos escultores, nos ha dejado un valioso patrimonio artístico funerario que hay que poner en valor. Pero ni el insigne músico Anselm Clavé, cuyo bello epitafio reza: “Progreso, virtud y amor”, ni las tumbas masónicas, ni la lápida que recuerda a los 17 vecinos del barrio de Gràcia que fueron fusilados por un crimen que no cometieron, durante la revuelta de 1856, ninguno de ellos reciben las visitas y la veneración de tanta gente como la que recibe el “Santet”.

Un santo popular

Dicen que los primeros en depositar flores en el nicho del “Santet” fueron las floristas de Las Ramblas, y que luego, entre el pueblo gitano, empezó a tener fama de casamentero. Todo esto se mueve en la oscura nebulosa de la leyenda, claro está, como la que cuenta que en la primera lápida que se puso en su nicho no cuajaba el cemento y se rompía continuamente, hasta que una donación anónima posibilitó adecentar el nicho, quizá alguien que recibió una “gracia” del “Santet”, porque de eso se trata: al nicho va la gente a pedirle cosas a este “santo” por canonización popular. En el nicho, los encargados del cementerio han tenido que poner un cristal en forma de urna para recoger los papelitos con peticiones, así como vaciar los nichos adyacentes para poder depositar las velas, imágenes, estampitas, fotos y flores que los fieles dejan en el lugar.

El apartado de exvotos es bien curioso. A las consabidas réplicas en cera de aquellos órganos o extremidades que el solicitante de la gracia deja por haberse curado de una dolencia, o porque pide curarse de ella, digo, que entre los exvotos ya se pueden ver réplicas de casas y viviendas, no en vano los desahucios están a la orden del día. Nadie sabe cómo comenzó la veneración del “Santet”, pero hace 104 años que dura. ¿Pero quién fue?

Francesc Canals Ambrós, joven de origen humilde, era conocido entre sus vecinos de la plaza de la Lana y por sus compañeros de trabajo como una persona muy caritativa y que tenía un extraño don, tenía sueños premonitorios. Murió de tuberculosis en 1899, a la edad de 22 años. Era dependiente de los desaparecidos almacenes El Siglo, de la familia Conde. En aquella época, los almacenes El siglo estaban situados en Las Ramblas, posteriormente estos almacenes se trasladaron a la calle Pelayo y, tras una crisis, fueron comprados por el propietario de los almacenes El Águila, Julio Muñoz Ramonet. El Siglo cerró en 1981, el mismo año que un incendio hacía caer a la citada calle Pelayo el águila de piedra que coronaban los almacenes con nombre de ave depredadora. Los incendios son bastante comunes en la historia de los grandes almacenes, por lo que se ve. La leyenda del “Santet” nos dice que éste predijo el incendio que asoló su lugar de trabajo, pero teniendo en cuenta que El siglo se quemó en 1932, 33 años después de la muerte del “Santet”, la profecía es un tanto sui géneris.

Lo que cuente la leyenda, que no lo cambie la historia, pero en la época en que vivió y murió Francesc Canals, Barcelona era un núcleo de gran actividad espiritista. No en vano, en esta ciudad se celebró, en 1888, el Primer Congreso Internacional Espírita, y la doctrina de Allan Kardec tenía seguidores entre nobles y obreros, militares y anarquistas, masones y algún que otro conocido religioso. En fin, que eran tiempos dados a creer en estas cosas. Y ahora, en tiempos de zozobra y crisis, se buscan soluciones en lo irracional o mágico, claro que escuchando a algunos gurús de la economía, uno no sabe ya lo que es racional.

Según me cuentan los que saben, el que se acerque al lugar para hacer una petición debe seguir dos preceptos: el primero no hacer peticiones directamente de dinero, y el segundo es que, una vez que se vaya del nicho, nunca lo haga volviendo sobre sus pasos, deberá salir por la derecha. La señora que me lo contó me dijo: “Así le gusta al Santet”.

Otras curiosidades del cementerio del Poblenou

Si usted quiere emular a don Mariano José de Larra, que el día de difuntos de 1836 paseó por el cementerio de la Almudena de Madrid, y de aquella visita escribió un famoso artículo que contenía el conocido epitafio de: “Aquí yace media España; murió de la otra media”, pues podrá encontrar cosas muy curiosas en el cementerio de Poblenou. Quizá la escultura más impresionante sea la titulada “El beso de la muerte”, que nos muestra a un joven yacente besado por un esqueleto alado. La tumba pertenece a la familia Llaudet, y la escultura, datada en 1930, salió del estudio de Jaume Barba, aunque estudios recientes nos dicen que la escultura de mármol fue realizada por el yerno de Barba, Joan Fontbernat Paituví.

Algo más kitsch es la escultura realista de Antonio Román Heredia, conocido como “El Pote”, a la sazón cuñado de José Moreno Cuenca, el “Vaquilla”.

En ese paseo, también podrán encontrar epitafios curiosos, como el de María Pujol, que refiere todos los hijos, nietos y biznietos que tuvo, y después de una larga suma, en la lápida pone: “Total, 176”. O éste que era bastante inquietante para la mujer del fallecido: “En su asilo sepulcral, Melchor Cañellas reposa, murió de amor paternal, y aguarda a su amada esposa”. Ese “aguarda” es lo inquietante. Y de las personas que quieren pasar a la posteridad por las cosas más peregrinas: “Soy el sujeto que subió el carro en Montjuic –sic.- el día de la Fiesta del Corpus de 1861. En fin, este asunto daría para un libro… ¡Qué digo!, si ya lo escribí.

Para finalizar, en el cementerio del Poblenou de Barcelona también podrán ver el nicho olvidado de un gran hombre, por desgracia poco conocido en toda su magnitud, como inventor de un sistema para conservar la carne y otros artilugios, aunque su submarino Íctinio terminó vendido como chatarra, que es por lo que lo conocemos hoy, pero fue mucho más. Político que luchó por el ideal republicano y las ideas cavetianas de la Icaria soñada, periodista pionero de la prensa en catalán, traductor y editor, y por supuesto ingeniero autodidacta. Si ven el desvencijado nicho de Narcís Monturiol puede que se cabreen como lo hizo este redactor cuando lo visitó por primera vez hace 18 años. Pero no se asusten, aunque son muchas las fuentes que dicen que Monturiol está enterrado en Poblenou, no es así, el abandono del nicho se debe a que los restos del inventor se trasladaron en 1972 a su ciudad natal, en Figueras (Girona), donde descansa en el Pabellón de los Ilustres.

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